Naief Yehya es escritor, ensayista y crítico, colaborador, entre otras otras muchas publicaciones, de La Jornada Semanal. Cuando recibí en mi correo su top-10, fue inevitable recordar un librito magnífico, El cyberpunk en el cine (1994), que Yehya publicó en la desaparecida Nitrato de Plata. Yehya es otro ingeniero escapado hacia la crítica y/o escritura, una fructífera tradición mexicana que podemos trazar desde la segunda mitad del siglo XX con Gabriel Zaíd hasta Jorge Ayala Blanco pasando por Jorge Ibargüengoitia y otros muchos más. Su top-10 es el siguiente:
- Blade Runner, Ridley Scott, 1982. Durante años no lograba decidir si podía poner esta película en el número uno de mis preferencias. Sentía que era tan sólo un impulso pasional, un arrebato generacional y que de ninguna manera podía compararse con las grandes obras de la cinematografía mundial. Sin embargo, poco a poco la aventura de los replicantes rebeldes que buscan a su creador para exigirle justicia se ha vuelto más y mas relevante, su impacto e influencia en lo estético, emocional y político no ha hecho más que aumentar. No puedo imaginar una obra fílmica que me parezca más cercana.
- El ciudadano Kane, Orson Welles, 1941. No se puede decir nada más que no se haya repetido hasta el cansancio sobre el prodigioso debut, jamás igualado, de Welles.
- Stalker, Andrei Tarkovsky, 1979. Pocos consideran que este sea su mejor filme pero el viaje por la Zona hacia la Habitación que puede cumplir todos los deseos, especialmente aquellos inconscientes, me parece una de las aventuras épicas más fascinantes del cine.
- La Mirada de Ulises, Theo Angelopulos, 1989. Un cineasta griego exiliado viaja por los Balcanes siguiendo la pista de los hermanos Manakis, quienes introdujeron el cine a la región a principios del siglo XX. La aventura con resonancias homéricas y joyceanas es un recorrido por el cementerio ideológico de los Balcanes y lleva al cineasta a un desolado y brumoso Sarajevo en guerra. Cualquier filme de Angelopulos merecería estar en esta lista pero esta es una fuente inagotable de reflexión aparte de una brutal catapulta sentimental.
- Casablanca, Michael Curtiz, 1942. La cinta prodigiosa de Curtiz que a pesar de su maniqueísmo y aparente simpleza es emblemática y representativa de los ideales de sacrificio y decencia que son reiterados constantemente en el cine. Cada generación tiene su propio Casablanca, pero es imposible ignorar esta influencia universal.
- Ese oscuro objeto del deseo, Luis Buñuel, 1977. El último filme de Buñuel y su obra más punzante, corrosiva y entretenida.
- Los imperdonables, Clint Eastwood, 1992. La cinta que consagró a Eastwood como uno de los grandes cineastas de todos los tiempos. Un western a contrapelo que revitaliza un género moribundo al reciclar con una vitalidad pasmosa uno de sus temas centrales: la modernización y el fin de una forma de vida. Hasta el estreno de este filme nadie había mostrado con mayor consistencia ese dilema que la clásica El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford 1962). El mérito de Eastwood es transformar la saga de un mundo moribundo en una metáfora de la vejez y de un presente atribulado por el colapso de las ideologías.
- La saga de Alien (Scott, 1979; Cameron, 1986; Fincher, 1992; Jeunet, 1997; Scott, 2012) Cinco filmes de autores muy distintos guiados por preocupaciones e intereses muy diversos. La relación de la especie humana con los aterradores xenomorfos ha servido a lo largo de tres décadas para reflexionar en torno a la tecnocultura, el armamentismo, la manipulación genética, el poder de las corporaciones y los orígenes y destino de la especie humana.
- Apocalypse Now, Francis Ford Coppola, 1979, Joseph Conrad canalizado por Coppola y sujeto a la locura, decadencia y excesos de la era. Este filme bélico es el epílogo perfecto a una época de militarismo pretencioso y ciego.
- Sátántangó, Bélá Tarr, 1994, La obra maestra del ahora lamentablemente retirado Tarr. A través del colapso de una granja colectiva tenemos un atisbo del fin del comunismo y de la catástrofe que se cierne sobre el mundo. El fracaso de una ideología corrupta no trae la menor señal de optimismo sino que representa la proverbial caída del hombre. 7 horas y 12 minutos de absoluto placer visual y total congoja ante la depredación moral y la desolación emocional del fin de una era.