He hablado acerca de quienes lavan en un día la mugre de todo el año homenajeando a los próceres en la fecha correspondiente para faltarles el respeto durante el resto del tiempo o, peor, para actuar en forma totalmente contraria a la que promueve el prócer homenajeado. Para justificar una vida equivocada no debiera ser válido como excusa el dictamen según el que el hombre ha sido construido por errores, en tal caso el peor de los criminales podría celebrar la navidad sin temor a ser reprochado. Aún, me he enterado por casualidad que hoy es 11 de septiembre, el día del maestro, cosa que al converger con mi aburrido insomnio me da pie a homenajear a los que, de tener la posibilidad, con la petulancia habitual, elegiría como maestros. Habría que ver si ellos me aceptarían, pero ya sería otro tema.
Si bien soy un gigantesco error con todo y pies, creo que puedo estar tranquilo en que no me falta voluntad para aprender de ellos de enero a enero, es posible que sí me faltara inteligencia para que mi conducta los hiciera pasar desapercibidos. Un buen alumno no debiera deschavar, a menos que lo alcanzara o superara en nivel, al maestro. De modo que estaré obligado a mencionar a los más humildes y a ignorar a los más grandes maestros que, además, son de todos. No mencionaré a Riquelme ni a Bruce Dickinson ni a Borges, esos se imponen solos, hablaré de otros a los que yo, el antialumno por excelencia, elijo.
El primer recuerdo que tengo de Alfaro Moreno es que era el único, de todos los jugadores de Independiente que estaban en el póster, que tenía un peinado prolijo. Detalle que en mi consciencia infantil fue crucial para que lo prefiriera por encima del polaco Arzeno y del morrón Rotchen, para no hablar de Meijide ni del afro luli Ríos. Después vi que el puntero izquierdo aparecía siempre solo en todo el frente de ataque y definía con tiempo y con astucia, cosa que despertó en mí la curiosidad por indagar en los procedimientos que llevaría a cabo para quedar en posiciones tan claras de gol. Así fui descubriendo a un delantero impresionante, con técnica, velocidad, potencia, cabezazo, buen porte físico, de los más completos de la época, y una inteligencia que le permitió entenderse bien con nuestro señor Ricardo Bochini.
Otro recuerdo es de cuando el mundo estaba enfocado en el regreso de Maradona al fútbol argentino con la camiseta de Ñuls y el beto Alfaro Moreno terminó por robarse todos los aplausos junto al atajalotodo Luís Islas.
Como no sólo del repiqueteo constante de las pelotas vive el hombre, hay maestros fuera del fútbol, por ejemplo: Aníbal Hugo, un periodista de la viejísima camada acostumbrado al antiguo ritmo televisivo, y cuya vigencia le trajo más complicaciones que tranquilidades. Los informes de Aníbal Hugo eran incomprensibles, mal editados, demasiado rápidos para la velocidad de relato del periodista, y con claras dificultades para sostener el tema principal, más o menos como este blog. Una vez enumeró la formación diciendo que en el arco de San Lorenzo estaba Oscar Pasacaset, ese día Dios inventó la risa humana.
Para no hacer de esto un interminable e inconducente posteo, termino con otro maestro del que sí me atrevo a jactarme (sólo porque no tiene idea de que tengo este blog): Gustavo Cipriano. Es imposible cantar como él, es imposible componer como él, pero es imposible no aprender de él. Si algún día grabo un disco, pueden ir a reclamarle.
En fin, ya que he sido lo suficientemente obsecuente con mis maestros, con estas finales palabras estaría terminando el posteo. Pasenlá joya.