Revista Cine

El fenómeno “emulación”: Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto

Publicado el 07 mayo 2012 por 39escalones

El fenómeno “emulación”: Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto

El apoteósico desembarco de Quentin Tarantino en los años noventa gracias a su muy particular recuperación del cine negro con Reservoir dogs (1992), Pulp fiction (1994) y el guión de Amor a quemarropa (True romance, Tony Scott, 1993), y a su innegable talento para contar visualmente historias, si bien no demasiado originales, sí contadas desde un reciclaje muy personal, generó y sigue generando una legión de seguidores, imitadores y emuladores que, tanto por los temas escogidos como por la forma de presentarlos en la pantalla parecen seguir la estela del director de Tennessee, bastante venido a menos desde entonces, dicho sea de paso, hasta convertirse prácticamente hoy en una caricatura de sí mismo. Durante los años noventa especialmente la cantidad de películas de temática criminal que tratan intrigas más o menos rocambolescas protagonizadas por personajes grotescos (interpretados por actores populares y alguna que otra vieja gloria) con gran minuciosidad visual y en compañía de temas clásicos de la música popular, sin olvidar la ración obligada de lenguaje malsonante y violencia verbal y física (fórmula tampoco inventada por Tarantino pero sí muy bien rentabilizada) alcanzó cotas de repercusión crítica y popular impensables en la década anterior (la del cine de aventuras, de romance o de acción en su peor versión comercial). Una de esas réplicas del ‘fenómeno Tarantino’ es la irregular Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, dirigida por Gary Fleder en 1995.

Fleder, que no pasará a la historia por su filmografía, especializada en mediocridades criminales y en olvidables trabajos para televisión, se anota aquí su mejor punto gracias a, como se ha dicho, seguir la moda noventera de la imitación de los productos de éxito de Tarantino y también a su búsqueda de referentes en el cine negro clásico, en este caso filmes como Con las horas contadas (D.O.A., Rudolph Maté, 1950) -mejor olvidarse del remake de 1988 protagonizado por Dennis Quaid y Meg Ryan- o El reloj asesino (The big clock, John Farrow, 1948), si bien introduciendo sustanciales y novedosas variaciones en la historia de un individuo que, ante la perspectiva de una muerte inminente, intenta librarse de ella para después resignarse y cerrar sus asuntos en la Tierra antes de que le llegue la hora fatal. La película se sitúa en Denver, Colorado, una de esas impersonales ciudades norteamericanas erigidas en medio de ninguna parte gracias a su papel histórico como punto de referencia en las rutas del Oeste y que constituye una amalgama sin gusto ni gracia de edificios de cristal y cemento, asfalto, barrios residenciales, comercios, altos edificios de negocios y cientos de kilómetros de desierto alrededor. Jack Warden es Joe Heff, un hampón ya jubilado que se sienta en una populosa cafetería-heladería de Denver a contar historias de los viejos tiempos a quien está dispuesto a escuchar, siempre con un taco cada tres palabras y siempre haciendo hincapié en la violencia, el sexo y los cristianos pasaportados tan ricamente. Su presencia es en cierto modo el hilo que conecta el pasado con el presente, y también con la cierta manera en que ese presente se pueda interpretar y recordar en el futuro. Su voz en off, su aparición alrededor o cerca de los personajes principales que pululan de vez en cuando por el bar, como parte del decorado o como acompañamiento de la banda sonora de su inmediata desgracia es a la vez testimonio y agente narrador de una historia negra que en su comienzo, como casi todas, resulta trivial, pero cuyas intrincadas complicaciones acabarán siendo decisivas para todos. Así, en cierto momento en el que por la puerta del bar entra Jimmy “El Santo” (Andy Garcia) en busca de su acostumbrado batido, Joe Heff empieza a contar su historia.

Christopher Walken es “El Hombre del Plan”, el mafioso de origen italiano que maneja el cotarro criminal en la ciudad, y que desde un accidente de coche que le costó la vida a su mujer está tetrapléjico en una silla de ruedas, rodeado de sus matones, en una mansión de lujo, atentido por una enfermera incompetente pero muy muy calentorra. De su matrimonio le queda un hijo bastante bobo y perturbado, Bernard (Michael Nicolosi), que hace algún tiempo -sin duda cuando comprobó el grado de imbecilidad y depravación al que podía llegar- fue abandonado por su novia del instituto, de la que sigue enamorado. Mientras tanto, se entretiene asaltando a niñas de escuela durante el recreo, lo que le lleva al calabozo cada dos por tres, teniendo que ir su padre al rescate. Cuando “El Hombre del Plan” tiene noticia de que la ex novia de Bernard vuelve a Denver con su prometido para presentarlo a la familia y organizar su boda, aprovechando que Jimmy “El Santo” le debe algún favor del pasado, el gangster decide pedirle con las debidamente convincentes amenazas y coacciones que “haga algo” para que el joven se dé la vuelta y Bernard pueda tener una nueva oportunidad con la muchacha. Jimmy, apodado “El Santo” por su apariencia comedida y elegante y por su temperamento conciliador, tranquilo y apacible que no le impide, no obstante, vivir y salir adelante en el clima de corrupción de los bajos fondos de la ciudad, no tiene más remedio que acceder, y reúne a un equipo de antiguos socios, el depresivo Piezas (Christopher Lloyd), que trabaja de proyeccionista en un cine porno y cuyas manos sufren una enfermedad degenerativa que le corroe los dedos, Franchise (William Forsythe), hombre pausado y leal que intenta abandonar el mundo del crimen y llevar la prosperidad a su familia, Viento Fácil (Bill Nunn), competente “hombre para todo” bien conectado con las bandas de traficantes negros de la ciudad, y Bill “El Crítico” (Treat Williams), una especie de psicópata demente, violento y alucinado, febril y permanentemente enchufado a la testosterona, que pone la fuerza bruta en el grupo. Todos juntos diseñan un plan para interceptar al joven en la carretera y obligarle a dar la vuelta. Sin embargo, algo sale mal, muy mal, y El Hombre del Plan, que no puede permitirse ni la deslealtad ni la incompetencia, especialmente si hace daño a su hijo Bernard o si supone un incumplimiento de la palabra dada, contrata a un asesino infalible, Mr. Shhh (Steve Buscemi), para liquidar al grupo en venganza por una misión fallida.

El principal problema de la película está en el protagonista, Jimmy “El Santo”. Resulta difícil de creer que un tipo subsista en el submundo del hampa sin haberse manchado las manos de sangre y conservando una bondad y una solidez de valores y principios impropia del ambiente en que se mueve y de los tipos con los que trata. Su drama personal consiste en liberarse del clima criminal en el que vive, marcharse de Denver, especialmente tras enamorarse de Dagney (Gabrielle Anwar) y proteger y sacar de la mala vida a una joven prostituta toxicómana, Lucinda (Fairuza Balk), que está enamoriscada de él. El personaje, así dibujado, encaja difícilmente en la figura del tipo que se mueve en los asuntos turbios del crimen local, y su perfil de protagonista positivo encuentra en el espectador el problema de su identificación con las cosas que se cuentan de su pasado, de su vida y hazañas, sin que el punto de inflexión, el momento de cambio personal, si es que lo hubo, el antes y el después, quede suficientemente explicado en ese pasado, y pobremente justificado en el presente. A pesar de ello, Fleder construye una interesante mezcla de intriga criminal y comedia negra, con toques originales, mucha ironía, diálogos notables -especialmente los que maneja Walken-, y en la que destaca su impagable galería de personajes, todos pintorescos por una u otra razón, todos extraordinariamente caracterizados y cuyas sinergias e interacciones electrizan la pantalla. Los ecos del cine negro clásico (especialmente la atmósfera fatalista, el destino implacable que tarde o temprano va a cernirse sobre los personajes) se mezclan con un preciosista tratamiento visual, a un tiempo oscuro -cuando el aire de la trama lo requiere- y colorista, una violencia salvaje y un ritmo pausado y reflexivo que en ningún momento llega a convertirse en lentitud o morosidad.

Si bien puede pensarse que las derivas de la trama resultan excesivas, absurdas, surrealistas, teniendo en cuenta lo, en principio, neutro de su inicio, es la historia de amor de Jimmy y Dagney, previsible, romanticona, melosa, lo más débil de un argumento quizá necesitado de la inclusión de una auténtica femme-fatale con más importancia en el aspecto criminal de la historia. Ni Garcia ni Anwar revisten con efectividad a sus personajes del fatalismo al que les arrastra la situación que viven, siendo los secundarios los que mantienen el interés y el vigor de la narración, especialmente Treat Williams con su desquiciada interpretación de un lunático tan inocentón como brutal, Jack Warden como veterano del hampa jubilado, Steve Buscemi como asesino “años cincuenta”, hierático, más rarito que un perro verde, omnipresente y, da la sensación, de que infalible y, sobre todo, Christopher Walken, inquietante, amenazador, duro, divertidísimo. Una película estimable, mejor en su primera mitad que en su desenlace, que toma también del cine negro su atmósfera decadente, nostálgica, oscura, entregada a ese mantra indisoluble del ciclo negro americano ante el que ningún personaje, ninguna historia pueden rebelarse, y que dice: “las cosas son como son”.


El fenómeno “emulación”: Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto

Volver a la Portada de Logo Paperblog