Revista Informática

El desierto programado (y III)

Publicado el 30 julio 2016 por Sesiondiscontinua
El desierto programado (y III)El desierto programado (I)
El desierto programado (II)
«Los libertarios civiles y los racionalistas que siempre están alerta contra la tiranía han olvidado tener en cuenta el infinito apetito de distracción del hombre».
Nueva visita a un mundo feliz, Aldous Huxley (1958)
Estoy persuadido de que cuatro novelas distópicas con menos de cien años ofrecen un vistazo bastante creíble a nuestro futuro a medio plazo como sociedad compleja, cuatro narraciones de ficción que aciertan parcialmente --tanto por convicción como por casualidad, no pienso entrar en eso-- en algunos detalles de nuestro provenir como especie y como grupo social:
1. Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley se adelanta en 46 años a la idea de la clonación en laboratorios; y también en casi un siglo a la fecundación bajo demanda. Los bebés son encargados con una serie de características (en la novela son más bien rasgos de carácter, no físicos, aunque también), orientadas a la función y al estrato social que ocuparán de adultos en la sociedad (de momento esta selección artificial hoy sólo se contempla para erradicar enfermedades hereditarias. Lo que es seguro es que luego vendrán los padres pastosos con sus caprichos ridículos). Además de especular con un futuro en el que las mujeres han conseguido librarse de la gestación gracias al progreso científico, Un mundo feliz pronostica que la crianza y la educación --mediante técnicas de condicionamiento psicológico nada sutiles (Freud estaba de moda)-- también serán cosa de instituciones ajenas a la familia. En el libro de Huxley, ésta se considera una forma de organización primitiva, un riesgo para la salud; y esa es la razón por la que se han dedicado tantos esfuerzo a erradicarla. Toda esa liberación biológica y socializadora proporciona un tercer beneficio: liberada de ambas cargas, la juventud puede (y debe) entregarse a los placeres sensuales (hoy diríamos a intercambios multi o polisexuales) con ayuda de un sofisticado estimulante farmacológico (el soma, hoy hemos rebasado esa previsión con un amplio catálogo de drogas de diseño). La promiscuidad y el sexo sin garantía de embarazo se consideran una pauta de socialización sana, y quien no la sigue (el protagonista entre otros) es un peligro potencial, alguien que merece ser vigilado o apartado. Hoy en día, los portales y appde contactos garantizan que esto pronto será un estilo de vida --una vez consolidada la disociación entre fecundación y sexo-- que se fomentará en las escuelas; y mantener numerosos intercambios sexuales (simultáneos o secuenciales) será un síntoma de buena salud, un complemento que ayudará a sobrellevar las largas jornadas que requerirá la especializada organización del trabajo. También hoy podemos decir que se ha consolidado un ocio ubicuo y sensorial muy similar al que describe la novela.

2. Hijos de los hombres, tanto la novela original de P. D. James (1992) como la película de Alfonso Cuarón (2006), sobre todo esta última por la importantísima puesta al día en ambientación y anticipación sociocientífica: la acción se sitúa en un mundo en el que --por razones que la ciencia aún no ha descubierto-- hace años que no nacen niños; una premisa genialmente sencilla por su plausibilidad y verosimilitud que nos recuerda lo frágil que es el equilibrio que nos mantiene en este planeta. Normalmente damos por supuesto que las generaciones se sucederán unas a otras de forma natural (en realidad se trata de una suma de decisiones individuales), cuando lo cierto es que un mero cambio de costumbres o una enfermedad desconocida nos pueden llevar, como especie, a un callejón sin salida. Así pues, la población envejece, en menos de un siglo habrán desaparecido todos los humanos, y sin embargo siguen viviendo como si nada, con la secreta esperanza de hallar un remedio a la esterilidad sobrevenida; pero también acumulando graves secuelas psicológicas (aislamiento, atomización de las relaciones, egoísmo, desconfianza) y radicalismos ideológicos (desigualdades económicas, cierre de fronteras, persecución de la inmigración). La humanidad se sabe abocada a una extinción silenciosa y sin violencia, víctima de sus propias contradicciones, sin necesidad de subvertir en lo más mínimo la teoría de la evolución, o las leyes de la termodinámica, y sin recurrir a catástrofes nucleares o conflictos bélicos planetarios. Lo más inquietante de la novela es que retrata lo que será, en unas décadas, si no se invierten los actuales indicadores demográficos, un mundo envejecido; no exactamente sin niños, pero sí donde éstos serán un segmentos descendente de la población. En nuestro mundo real no será por culpa de una pandemia que de pronto vuelva estériles a hombres y mujeres, sino porque no tener descendencia es la mejor estrategia evolutiva para encajar en la sociedad ultraespecializada que nos hemos montado. El libro y la película avisan: retirar una pieza que creemos minúscula puede provocar que toda la estructura se venga abajo sin remedio.


El desierto programado (y III)3. La posibilidad de una isla (2005) de Michel Houellebecq especula con un posible futuro para la élite que sobreviva a un planeta inhabitable desde el punto de vista climático y medioambiental: seres humanos aislados en zulos de ocio hipertecnificados que les provee de todo lo necesario sin tener que salir al exterior, clonados desde hace generaciones (no concebidos mediante sexo ni criados en familia) y que se siguen considerando parte del ser humano original cuyo respectivo genoma les sirve de réplica. En esta novela se supone que llegará un punto en que la naturaleza estará tan degradada que la supervivencia de la especie humana sólo será posible gracias a la tecnología, pero no sólo para obtener alimento y aire que respirar, sino para perpetuarse en el tiempo. La clonación evita tener que mantener costosos entornos sociales basados en los que conocemos en la actualidad (no hacen falta escuelas, ni instalaciones de abastecimiento ni viviendas familiares). La clonación también permite prescindir de todas las clases de socialización que hemos conocido en los últimos milenios, de manera que una casta de elegidos para la gloria --según la novela, surgida en nuestro presente como una secta rodeada de polémicas de toda clase-- consigue sobrevivir a base de autorreproducirse en el tiempo, generando reemplazos idénticos de sí mismos cuando el cuerpo se queda sin aliento. La memoria, además, se puede conservar y acumular para la siguiente generación, por lo que la identidad de la nueva réplica es la misma, pero incrementada. Probablemente es la profecía más disparatada de las cuatro novelas, aunque la tecnología que la sostiene ya es casi una realidad, igual que el retrato de esas élites zumbadas de nuevos ricos que no pararán hasta dar con un sucedáneo de la inmortalidad.

4. Noches de cocaína (1996) de James G. Ballard retrata un aspecto del futuro muy relacionado con la novela de Houellebecq: en las actuales urbanizaciones de lujo del Mediterráneo --la novela transcurre en la Costa del Sol (Málaga)-- se atrincheran cada vez más los jubilados pastosos y los pastosos a secas, y tanto el miedo a que les despojen de sus pertenencias como el deseo de aislarse del resto del mundo hace que blinden sus casas y diseñen unas vidas aisladas. Ballard retrata el ambiente en una urbanización habitada sobre todo por británicos cuyas zonas de recreo y actividades culturales se mantienen en funcionamiento gracias a los robos que perpetra uno de los gerentes, convencido de que es precisamente el temor a los asaltos lo que lleva a estos pastosos atrofiados a refugiarse de nuevo en la comunidad, a participar y organizar juegos, competiciones deportivas, exposiciones, talleres... Esta idea es sólo el leitmotiv de un argumento por fortuna bastante más complejo e interesante, muy del estilo de Ballard, adornado --como es habitual en él-- de increíbles descripciones del presente repletas de extrañamiento extraterrestre. Con todo, esta idea (la inseguridad personal, en determinados entornos, haría que nos volcáramos de nuevo en la comunidad de la que hemos huido) podría explicar el actual ciclo de enroque antisocial e individualista de las élites, el blindaje al que se someten con la excusa de su protección personal. A medida que la población se prejubila, da un pelotazo o envejece se llena de personas ociosas, y todos los que se lo pueden permitir se rodean de comodidades y se desentienden de lo comunitario, de la política, de sus iguales; el egoísmo es la pauta, y según Ballard sólo la amenaza o la experiencia directa de haberse vistos despojados de sus propiedades es lo que puede devolverlos a la sociedad, aunque sólo sea a través de un espejismo de solidaridad, hecho de actividades ridículas y sin finalidad práctica, que dé salida a su egoísmo.


La combinación de estos cuatros textos podría encajar en la clase de sociedad que estamos fraguando y que podría cristalizar en las próximas dos décadas (o menos). Una sociedad que renuncia voluntariamente a la procreación (a cambio de una expectativa de bienestar egoísta) y que sin embargo mantiene intacto el deseo de transmitir su legado a las generaciones futuras. Una sociedad que recurre a la tecnología para aislarse cada vez con más eficacia y que a la vez espera que la comunidad que abandonan gracias a sus ingresos les siga suministrando servicios (alimentos, curar sus enfermedades, autogestionar la sexualidad, protegerse, matar el aburrimiento) y garantizando su estatus.
Ese futuro probable es lo que yo llamo el desierto programado: nuevas pautas sociales que se extienden y naturalizan a medida que la población envejece, la natalidad decrece y la tecnología nos permite aislarnos y prescindir de buena parte de las relaciones interpersonales. Es como cuando en un hábitat natural la modificación (degradación) de una de sus condiciones medioambientales da lugar a la proliferación descontrolada de una única especie (una planta que ahoga a todas las demás, una especie animal que acaba con las demás). El desierto programado es una sociedad ultracompleja con una sorprendente y alarmante escasa variabilidad interna que dificulta los cambios y la adaptación a tiempo; compuesta por un agregado cada vez mayor de individualidades, igual que una inabarcable urbanización de adosados. La réplica es lo que convierte el paisaje social en un desierto, y además programado porque es el resultado de un proceso consciente (aunque no de todas sus consecuencias), integrado por hitos tecnológicos y decisiones individuales que convergen en el isomorfismo.
Un ejemplo de lo que yo llamo desierto programado: cuando el calentamiento global nos impida permanecer demasiado tiempo expuestos a los rayos del sol en las playas, las zonas de arena estarán protegidas por una cubierta (ves a saber de qué material) que filtrará la radiación nociva y dejará pasar la luz y la cantidad justa de calor. Por los altavoces seguirán informando como si nada del tiempo máximo recomendado para permanecer en el agua, del protocolo a seguir en caso de quemaduras, de las actividades infantiles del día... Al principio sólo se verán obligadas a tomar una medida tan radical las zonas con mayor índice de exposición solar, pero luego, ante la psicosis generalizada, se extenderá a cualquier destino turístico del planeta, para demostrar su preocupación por la salud de sus visitantes. Y así, un síntoma inequívoco de degradación del planeta se convierte --gracias a la tecnología y a los discursos simplistas e infantilizantes, obsesionados por transmitir la sensación de que todo está bajo control-- en un inconveniente menor, una leve incomodidad que, como seres responsables que somos, cumplimos con resignación; como cuando la crema solar se incorporó, por razones de salud, a los rituales playeros. Puro Ballard.
El desierto programado no es una profecía apocalíptica ni una advertencia moral; las cosas no tienen por qué ir así. Igual que hoy está de moda el desapego racional por la descendencia, una legislación adecuada podría revertir esta tendencia (y provocar otros problemas, claro); y nuestros hijos serían testigos de un nuevo fervor por la descendencia concebida mediante sexo de toda la vida. O puede que a los gobiernos les entre el acojone total y les dé por sobreproteger la maternidad, rodeándola de un aura tan sagrada como irreal. Incluso puede que todos estos vaivenes tengan un alto componente generacional, que haya jóvenes que planten cara al futuro que les hemos planificado y se rebelen abiertamente contra ello, y su seña de identidad sea follar como locos sin anticonceptivos en lugares públicos... No lo descartemos tan rápidamente, el narcisismo tiene tanto matices...


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