La bandada se situó sobre nuestras cabezas.
Eran millones de pájaros que eclipsaron el sol
con sus graznidos y revoloteos hirientes.
Se apagó el suave roce de las arenas de la prudencia.
Dejó de oírse el rumor de las olas del pensamiento.
Se extinguió la apacible brisa de la cordura.
El hálito se tornó frío y espeso.
Sombras, crujidos, susurros viscosos.
La noche impuesta trajo un vacío de murmullos,
el crepúsculo de la razón.