Hacía tiempo que no regalaba un libro a nadie, y el cumpleaños de mi hermana pequeña era una oportunidad que no podía desaprovechar. La pequeña de mis hermanas ha cogido el gusto por la lectura gracias a pocos pero interesantes títulos: Mujercitas, El faro de Alejandría, Orgullo y prejuicio… Así que aproveché la ocasión para regalarle la primera de las dos novelas de Alessandro Davenia, Blanca como la nieve, roja como la sangre. La historia relata un curso escolar en un instituto con todos los ingredientes de este tipo de novelas: alumno nuevo, compañeros por conocer, enamoramientos, y encuentros y desencuentros, con la salvaguarda de una enfermedad. Gracias a la naturalidad de sus personajes, la novela ha triunfado en Italia.
El caso es que el éxito de la novela de Davenia no ha pasado inadvertido a la industria cinematográfica, así que, como no podía ser de otra manera, Blanca como la nieve, roja como la sangre está en pleno rodaje. Con la peculiaridad de que el propio Davenia se ha implicado en el casting, guión y rodaje de la película. Y ya tenemos otra exitosa novela juvenil llevada al celuloide. Y cada vez son más.
En la última década cinematográfica las adaptaciones de LIJ han reventado literalmente la taquilla de las salas de todo el mundo. Sólo un dato: de las veinte películas más taquilleras, doce provienen de libros dirigidos a niños y jóvenes. Indiscutibles son las adaptaciones al celuloide de las sagas de Tolkien y Lewis, El Señor de los Anillos y Las Crónicas de Narnia. Como indiscutible es la recaudación de las ocho películas del mago más famoso del mundo, Harry Potter. Fenómeno de masas y auténtico activador del género de la LIJ a principios del nuevo milenio.
No olvidemos que otros títulos de la LIJ, auténticos pilares del género, han sido recientemente llevados al cine: en 2005 Tim Burton ganó 472’5 millones de dólares con la adaptación de Charlie y la fábrica de chocolate, de Roal Dahl; y cuatro años más tarde le tocó el turno a otro clásico, Alicia en el País de las Maravillas (Lewis Carroll), que gustó a buena parte de la crítica y decepcionó a otros.
Me he propuesto llegar a nuestros días y analizar dos ejemplos actuales de préstamos de la LIJ al séptimo arte que en mi opinión son bien significativos de lo que está sucediendo en esta transacción de la tinta al fotón. Me refiero ahora a la adaptación de Los Juegos del Hambre (Suzanne Collins) y a la oscarizada La invención de Hugo Cabret (Brian Selznick). Dos ejemplos que muestran cómo la brecha entre la novela infantil y juvenil sigue creciendo y se lleva al cine.
El caso de Brian Selznick con La invención de Hugo Cabret es mucho más explícito. El propio libro, que se acerca más al álbum ilustrado que a la novela, perfila los zooms y movimientos de cámara con dibujos que sustituyen a posteriores explicaciones. En la obra Selznick habla de ese trasiego del cine a la novela y señala al álbum ilustrado como posible Caronte que lleva a los espectadores de la sala de cine a la librería, y viceversa. En la adaptación del libro a la gran pantalla, el lector y el espectador están advertidos de lo que se van a encontrar.
Es evidente que la industria de Hollywood está muy interesada en la literatura juvenil y en explotar su éxito. Y en mi opinión, este hecho, junto con grandes estrenos de la saga Crepúsculo o Los Juegos del Hambre, ha acelerado la fractura entre una literatura para niños y otra para jóvenes.