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El crokentazem

Publicado el 09 abril 2013 por Daniel Rubio @DanielRubioM

EL CROKENTAZEM


Estuve a puntito de ser más que millonario, pero no sé porqué, el negocio no cuajó bien. Os cuento:

Por Daniel Rubio
   Resulta que el otro día, y como suele ser costumbre los viernes, llevé al bar de un amigo una docena de las croquetas que hago semanalmente con las sobras del cocido del jueves. Él me paga bastante bien por llevárselas, así que, como estoy en paro, no me puedo negar, amén de que son la delicia de su local y hay gente que paga una buena pasta cuando éstas son subastadas. El caso es que, el viernes pasado acudieron unos alemanes a su local al llegarle a sus oídos la fama que estaban adquiriendo sus croquetas. 
—Señor, nos gustaría comprarle la patente de la receta. 
—Lo siento amigos, estas croquetas son obra de mi magnífico amigo Daniel Rubio, junta letras donde los haya y, además, muy guapo el chico. 
—Preséntenos a su amigo y usted también recibirá una buena suma —le dijeron los alemanes. 
Y eso hizo, inmediatamente los trajo a mi casa. 
—¿Es usted Daniel Rubio? —Me quedé callado, debo reconocer que el tono que empleó para formular la pregunta me acojonó, así que, tras hacerle esperar unos segundos, me limité a asentir. 
—Queremos el secreto de tus croquetas y estamos dispuestos a pagar una cantidad ingente de dinero. Ahora Alemania marcha muy bien, ya que allí tenemos buena mano de obra española que trabajan mucho y cobran poco, además, nuestro Führer Merkel, como tiene a toda Europa cogida por los huevos, estamos cobrando grandes cantidades de dinero gracias a comprar deuda de los países ruinosos, y podemos pagarte hasta aburrirte. 
Joder, los ojos me hicieron chiribitas al escuchar que me iban a aburrir de pasta y, quizá, la ambición me pudo un poco. 
—Un milloncejo por adelantado y se vienen ustedes la semana que viene y van tomando nota de cómo hago yo mis croquetas.
—¿Un milloncejo quiere decir seis mil euros, comparando con vuestra antigua moneda? 
—No, inútil cabeza cuadrada, un millón de eurapios que me meto a la saca, o sus comís un rosco. 
Tardaron un poco en pensárselo, pero por fin aceptaron. No penséis entonces que ésta es la causa de mi ruina, pues ésa, en realidad, la desconozco aún todavía.  
Los alemanes volvieron al viernes siguiente con el millón de euros pactado, para antes de empezar, y un contrato donde decía que me darían anualmente un veinte por ciento de las ventas; y me puse manos a la obra. 
—Tomen nota, amigos, esto es algo que hay que hacer con suma delicadeza y no hay que pasar por alto ningún detalle… por insignificante que parezca, ¿ok?
Asintieron. 
Me serví un vaso de whisky antes de comenzar la tarea, como es costumbre, y comencé:
—Primero separo toda la carne de los huesos del pollo y el jamón del cocido, es un trabajo engorroso pero hay que hacerlo bien. 

—Nuestros nuevos ingenieros, cultivados a la salud económica que antaño disfrutaba España, inventarán una máquina de aire comprimido que hará ese trabajo para producir mucho y bien. 
—Pues vale…—les respondí a la par que me echaba otro vaso de whisky—. Ahora, hay que picar una cebolla mediana y un par de dientes de ajo así, bien picaditos con el cuchillo, pero que no quede muy grande, ni muy pequeño. 
—Nuestros nuevos ingenieros, esos españoles que nos estamos trayendo por la mitad de precio que los alemanes, inventarán una máquina que troceará la cebolla y el ajo ni muy grande, ni muy pequeño.
A partir de aquí ya se me empezaban a atragantar este par de tíos, pero la pela es la pela y no tuve más remedio que continuar…
—Ahora hay que hacer la carne en trocitos muy pequeños, porque a nadie le gusta encontrarse un zaraballo carne. Por eso yo los meto en la picadora de la Minipimer para que salga una masa perfecta de carne. 
—Nuestros ingenieros españoles diseñarán una picadora de carne industrial y nos venderán la patente muy barata. Después nosotros se la venderemos muy cara a un fabricante alemán, que no pondrá reparos en pagar una gran suma, puesto que ahora trabajan allí muchos españoles que trabajan mucho y cobran poco, y nos adjudicaremos otro invento, como el de ese barcelonés que inventó la Minipimer y que luego compró una gran casa alemana.
No pude más que suspirar, y meterme otro vaso whisky entre pecho y espalda. Aunque me quedé quieto unos segundos, hasta que recordé que tenía un talón por valor de un millón de euros en el bolsillo. Y continué:

—Bueno, ahora ponemos una sartén al fuego con un chorrito de aceite de oliva y echamos la cebolla con el ajo picado y sofreímos hasta que se poche la cebolla, es decir, hasta que ésta se quede un poquito transparente, ni más, ni menos. Hay que estar atentos, porque si por una de estas la cebolla se fríe un poco de más, el resultado va a ser muy distinto. 

—Nuestros ingenieros españoles low cost… 
A partir de aquí el bendito whisky comenzó a hacer su efecto, como todos los viernes, y ya no les di más explicaciones, nada más me dediqué a hacer la masa para las croquetas mientras los alemanes tomaban nota de todo cuánto hacía. 
Vertí la carne picada junto con la cebolla y el ajo, abrí el cajón donde guardaba la harina, y, por desgracia, también la farly que todos los viernes me traía mi Rey Majo (o su camello, no lo recuerdo bien), cogí una de las bolsitas cuyo contenido era blanco y eché cinco cucharaditas soperas. Claro, enseguida dudé, como todos los viernes, de si lo que había echado era farly o harina, ante la duda, esnifé una raya en la encimera de mármol de mi cocina. 
—Joer macho, pues que me he vuelto a equivocar y le he metío farly en vez de harina… pero no pasa nada, chavalín, que ahora le echo la harina y lo soluciono, siempre me pasa y al final a la peña le molan mis croquetas, ¿no estáis aquí para eso? Pues hale, hale, a tomar nota.
Eché en la masa las correspondientes cucharadas de harina y removí el contenido para que la harina después no sepa a cruda y añadí 750 ml de leche y un poquito de sal. Después, en vez de coger el bote de nuez moscada, pillé uno donde guardo el polen de mi cosecha de cannabis y espolvoreé un poco por encima. 
—Mierda, joer macho, qué desperdicio lío yo aquí todas las semanas, pues que le he vuelto a echar un poco de polen de la maría de mi última cosecha, pero no pasa ná, ahora le meto la nuez moscada como Dios manda, y lo arreglo. Esto me pasa todas las semanas y la peña el bar de mi colega se vuelve loca por mis croquetas. 
A continuación, removí durante unos minutos la masa que, poco a poco, iba cociendo en la sartén para que espesara. Cuando espesó lo suficiente, la retiré y la extendí en una bandeja plana, le puse un trozo de film por encima y, mientras lo dejé enfriar, invité a los alemanes a mi despacho y les ofrecí un whisky. 
Naim, naim, naim… —gritaron los dos al unísono. 
—Joer tíos, os parecís al Hitler en la película esa que sale el Brad Pitt… 
Me eché mi whisky, si rompía uno de los pasos en mi elaboración croquetil, tenía claro que no iban a salir como Dios manda, y, como todas las semanas, tras tomarme mis copitas, me entraron unos retortijones enormes y no tuve más remedio que ir al baño. Los alemanes, que se sentían un tanto confusos cuando los dejé solos, me siguieron y esperaron en la puerta, aunque creo que uno me estaba mirando por la rendija, ya que no me gusta cerrar la puerta del todo cuando bebo, por eso de si te caes y tal y luego no sabe nadie dónde estás. Tiré de la cadena y fui a la cocina mientras esos dos me seguían. 
—Ahora ez uando  hay que enlollal las cloquetaz  con er pan rallao y er perejil… —era evidente que el whisky estaba actuando, pero no me iba a dejar amedrentar, y me tomé otro vaso. Todos los viernes era la misma batalla.  
Cogí una cuchara del cajón y fui sacando porciones de la masa de las croquetas para hacer cilindros con mi mano. 
—Señor, no se ha lavado las manos —dijo uno de los alemanes. 
Tanquilo migo,eto me patxa toas las semanas y nadie se ha quejao, miscloquetaz son las mejore de tó er mundo mundiá.
A partir de aquí ya noté yo que la actitud de los alemanes empezaba a ser algo tirante, pero no le di importancia y continué con mi labor. Atrapé la cuchara y cogí una bola de la masa y fabriqué un cilindro con ella, cuando fui a rebozarla, me di cuenta que no había preparado todavía el rebozado. Abrí la nevera, saqué un par de huevos, los batí y después, en un plato, vertí pan rallado. Luego quise coger un bote de perejil seco para mezclarlo con el pan rallado, pero una semana más, me confundí y vacié el glinder que contenía la yerba machacada del canuto que me acababa de hacer. 
Anquilos migos, eto me patxa toas las emanas… no e patanto. Hora etxo er perejí, y rezolucionao tó. 
Y así lo hice, eché el perejil, lo mezclé bien con el pan rallado y di una primera rebozada a la croqueta, después la pasé un poco por el huevo y le di otra rebozada. Hice cuatro o cinco y las freí bien. Pero cuando me giré para que las probaran, no estaban ni los alemanes ni mi talón por valor de un millón de euros, mas sí dejaron una nota pegada en la puerta de la cocina que decía así:
No podemos estar más indignados, has desperdiciado nuestro valioso tiempo y lo vas a pagar caro, tú, y el resto de españoles. Nuestro Führer Merkel ya lo decía, que en España sólo había corrupción y mano de obra barata, pero sólo hicimos caso a lo segundo. A Dios pongo por testigo que jamás os bajará la prima de riesgo, que aumentarán los casos de corrupción y que tan sólo podréis votar a dos partidos, amén de que provocaremos un hundimiento del Ibex35 con el que nosotros nos enriqueceremos comprando vuestras ruinosas empresas y aumentará el paro en España porque nos las llevaremos todas al extranjero.

Terminé de hacer todas las croquetas, las metí en un taper ware y me fui al bar de mi amigo para que éste las subastara en su bar. Me pillé el pedo del quince allí y, hasta hoy, no me había vuelto acordar de que una vez, estuve a punto de ser más que millonario. Y es que mi madre ya me lo advirtió de pequeño: Cualquier día tú solito te cargas un país entero. Aunque todavía continúo sin saber qué es lo que hice mal, ¡con lo que gustan mis croquetas!

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