Revista Cultura y Ocio
Natsume Soseki fue considerado en su día el patriarca de las letras japonesas. Muy versado en literatura inglesa, el sueño de todo japonés aspirante a escritor en los primeros años del siglo XX era ingresar en su círculo. Aparte del prestigio que le confería haber pasado una temporada en Occidente, Soseki practicaba un nuevo tipo de literatura más psicológica, más individualista, más occidental, un tipo de literatura que resonaba mejor en una sociedad que estaba en pleno proceso de transformación.
Su novela más famosa y más apreciada es “Kokoro”, que podría traducirse como “El corazón”, aunque el significado de la palabra es mucho más rico. La escribió en 1914 y fue la última novela que terminó, ya que murió dos años más tarde.
La obra de Natsume Soseki pronto se convirtió en un clásico de la literatura contemporánea japonesa. Para los años 30, toda persona cultivada tenía que haber leído algo de Soseki. Pronto sus obras entraron en el currículo de lecturas del bachillerato. Sin embargo, “Kokoro” no entró en el currículo sino después de la II Guerra Mundial. Unos pocos datos para mostrar el impacto de “Kokoro”: la casa editorial Shincho anunció que entre 1952 y 2006 había impreso un total de 5.940.000 ejemplares de “Kokoro”; se calculan en más de 3.000 los estudios críticos publicados sobre la novela solamente en Japón; en encuestas realizadas en Japón desde 1949, sobre los escritores más populares, Soseki siempre figura entre los diez más votados y hasta 1980 fue el más votado en quince ocasiones. La popularidad de la novela llegó hasta tal extremo que en 1991 la Nacional University of Singapore organizó un simposio internacional dedicado exclusivamente a la misma. Y lo que es más notable: consiguieron tener audiencia.
La novela es interesante, pero en mi opinión, desde un punto de vista estilístico y de estructura narrativa, ha quedado un poco anticuada. Hay mucha reflexión atormentada y mucho autoanálisis, pero poca acción. La novela se divide en tres partes de las que las dos primeras son la preparación para la que de verdad importa que es la tercera, que en extensión ocupan lo mismo que ésta.
En la primera parte el protagonista nos cuenta cómo en un lugar de veraneo conoció al Maestro. Hubo algo en su actitud distante y reservada que le atrajo y no paró hasta entablar relación con él. El protagonista se ve cada vez más atraído por la personalidad reservada y cortés del Maestro, quien parece ocultar un oscuro secreto.
El Maestro parece reservar su intimidad y su sabiduría para su discípulo recién conseguido. “El Maestro era, hablando socialmente, desconocido para todos. En la medida en que lo podía apreciar, yo era el único que podía aproximarse a su saber, a sus ideas. Nadie más podía apreciarlas en su justo valor.” Desgraciadamente el protagonista nunca aclara cuáles son esas ideas tan apasionantes del maestro más allá de su pesimismo sobre la condición humana.
En la segunda parte el protagonista cuenta cómo va a pasar el verano a casa de sus padres en la provincia y poco después de su llegada su padre tiene un ataque y su salud empieza a deteriorarse. Sé que no es la actitud habitual del lector ante la novela, pero después de las reticencias del refinadísimo Maestro, la zafiedad del padre, que es un paleto de aldea, me pareció un soplo de aire fresco. En ésas está el protagonista, asistiendo a las últimas semanas de vida de su padre, cuando recibe aviso de que el Maestro querría que fuese a Tokio porque necesita hablar con él. El protagonista responde que no puede en esos momentos. Unos días después recibe un paquete. Es el testamento del Maestro, en el cual explica cuál es el oscuro secreto que escondía y que le ha llevado a suicidarse. Lo que cuenta el testamento ocupa toda la tercera parte de la novela, que no voy a desvelar.
La historia tiene su interés y los personajes, sin ser redondos del todo, están bien dibujados. Aunque no haya mucha acción y sí mucha paja mental, se lee con facilidad. Aun así, uno siente que ha envejecido mal. Me ha recordado a alguna novela alemana y austriaca de comienzos del siglo XX, como “Confesión de un asesino” de Joseph Roth o “Mi primera mujer” de Jakob Wassermann, novelas que en su día tuvieron impacto, pero que hoy son casi piezas de museo.
Me pregunto por el futuro de esta novela y de la producción de Soseki en general si un día le sacan del currículo de las escuelas, si realmente estaría preparado para competir con Banana Yoshimoto o con Ryu Murakami.