Leer a Edith Wharton resulta siempre, sin excepción, un placer. Este año me he decidido a leer toda su obra y en este proyecto ando. Las reseñas irán apareciendo paulatinamente durante este año y el próximo. Me interesa particularmente, dentro del conjunto de su obra, su narrativa corta, en la que su estilo preciso y la profundo análisis de los personajes destacan de modo especial. Y hoy le toca turno a El diagnóstico (Editorial Rey Lear) que tras ser publicado en 1930 en el Ladies' Home Journal se incluyó en el recopilatorio de relatos Human Natura de 1933. Paul Dorrance, soltero de 49 años y de vida acomodada, al recibir las buenas noticias de sus médicos sobre su salud está decidido a dejar a su amante, Eleanor Welwood, con la que lleva cerca de 15 años pero a la que ha dejado de amar. Ella se ha divorciado de su marido debido a su relación con Dorrance y sigue enamorada y siendo material maleable ante los deseos de Dorrance. Pero todo cambia cuando, en el momento de ir a hacer la llamada, ve en el suelo de su despacho lo que parece ser una nota del médico que acaba de visitarlo con las gratas nuevas. El informe, sin embargo, notifica el fatal desenlace de su dolencia. La perspectiva de una muerte cercana provoca el replanteamiento de todo y, como ya ha hecho en el pasado, vuelve a utilizar a Eleanor. Le pide matrimonio, seguro de su respuesta y haciendo gala de un egoísmo supremo, tan solo para poder sentirse acompañado en su camino hacia la tumba.
Edith Wharton (1862-1937)
Eleanor, la entregada y dulce enfermera y cuidadora, necesaria en la faceta de Dorrance como pobre agonizante parece ser ahora un estorbo en su nueva etapa de hombre sano lleno de vida y anhelos. Pero Dorrance, en el fondo un cobarde, se ampara en Eleanor para, disfrazándolo de abnegación y agradecimiento, no afrontar la vida y sus riesgos. La profundidad en el tratamiento del personaje de Dorrance- Eleanor apenas se manifiesta sino en breves interacciones con él- hace la narración hipnótica llevando al lector de aquí para allá tras los cambios de rumbo en el pensamiento de Dorrance una vez se sabe curado. Y si asombrosa es la precisión narrativa que disecciona como un bisturí, asombroso es el final que, como viene siempre ya habitual en las novelas cortas de Wharton, esconde una vuelta de tuerca que da un nuevo sentido a la historia. Y, más allá de las mezquindades y miserias del alma, de la naturaleza humana, quedan de fondo las reflexiones sobre el paso del tiempo y la inevitable inminencia de la muerte...“(...) de haber sabido que la tumba se encontraba allí, tan cerca, abarcándolo todo, infinitivamente más imponente y real que las tonterías a las que había dedicado años de su vida... si alguien se lo hubiese dicho... habría hecho muchas cosas de forma diferente.. (...) había cometido la estupidez de no vivir plenamente su vida, de clasificarlo todo, de distinguir entre unas cosas y otras, de verlas en perspectiva, de elegir, de sopesar. Cuando sólo había tiempo de tomar la vida y bebérsela de un trago –antes de que el cáliz que la contenía se quebrase-, ¡Santo Dios!, mientras su garganta aún fuese capaz de tragar”.
¡Carpe diem!