Resulta impactante que un hombre como Ridley Scott, que supera ya ampliamente los setenta años, siga trabajando al ritmo que lo hace y que sea capaz de reiventarse a sí mismo con una película tan fascinante como El consejero. Scott ha sido capaz de los mejor (Alien, el octavo pasajero, Blade Runner, Gladiador) como de lo peor (Black Rain, La teniente O´Neill) en su carrera cinematográfica, pero siempre ha sido un director que se ha arriesgado dentro del estrecho margen del circuito comercial de Hollywood. Además, es capaz de manejar distintos géneros con soltura. En esta ocasión su colaboración con el prestigioso escritor Cormac McCarthy ha dado pie a una obra muy singular, exigente con el espectador y a la vez muy literaria. En todo momento se nota la mano del maestro McCarthy, responsable también de las obras en las que se basan dos magníficas películas: La carretera, de John Hillcoat y No es país para viejos, de Joel Coen.
El protagonista de El consejero es un actor que cada vez destaca más en el panorama cinematográfico actual, por la variedad de registros de la que es capaz, Michael Fassbender, que interpreta a un abogado que parece tenerlo todo: una posición sólida en su profesión y una hermosa prometida, (interpretada por Penélope Cruz). Pero hay una ambición humana que a veces nos lleva a la gloria y a veces a la perdición. Se trata de la ambición y el abogado parece arder en deseos de multiplicar su bienestar material. No basta con un buen coche, una buena vivienda y una buena imagen. Todo puede mejorarse y la manera más rápida de hacerlo es contactando con narcotraficantes que se mueven en la frontera de México con Estados Unidos (uno de los territorios favoritos de McCarthy) y establecer una relación con ellos. No sabemos exactamente la naturaleza de los servicios que el abogado ofrece a los criminales, aunque podemos intuirla, aunque eso no es lo importante. Lo interesante son los efectos inmediatos que este pacto con el diablo van a tener en la hasta ahora plácida vida del protagonista, que va a entrar de cabeza en un mundo de lujo, sangre y violencia para el que se creía preparado, pero que va a engullirlo como una víctima más del absurdo de la prohibición de la droga, que tantas fortunas produce y tantas vidas se lleva por delante.
A partir de aquí la trama de la película está llena de consideraciones morales y filosóficas. El abogado tomó su decisión con libertad, pero ha entrado en una cárcel de oro de la que ya no puede salirse. Se lo advierte el personaje de Javier Bardem, que ignora si su lujosa casa es un lugar seguro o no en el clima de guerra permanente de carácter hobbesiano que mantienen entre sí los distintos cárteles de la droga. Tampoco parece importarle mucho, porque los que se dedican a este negocio saben que las ascensiones y caídas son tan pronunciadas como las que describe una montaña rusa. Se lo advierte también el personaje de Brad Pitt, un veterano y decadente contacto de esta mafia, de vuelta de todo y que cree tener un pasadizo para salir cuando lo estime oportuno. Cuando compruebe lo rápido que todo se desmorona a su alrededor, el abogado comprende que no hay vuelta atrás y que ni siquiera cabe el arrepentimiento ni la redención. Se lo dice otro abogado mexicano: ha pasado de una realidad a otra donde ya no es el dueño de su vida ni de sus actos.
El consejero es una película propia de unos tiempos pesimistas, repleta de negrura moral y de fatalismo. Propone un retrato muy oscuro de las ambiciones humanas y de nuestra nula capacidad de aprendizaje en ciertas cuestiones, por muy inteligentes que seamos. Hasta la persona más brillante puede caer en la trampa del dinero fácil y vender su alma a cambio de un poco de lujo efímero. No esperen una película de narrativa fácil y que ofrezca explicaciones de todas la vicisitudes de los personajes, solo siéntese y disfruten de una propuesta arriesgada, bien sazonada por los diálogos escritos por McCarthy. Y después reflexionen acerca de lo que han visto. Si la ven en el cine, será dinero bien invertido.
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