Rafael Álvarez El Brujo (ya el alias es bastante molesto, no me digas) está dotado de una asombrosa capacidad para irritarme. No sé exactamente qué es lo que más me repele de él ni cómo lo consigue pero siempre acaba cabreándome. A pesar de esto y en absoluto llevado por mis acendradas y dignas tendencias masoquistas, acudo puntual la primera semana del Evangelio según san Juan, por éste último, el Evangelio de Juan y no por el chamán, conste (no obstante no sea que nos de una sorpresa...).
El evangelio de Juan mola porque es ese artefacto que alberga la mayoría de mecanismos, resortes y trucazos que montaron los que se hicieron con el poder político y social en aquel incipiente y poderoso cristianismo que podríamos llamar de segunda hora (lo que no significa de ninguna manera que hubiera habido uno idílico y de primera hora, of course... de "primera hora" más o menos, son los otros tres evangelios). Sobre esto hay ríos de tinta ensuciando papeles (y por motivos obvios, escasísimos lectores sobre estos papeles) que recogen esforzadamente una narración lo más cabal y contrastable de la construcción histórica de eso que ha sido y es el cristianismo (véanse las jugosas aportaciones de los papiros de NagHamadi, de Qumran, el grupo de Patmos… cualquiera de estas entradas en Internet harán las delicias del cibernauta) Hay mucho que contar, habría también mucha poesía que libar y puede, quizás, hasta teatro que montar.
Y sin embargo, en este Evangelio según El brujo, nada de eso. Para empezar la farsa, El Brujo no habla de estas cosillas, aunque hace como que sí. En efecto pareciera que la idea original de este montaje es una reconstrucción de este evangelio y el propio Brujo se nos presenta como un “experto” que “ha investigado mucho” sobre esto y lo demuestra, principalmente recitando y recitando incansable en griego, lengua original del librito. A parte de esto, el oficiante incluye alguna pincelada de color en forma de “narraciones antiquísimas de la Antigüedad Mediterránea” (dice él ampulosamente) y poco más, presentándose como un enciclopedista que sabe cosas que no te imaginarías pero blandiendo por todo escudo un par de citas de la Muy Interesante y unas pinturas de fondo con las que genera una especie de barrillo ilustrado en el que chapotea con fruición.
El planteamiento, valiente, pretende nadar entre las dos aguas bastante procelosas de un devoto cristiano que no debiera ofenderse en ningún momento y un ateo cualquiera que encontrara solvencia o si acaso poesía en el tinglado, pero por encima de todo, teatro: habrá de encontrarse una narración dramatizada en eso del Evangelio, si no ya me dirás, todos sentaditos en el María Guerrero, peinados a raya y esperando...
De todo lo que consigue El Brujo con más soltura es lo primero, no cabrear a los cristianos de los cuales por cierto, estaba yo rodeado en el teatro (eso se sabe por detalles que no vienen a cuento, digamos que hay señoras del barrio de Salamanca pertrechadas de rosario manipular que no dejan lugar a dudas, además las sibilinas moiras quisieron sentarme junto a un célebre púgil de Chueca, capitoste señero de la caverna mediática y uno de sus más proteicos cancerberos que vivió la obra como una auténtica exaltación). El autor se disculpa y justifica a cada rato para no molestar a nadie, o más bien para no molestar a unos, porque sus chistecillos suelen apuntar hacia un único lado y desde hace tiempo reconozco en los chistes del Brujo un tufillo de farias, o sea de hombres muy hombres y “gente bien”, ya sabes . Qué lejos de un Bassi o un Fo que se dedicaran a triturar el asunto y hacer arte (o intentarlo) desde el desmontaje más o menos ilustrado, más o menos contestatario del cuento evangélico.
Nada más lejos en la propuesta de El Brujo en la que siguiendo los caminos de una supuesta narración muy dramática que en ningún caso, le parece a este espectador, es narración ni dramática, utiliza su celebre y ya cansina voz de juglar. Baja constantemente al fanguillo del chiste fácil ¡y encima blanco! (salvo para mentar a la Ministra de Igualdad y por ahí), tanto es así que vuelve a justificarse con el propio texto apuntando que “esto no es el club de la comedia” precisamente en los momentos de humorismo más zafio en los que se bromea con la rabiosa actualidad, cayendo exacta y precisamente en un intragable club-de-la-comedia canónico.
Está claro que El brujo gusta mucho y yo no sé muy bien por qué. Lo suyo es el género juglaresco y quizás bufón de la escuela de Fo (o eso querría él) lo cual es más que deseable y muy atractivo para el personal que seguramente es lo que aprecia en sus bufonadas cuajadas en cada representación desde hace años, de bromillas mucho más propias del monólogo de la tele. Es probable que el fracaso de su propuesta sean exactamente sus aspiraciones de autor, recuerdo con mucho gusto un Lazarillo adaptado por Fernando Fernán Gómez y ejecutado por El brujo de lo más deleitoso, y puede que la erupción que me produce el personaje tenga que ver justamente con esa extraña fiebre megalomaníaca que le lleva a montar y escribir un espectáculo cada año y en los que se atribuyeunas capacidades y reconocimientos de los cuales me parece que carece, baste ver cómo se toma la licencia de exigirnos al público un triple aplauso final a base de no acabar de acabar nunca, un paroxismo onanista del autor que organiza su texto para concluir en un infinito éxtasis de reconocimiento a sí mismo, ¡por dios!, qué dañito.
ARM
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 09 mayo a las 00:02
Qué pena no haber visto este post en tu blog antes de asistir a la aberración, irrespetuosa, irresponsable y tremendamente zafia obra de teatro de El Brujo. Cuando decidí ir pensé que trataría un evangelio tan poético y absolutamente magistral como es el de San Juan con la belleza que se merece y en ningún caso que se convertiría en un insulto constante a mi libertad y mis creencias. Me pareció un atrevimiento y osadía que hablase como un intelectual de un texto que millones de personas estudian durante años para llegar a entenderlas y profundizar en ellas y que hiciera una lectura malintencionada que atenta contra la libertad ideológica. Los cristianos hemos perdido nuestros derechos en esta sociedad, ya no podemos rezar a nuestro Dios sin antes ser insultados, insultos que cierta parte de nuestra sociedad los recibe con gracia y aplauso. Si esto es belleza y arte creo que nuestra sociedad ha perdido el norte. Creo que nunca he faltado al respeto a aquellas personas que piensan diferente a mí y si lo he hecho en algún momento, lo que es claro es que no ha sido premeditado e intencionado como la agresión que este señor hace contra millones de creyentes de todo el mundo.