El Cazador. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 13.02.2011.
No le gustaba matar sino permanecer atento al silencio, a los misteriosos sonidos del alba, cuando la vida despierta en el bosque. La escopeta era un pretexto para que lo dejaran en paz, solo y tranquilo en su puesto de vigilancia. La caza significaba para él una representación de la vida y la muerte. A veces, disparaba al aire para que los demás cazadores no sospecharan de él y también para espantar los temores que poblaban su cabeza. Cuando la detonación resonaba en las montañas sentía un raro alivio, como si acabara de disparar a la muerte que se oculta y nos acecha entre la maleza para sorprendernos cuando menos la esperamos. Luego los cazadores se reunían y se hacían fotos junto a las piezas capturadas. Aquellos hermosos animales que yacían abatidos le producían una enorme tristeza. Le conmovían sus miradas lastimeras que aún mantenían en la retina la imagen del miedo.
Cada día le atraía menos vivir en aquella ciudad que se había convertido en un coto de caza. Un lugar privado en manos de unos cuantos desaprensivos que se dedicaban a jugar con la gente. Salía a la calle y descubría que allí, al contrario que en el bosque, nadie respetaba las normas. Los furtivos estaban por todas partes. Entonces se encerraba en su casa igual que el animal asustado se oculta en la madriguera. Aquella inquietante soledad no tenía nada que ver con la profunda libertad que sentía en el bosque. La ciudad estaba repleta de trampas. Los hombres eran mucho más peligrosos que los nobles animales salvajes. Los hombres eran capaces de traicionar a su propio hermano por una miserable cantidad de dinero. Él también había llegado a la conclusión de que cuanto más conocía a los hombres más quería a su perro. Últimamente le rondaba la cabeza un pensamiento asesino. Le daba por imaginar que celebraba una partida de caza con los hombres más poderosos de la ciudad y que los iba eliminando accidentalmente. En vez de disparar al aire lo hacía contra ellos. Después salía en la foto, orgulloso y sonriente, con los cuerpos de los enemigos a sus pies. Pero eso no eran más que fantasías. Un simple desahogo.
Desde hace algún tiempo, se levanta de noche y va al bosque a ver amanecer. No lleva el rifle ni se viste con la ropa de caza. Simplemente, se monta en el coche y se dirige al bosque para asistir al nacimiento de un nuevo día. Le reconforta el olor de la tierra, los sonidos misteriosos del bosque, la luz del día. Le gusta cazar amaneceres. Después acude al trabajo. Los compañeros le observan con desconfianza. Él sabe que no puede bajar las armas y relajarse como hace todos los días en el corazón del bosque, porque al mínimo descuido cualquiera de ellos estaría dispuesto a eliminarlo.
En Algún Día│José Antonio Garriga Vela.