Revista Cine

El cónsul de sodoma, un tipo serio, avatar, amerrika

Publicado el 26 enero 2010 por Loscriticones
EL CÓNSUL DE SODOMA

La vida de Jaime Gil de Biedma es interesante, como la de cualquiera si está bien contada, o quizás un poco más por aquello de entregarse con fruición a sus aficiones orgiástica, sodomita y bisexual en pleno paroxismo franquista, por viajar hasta Filipinas de jefazo colonial en los cincuenta, por ser un poeta burgués con muy mala conciencia burguesa, por ser un vitalista, un lúdico, un lúcido, un dionisíaco, un sufridor y ser sobre todo, un cachorrísimo de camada de oligarcas (su sobrina Espe Aguirre Gil de Biedma sigue, como siempre en su familia, mandando mucho en España... hay cosas que no cambian).

 

La semblanza del hombre no sale ni bien ni mal ni todo lo contrario. A unos les ha ofendido y a otros no. Sexo hay bastante pero siendo el año que corre, no es como para sufrir una apoplejía en la butaca, aunque a veces es homosexual y muchas veces el protagonista paga por ello. Sospecho que es más lo primero que lo segundo el catalizador de las iras: hay que joderse.

 

La peli no es un desastre… por muy poco. Resulta estrepitosa a ratos y con aspiraciones inalcanzadas el resto del tiempo. Jordi Mollá no destroza el personaje durante todo el metraje: ocasionalmente, en unos cuantos planos, hace de un posible Gil de Biedma, el resto es un naufragio. La cosa alcanza el centro del absurdo cuando Mollá habla de filosofía o de literatura con un señor disfrazado de Leoncio que a su vez aspira a hacer de Carlos Barral, talmente Epi y Blas charlando de Shopenhauer. También está desternillante subido en un sidecar de tiovivo pretendiendo ser una moto en la carretera, y quizás la guinda sea su envejecimiento que haría las delicias del maquillador de Cruz y Raya. El delirio.

 

 

UN TIPO SERIO

 

Fundamentalmente una tomadura de pelo donde los Cohen, sospecho, se fuman algunos enteógenos de más mientras decantan su particularísimo e intransferible bestiario de recuerdos judaico-infantiles (como los hermanos Fresser en El milagro de P. Tinto, pero sin maldita la gracia) y deciden colocárselo a los espectadores sin siquiera hilvanar un mísero guión y con la intención fundamental de reírse de éstos (¡yo!) y de sus desplumados productores, manteniendo, eso sí, siempre una amplia sonrisa indi-millionaire con carta blanca (sin embargo) en el circuito comercial.

 

Veredicto: Culpables porque ellos lo saben.

Pena: Emule sin piedad.

 

AVATAR

 

Si existe la ciencia ficción se llama Avatar. El gran cine mágico de infancia, el que dibuja una cosmogonía llena de naves, halcones milenarios, planetologías imperiales y tierras-medias pobladas de elfos, orcos y enanos en las que se hablan un babel de diccionarios y el espectador sube y cabalga a lomos del caballo cuatralbo de Aragorn como un niño de cuatro años. Eso es también Avatar, con su galaxia, sus héroes y sus nuevas leyes biológicas, sus mundos paralelos, sus selvas, sus bichos, su etnografía y su ecología.

 

Lo más simpático de Avatar sin embargo no es el muy molón 3D, sino su carácter subversivo en tiempo de guerra (Irak, Afganistán) en el que se desangran las tropas enviadas por el nuevo césar negro y resulta que en el corazón mismo del Imperio, la maquinaria de El Gran Dólar pare un panfleto exactamente a favor del bando aplastado por el mineral que hay bajo sus pies (petróleo en los periódicos y piedrecitas en la peli), la misma máquina que antes hacía de zapa a los cañones vacunando con pelis sobre los indios, los rusos y los terroristas.  La cinta empieza con una referencia directa a los mercenarios de Blackwaters y continúa con un alegato ecologista en tiempos en que tal palabra desapareció por algún retrete de los noventa y todo mientras los maderos del G20 meten en el trullo en Copenhague a novecientas personas del tirón y a los jefes de Greenpeace les recetan veinte y un día incomunicados. Mientras, en los multicines aledaños y en los de todo el planeta alguien proyecta esta pildorita. ¡Viva la revuelta en el Imperio! ¡Muera Roma!

 

 

AMERRIKA

 

Película archicorrecta que, en el fondo, ya he visto muchas veces y sin embargo sigue siendo imprescindible.  El guión es tan sincero como los actores porque la directora cuenta la historia de su familia de emigrados palestinos en la América de las oportunidades, el desarraigo y la discriminación. Es un cruce entre las recientes Edén al oeste (Costa Gavras), The Visitor (Richard Jenkins) y Gran Torino (Eastwood) sin la capacidad de fuego de la última, claro.

 

Hay gente que sigue educando aunque sea en salas minúsculas. Igual la podían pasar en Vic. 

PD: BEATRIX KIDDO que se entera bastante más que yo, explica muy bien Un tipo serio

ARM


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