Revista Arquitectura

El convento

Por Arquitectamos

Todos conocemos el feo pero eficaz dicho de "para lo que me queda en el convento..." Pues bien, a Donald Trump ya sí que parece que le quedan muy pocos días, aunque nunca se sabe, porque este hombre es capaz de cualquier cosa, y tiene seguidores muy locos.

Pero de lo que quiero hablar hoy es de que, ya prácticamente con un pie fuera de la Casa Blanca, yéndose y ya casi desde el patio, ha dictado una orden ejecutiva que se ocupa del gran tema que han tocado todos los grandes estadistas que en el mundo han sido: La arquitectura.

Este hombre, consciente de la necesidad de dejar un buen legado tras él, un gran recuerdo de su paso por el poder casi omnímodo, ha hecho una proclama por la buena arquitectura, la arquitectura decente, la que a él le gusta. (Bueno; la que a él le gusta y la que le gusta a todo ser humano bien nacido).

El convento
Trump con su familia en su apartamento de la Trump Tower enla Quinta Avenida de Nueva York. Obsérvese... obsérvese todo.
El convento

La orden ejecutiva que acaba de dictar prohíbe la arquitectura moderna ("brutalista") en todos los edificios federales, que deberán ser obligatoriamente de estilo agradable, noble y digno. 

El convento
Primera página de la orden ejecutiva(Clicadla para poder leerla)

Tras una introducción que parece escrita a dos manos por el Príncipe Carlos de Gales y Léon Krier, en la que se loa la buena y muy noble arquitectura de los antiguos griegos y romanos (pero para ellos era arquitectura moderna), habla de la necesidad de que los edificios públicos den ejemplo de hermosura y de decoro y, por lo tanto, sean diseñados al estilo clásico.

Se acepta neoclásico, "Greek Revival" (?), renacentista, Beaux-Arts, Art Déco...

-¿Art Déco? Eso ya es decadente.
-He dicho Art Déco.
-Bueno, de acuerdo, señor presidente.

Y, por supuesto, se prohíbe el estilo moderno, que es brutalista.

-Usted sí que es bruto.
-¿Decías?
-No, nada, señor presidente. Mi presidente.

Cuánto les gusta la arquitectura a todos los que tienen poder. Qué tendrá la puñetera arquitectura que indigna y complace tanto. No ha habido poderoso, sea del signo que sea, que no haya pontificado sobre cuál es la buena y verdadera arquitectura. Curiosamente en demócratas se da menos. Esto es cosa más bien de dictadores o seudodictadores. Estos son quienes más empeño ponen en decirle a la gente cómo tiene que vivir. Y si algo muestra la forma de vivir es la arquitectura.

Y siempre es el mismo estilo: El neoclásico, que a su vez va "degenerando" en algún tipo de Art-Déco, ya sea en los pináculos de las torres moscovitas, en las cúpulas del Gran Berlín o en la cruz del Valle de los Caídos. Son curiosísimos elementos de decorativismo áulico (estupenda contradicción) en la que se pretende una arquitectura solemne a la vez que meliflua, tan grandiosa como pastafloral. Es como la espuma de la nata montada de la ideología.

¿He dicho ideología? No lo es, porque se da en comunismos, capitalismos, fascismos y religiosismos. No es ideología. Es cultura. Bueno, incultura. Es un "quédense quietecitos y muy solemnitos, y no se me muevan". El capitel corintio en ayuda del orden social y de la paz de espíritu. Los triglifos y las metopas en auxilio de la decencia.

El jefe de estado deviene en promotor de salones de bodas, regentador de palacios del pollo frito y constructor de panteones. El líder del pueblo se hace arquitecto de sueños y guía a los suyos hacia un horizonte de felicidad.

El convento

[Escribo horizonte de felicidad en el Google-imágenes y esta es la primera que sale. ¿Previsible? Sí. ¿Preciosísima? Por supuesto. Esto lo entiende todo el mundo. Esto lo quiere todo el mundo. Como la arquitectura neoclásica. (El sol no estaba incluido en las palabras de búsqueda, pero Google te lo regala. También es así la arquitectura clásica. La respetabilidad no es obligada, pero viene de regalo con el fuste estriado. Y las emociones van incluidas en el arquitrabe, en el frontón y en las acróteras)].

Otra cosa que les pasa a los líderes mundiales es que saben más que nadie. Para proclamar su orden ejecutiva no es que no haya preguntado a arquitectos, diseñadores, historiadores y críticos, es que dice precisamente que no hay que hacer caso a arquitectos, diseñadores, historiadores ni críticos porque es por culpa de los arquitectos, diseñadores, historiadores y críticos por lo que las cosas han llegado al abismo de horror al que han llegado.

No. No se asesoran por nadie. No escuchan a nadie que se salga de su íntima camarilla de pelotas y de iluminados. ¿Acaso no hay ningún científico en los Estados Unidos de América? ¿Acaso no hay nadie que sepa algo de microbiología ni de epidemiología? ¿Acaso, si alguien hubiera, el presidente de la nación no tendría acceso a él para consultarle alguna cosa? Pues recordad que este ser omnisciente recomendó la ingesta de lejía para vencer al virus. Así se las gasta el jefe del estado más poderoso, más avanzado y más sabio de la Tierra.

Este ser nos dice que tiremos a la basura todo lo que sabemos de arquitectura, que desoigamos a quienes tienen algo que decir sobre ella para hacerle caso a él, que es quien más sabe. (Y ahora vais, si tenéis narices, y volvéis a mirar su saloncito de la primera imagen).

Este iluminado, como todos, coherentemente con toda su trayectoria, dice que el ser inculto es noble y bueno, y que la espontaneidad de su juicio y su ignorancia es superior al parecer de quien se ha consagrado a un conocimiento o a una profesión. Este ser nos dice que todo el mundo sabe de cualquier cosa, menos quienes la han estudiado, porque el estudio es una especie de vicio o de veneno que echa a perder la virginal limpieza de criterio: Ese criterio jovial, desenfadado y límpido que te hace amar el Greek Revival o beber lejía como un poseso.


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