El tenor del mensaje fue objeto de permanentes discusiones pero en general se acepta que señalaba:
“LOS JUWES SON LOS HOMBRES QUE NO SERÁN CULPADOS POR NADA”
No llegó a fotografiarse nunca la consigna porque se ordenó que fuera borrada por expresas instrucciones impartidas por el jerarca supremo de la Policía Metropolitana británica, Sir Charles Warren, quien se había personado en el lugar.Cabe concluir, entonces, en que otro notable acto mediático cimentador de la leyenda lo configuró la consigna trazada sobre un muro descubierta luego de perpetrados los crímenes de la plaza Mitre, la cual representó una incógnita menor inmersa dentro del misterio mayor que rodeó a los homicidios.
Si realmente se trató de un acto deliberado a cargo del asesino estaríamos ante un suceso clave que desvela el móvil principal o uno de los móviles accesorios que lo impelían a matar, a saber: su afán por causar el mayor impacto y extrañeza posibles. El anhelo mediático. Dicha característica habría parecido insólita para el tiempo en que se concretaron aquellos delitos, pero no lo resulta tanto en épocas recientes.
El trozo de tela ensangrentado que delatara la presencia de la frase escrita en la pared había sido descubierto por el agente policial Alfred Long no perteneciente al distrito H -que era la jurisdicción específica de los policías que custodiaban en Whitechapel- sino a una unidad asignada al patrullaje de la zona a modo de refuerzo. El hallazgo tuvo lugar a las 2 y 55 de la madrugada del 30 de septiembre de 1888 durante el curso de un rastreo rutinario.
El agente se dirigió a la comisaría sita en la calle Leman informando sobre los hechos y desde allí se comunicaron con la Policía de la City, dado que dentro de la jurisdicción de ésta se había consumado el crimen, siendo llamados a comparecer al escenario de los hechos fatales varios detectives de esa jurisdicción.
En particular, el detective Daniel Halse montó guardia frente al muro donde se consignaba el mensaje y se quedó protegiendo esta importante evidencia forense hasta el arribo del Inspector James Mac William, Jefe del Departamento de Investigación de Scotland Yard de la sección de la City, quien ordenó que el graffiti fuera fotografiado lo antes posible.
Pero su colega el Superintendente Inspector Thomas J. Arnold de la Policía Metropolitana, que también había arribado al lugar, mostró dudas y prefirió aguardar ordenes superiores, dado que la prueba estaba localizada dentro del ámbito de competencia perteneciente a la Policía de la Metro.
Seguidamente se le comunicó la novedad a Sir Charles Warren. Una vez que alrededor de la hora 5 de esa mañana el supremo jefe policial de Inglaterra concurriera a donde fue hallado el extraño mensaje trazado con tiza, ordenó que el mismo fuera borrado de inmediato y prohibió que le tomaran fotografías.
Dibujo contemporáneo que muestra a Sir Charles rodeado por sus subordinados mientras lee el graffiti
Ese mandato fue aceptado a regañadientes por el principal policía de la City de Londres, el Comisionado Henry Smith, quien en sus memorias fustigaría acerbamente a Sir Charles por adoptar esa actitud.Dicha decisión se fundó en evitar posibles desordenes y disturbios al estimarse que se trataba de una consigna antisemita insultante y que el público podría tomar represalias generalizadas contra los integrantes de esta colectividad que habitaban en el distrito.
En los alrededores poblaba una vasta comunidad judía que ya había sido objeto de recelos por los habitantes del East End mientras se mantuvo detenido a John Pizer -“Mandil de Cuero”- acusado de ser el responsable de inferir los desmanes.
Además, el primero de los dos asesinatos perpetrados aquella noche se llevó a cabo frente a un club socialista emplazado en la calle Berner cuya principal concurrencia era de origen judío, y esta coincidencia podía hacer creer que el criminal pertenecía a dicha comunidad.
Debe tenerse presente, asimismo, que al arribar el general Warren al lugar donde lucía la pintada ya era de madrugada y amanecería en pocos minutos más, lo cual la dejaría expuesta a la vista de mucha gente que se congregaba en una feria que tenía lugar todas las mañanas de domingo en las inmediaciones de la calle Goulston.
Aunque devinieran infundadas y producto de la xenofobia las sospechas recaídas sobre miembros de la comunidad judía con asiento en el este de Londres, tal suspicacia fue muy pertinaz.
De aquí que los motivos de la cautela exhibida por el jerarca al hacer borrar el escrito en el muro no resultarían tan ilógicos y absurdos como vistos en retrospectiva parecerían haber sido.
Pero lo cierto es que el graffiti -haya o no sido obra del criminal- adquirió estado público, y la tal vez loable mesura que inspiró a Sir Charles a hacerlo prontamente desaparecer impidiendo que fuera fotografiado ninguna utilidad tuvo sino que, contrariamente a sus propósitos, sólo sirvió para fomentar las suspicacias.
¿Acaso las autoridades ocultaban datos esenciales por oscuras e inconfesadas razones? ¿Había un complot de alto nivel destinado a proteger al perpetrador?
La prensa ciertamente no desaprovechó la oportunidad para agudizar sus críticas contra la policía en general y sobre su máximo jefe en especial.
Novelescas obras literarias posteriores considerarían a la enérgica actitud asumida por el general Charles Warren como una pieza importante de sus teorías sobre la existencia de una conspiración en gran escala.
La pintada hecha sobre el friso de la calle Goulston, junto con las cartas, establece el perfil mediático que alimentó el misterio y le garantizó su triste pero duradera celebridad.
Aquel acto constituiría el germen de álgidas y antagónicas interpretaciones. ¿Se quiso referir en la pintada a los Judíos? –“Jews” en inglés– ¿O, en cambio, su autor realmente escribió “Juwes”, y tal término tendría otra significación?
Dentro de las eventuales acepciones de esa palabra, quizás no mal escrita, podría haber implicancias masónicas según algunos ensayistas plantearon. También se ha rebatido esta posición considerándose que la palabra “Juwes” ningún significado poseía en la tradición masónica. Y como tal vocablo no existe en el idioma inglés, de haberse impreso así, esa escritura pudo deberse a un mero error de ortografía.
En otro sentido, ciertos escritores pretendieron que realmente en la pintada se decía “Jews” –“Judíos”, en mayúscula– y que la diferencia que se creyó advertir en la palabra es atribuible a un error de transcripción sufrido por Alfred Long, el primer policía que la descubriese, cuando la anotó en su libreta personal antes de que el Jefe hiciera desaparecer el mensaje.
Pero, más allá de esas polémicas, lo que aquí corresponde resaltar es que deviene muy interesante tener en cuenta que algunos de los más sólidos especialistas actuales sobre el caso de Jack el Destripador le restan importancia al episodio, ponderando que la pintada no tuvo por qué ser necesariamente autoría del homicida.
Opinan que el graffiti podría haber estado escrito en esa pared con anterioridad a llevarse a cabo la acción criminal. Parecería que no era infrecuente en ese tiempo que los frentes y demás paredes de las casas suburbanas en la principal urbe del mundo de aquel momento estuviesen decoradas con pintadas similares.
De tal suerte, los expertos Stewart Evans y Keith Skinner han afirmado:
“...Esa frase sobre la que tanto se ha discutido y analizado, puede que ni siquiera fuese escrita por el asesino. Si el trozo de delantal se hubiese depositado en el siguiente portal, probablemente se hubiese estudiado con lupa una críptica pintada totalmente diferente. Porque entonces, como ahora, este tipo de pintadas eran comunes en el East End de Londres…”
FUENTE: GABRIEL POMBO