Si hay algo que caracterice a Léon Werth, es su punto de vista humano, realista y antimilitarista. Quizás resulte paradójico que, su gran amigo de por vida, Antoine de Saint-Exupéry combatiera con los aviones de los Aliados en plena Segunda Guerra Mundial y sea mundialmente conocido por la escritura surrealista (El principito). Las referencias hacia “el amigo”, en ambos casos, es constante, hasta el punto de que la novela por antonomasia de Saint-Exupéry contenga una de las más bellas dedicatorias del mundo de la literatura:
A Léon Werth.
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan).
Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A LÉON WERTH, cuando era niño.
Ese humanismo y realismo aparece reflejado en 33 días, la primera novela realista de León Werth. En plena invasión de Francia por parte del nazismo, miles de ciudadanos decidieron exiliarse al sur con un único objetivo: alejarse lo máximo posible del manto que cubriría Hitler en 1940. 33 días es el relato de un exilio forzado, de coger un viejo Bugatti con la esposa y todos los enseres posibles y echarse a la carretera en busca de paz. El caos, los atascos y el ruido de la metralla acompañará día y noche al protagonista. No es el único, el periodista, novelista y, a la vez, crítico de arte francés se cruzará con gente que se encuentra en la misma situación. No estamos ante una novela de ficción, es un relato real y autobiográfico de una etapa de la vida de este erudito cultural.
Los hechos históricos no deberían estudiarse únicamente a través de los libros de historia sino que, vivencias como las del autor, permiten que nos acerquemos a los sentimientos y la picardía útil y necesaria en pleno caos. Es la Francia que se siente humillada por la ocupación de una patria que les pertenece. La misma población que reconocen ser unos extraños en su propio hogar. La Francia de quienes no dudan en ponerse de lado del invasor cuando, en la casa de al lado, se da cobijo a familias completas que llevan todas sus pertenencias consigo y deben enfrentarse a las averías, los robos y, sobre todo, el hambre y la desesperación.
Resulta curioso cómo, al estar leyendo un relato escrito a la par del desarrollo del conflicto, nos damos cuenta de que el juicio crítico del autor y su sagacidad humanista da en el blanco con aspectos que han tenido que pasar más de medio siglo para que la sociedad y la historia fuera consciente de ello.
La edición de veintisieteletras, responsable de la versión en castellano, destaca por un anexo de gran valor. Es muy acertado acompañar la publicación con estas últimas páginas en las que se aclaran circunstancias históricas que podrían pasar desapercibidas en la lectura. De hecho, recomendaríamos fervientemente que, si se va a proceder a la lectura de la obra, hay que tomarse la molestia de ir consultando el anexo a medida que avanza el relato. Por el contrario, también lanzamos un tirón de orejas para la persona encargada de la corrección. La falta de tildes en palabras que las necesitan es una mala presentación para cualquier texto.
Juanjo Sánchez
Filed under: Literatura