“No se trata de vivir, sino de vivir justamente”.
Sócrates.
William Hundert. Un profesor, ya maduro, ha sido convocado en un
lujoso hotel para una reunión de antiguos alumnos suyos. Los recuerdos
se agolpan en su memoria. Aquel curso del 72, en la prestigiosa escuela
de St. Benedict…
Un año más, logra apasionar a sus alumnos con la
enseñanza de la historia de Roma. Sabe usar recursos pedagógicos para
alimentar la curiosidad natural de los adolescentes: como el de hacer
leer la inscripción que preside el fondo de la clase, que narra los
hechos guerreros de un rey del que, en la actualidad, nadie recuerda
siquiera el nombre. Puede empeñarse uno en ganar el mundo entero, pero
para que las realizaciones perduren, hay que hacer algo más, salir del
cascarón del propio egoísmo…
Hundert lo tiene claro: No sólo enseña una asignatura; ante él hay
personas, jóvenes, con toda una vida por delante, que en el futuro
ocuparán posiciones importantes en la sociedad. Y tiene que moldear su
carácter, ayudarles a forjar su personalidad. Pero ese curso se va a
encontrar con un alumno problemático, que llega con el curso ya
empezado. Se trata de Sedgewick Bell, hijo de un senador. Un chaval muy
listo, pero que va a lo suyo, y sometido a una enorme presión por parte
de su padre, quien no se ocupa mucho de él, pero que sí desea su triunfo
social.
Una película rica y sugerente, muy atractiva para los que se dedican a
la enseñanza. Muestra con aires de fábula a un personaje
con innegable vocación para la enseñanza. Pero que también tiene sus
debilidades. ¿Quién no pecaría en un momento dado de injusto, al
observar que su pupilo díscolo por fin empieza a tomarse interés por las
cosas? Y a pesar de todo, su sentido de la justicia emerge cuando se
rompen las reglas del juego. Ocurre en las emocionantes escenas del
concurso de los emperadores.
Un canto a la labor de la enseñanza (no siempre reconocida),
donde se recuerda que hay dos tipos de éxito en la vida, de muy distinta
naturaleza. Y sólo el que te deja en paz contigo mismo y con los demás,
merece la pena. Trata sobre educación en las humanidades, una cosa que hoy se ha extinguido.
En
la era de internet y los videojuegos, ¿es posible despertar en un
chaval el interés por la historia de la antigua Roma? He ahí el dilema. Y
la respuesta es, en realidad, sencilla. Dando por supuesto el
conocimiento del profesor de esa materia, hay que decir que depende de
la pasión que ponga a la hora de dar sus clases. César, Bruto, Claudio,
Vespasiano… No son nombres de personajes muertos, que duermen para
siempre en los libros de historia. Con sus realizaciones, y sus intentos
de cambiar el destino de Roma, hablan también al hombre del siglo XXI.
Los dilemas y oscuridades de entonces, no son tan diferentes a los de
ahora. El film nos recuerda que quien desconoce su pasado, está
condenado a repetir los errores de antaño.
Si eres maestro llorarás con esta película.
Este es el enlace.