Domingo. El sol tibio del otoño invita a pasear por Barcelona. Observé mientras tomaba un café lo que ofrecía Google Maps a una hora de caminata a mi alrededor. Mis ojos se fueron directo al Museo del Diseño, específicamente a la muestra “El Cuerpo Vestido. Siluetas y Moda (1550-2015). Llegué en treinta minutos, luego de pasar por el frente de la Sagrada Famiia, tomar la Av. Diagonal donde me detuve en un tromp d’oeil delicioso y dirigirme a la Plaza de Glorias Catalanas que está en plena reforma e intuyo terminará pronto y quedará espectacular (sí, a diferencia de la Sagrada Familia que quedará espectacular pero no se sabe cuándo…).
El Museo del Diseño ocupa el actual edificio desde 2014. Moderno, liviano, tiene varios niveles que se corresponden con distintas entradas. Un techo que parece volar por encima de las plantas, se extiende en forma de alero sobre las plazas secas que lo rodean dejándose ver desde lejos. Antes, es inevitable divisar a la Torre Agbar que si bien me remite al delicado bullet (bala) de Londres de Foster/Shuttleworth resultó querer emular un geiser (no creo que lo hayan logrado…).
Listo, ahora sí, directo a la tercer planta a ver la muestra. En su presentación dice que la exposición se propone explicar cómo el vestido modifica la apariencia del cuerpo mediante acciones que tienden a comprimirlo, ensancharlo, alargarlo y a liberarlo alternativamente desde el siglo XVI a la actualidad. Yo agrego, luego de recorrerla que esas acciones están fuertemente ligadas a las circunstancias políticas y sociales del momento.
Así a lo largo de las distintas épocas vemos que la Revolución Francesa trae consigo una transformación simplificando la vestimenta, configurando siluetas rectas, libres de los corsés, calzones y zapatos de la aristocracia como los que se ven en la siguiente foto.
Claro que … luego la revolución industrial abre paso a una producción textil prolífica que acompañada por la intención de ostentar poder fue haciendo que los vestidos vuelvan a ganar en volumen. Tanto que se observa uno de los formatos más curiosos para mí: el “polisón”, estructura que, con distintas formas, resalta la zona posterior del vestido, a la altura de la cola, donde acumula gran cantidad de tejido bien abullonados. No logro imaginar cómo se sentaban las mujeres entonces.
Llegando al 1900, con el modernismo aparecen espíritus sinuosos en todas las expresiones artísticas. La moda no escapó a la época. Cinturas estrechas, pechos de paloma, vientres y pelvis quebrados… vuelven los corsets… Miren esta foto… qué pose…. “Bellas en forma de S” dice la descripción de esta parte de la colección.
La primer Guerra Mundial pone en tela de juicio, otra vez, al corset al ritmo que las mujeres se suman por primera vez con cierta masividad a la fuerza laboral. La silueta se alarga, se aplana casi mostrando una imagen andrógina. Los vestidos se adaptan al aire libre, al baile! Es notable ver como a esta altura ví al corte de la cintura subiendo y bajando desde el lugar “natural” a la línea por debajo del busto. Subió con Napoleón, bajó con la Revolución Industrial, desaparece entre guerras.
De los tantísimos vestidos exhibidos destaco dos, en los extremos de la paleta de colores: uno de Agatha Ruiz de la Prada y otro de Balenciaga. Adivinen cuál es el colorido y cuál el negro… Hermosos ambos (yo me le animaría al Balenciaga).
En fin, toda una reflexión acerca de cómo evolucionó el código de vestimenta. Me encanta identificar la influencia de los hitos históricos en los comportamientos individuales y ver cuánto habla la vestimenta de nosotros y la época en la que vivimos. Imagino en un futuro un nuevo capítulo en esta exhibición con el testimonio del cambio de hábitos durante y post era Covid. Mis vestidos, abrigos, zapatos y carteras me miran cada vez que abro el placard, como susurrándome: “¡No te olvides de nosotros! ¿Volvemos?”.