Editorial Sloper.
211 páginas. 1ª edición de 2013.
Conocí a Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966) en persona a finales de
diciembre de 2014. Para finalizar el año me fui unos días a Palma con mi novia
y una tarde quedamos con Román. Unas semanas antes había aceptado una de mis
novelas para publicarla, durante 2015, en su editorial Sloper. En la cafetería de un hotel de la plaza de Cort
hablamos de mi libro, de los suyos, de la editorial y de la literatura en
general. Al despedirnos Román nos mostró cuáles eran las mejores librerías de
Palma. Estábamos alojados cerca, pero estaban cerradas porque era un día de
fiesta. Al día siguiente –sábado– mi novia y yo habíamos quedado con unos
amigos para visitar unos pueblos de la isla (Valldemossa, Deyá y Soller) y por
tanto no pude entrar en esas librerías. Tampoco podría al día siguiente, por
ser domingo –además, el último de nuestra estancia en Palma–. Pero me pasé por
la librería de El Corte Inglés para ver qué tenían. Lógicamente lo que había en
las mesas de novedades era muy similar a lo que podría ofrecer cualquier Corte
Inglés de España, con la única salvedad de la interesante sección de libros en
catalán. Revisando las estanterías (de libros en español), encontré El
general y la musa, que Román Piña publicó en su propia editorial, y
sentí curiosidad por esta novela ambientada en Palma, en la que aparecían las
calles por las que llevaba días paseando y los pueblos que había visitado
(Valldemossa o Deyá, leí en una simple ojeada) y por saber cómo escribe el que
va a ser mi editor.
El general y la musa está ambientada en la Palma de 1933 y su
protagonista es Francisco Franco. A pesar de que es una novela de clara
tendencia al disparate, está basada en hechos históricos (como he comprobado
buscando en internet): en febrero de 1933 Manuel Azaña nombró a Franco jefe de
la Comandancia Militar de Baleares. Franco, junto a su familia y su ayudante,
su primo Francisco Franco Salgado-Araujo (que también aparece como personaje en
la novela) se instala en marzo de 1933 en el palacio de La Almudaina. Dice el
documento consultado en internet (ver AQUÍ) que durante su estancia en Baleares,
Franco pudo disfrutar de dos de sus aficiones: montar a caballo y la caza. Pero
en la novela de Román Piña las aficiones que cultiva Franco en Mallorca serán
muchas más.
En la isla, el ardor guerrero
desarrollado por Franco durante las guerras de Marruecos se irá diluyendo en
una vida cada vez más disipada. Franco se interesa por el jazz y empezará a
tocar la batería en un grupo que da conciertos en el bar Honolulu de la calle
del Borne, se aficionará en exceso al licor de hierbas, visitará prostíbulos,
playas nudistas y se hará amigo de la bohemia literaria de la isla, sobre todo
del escritor inglés Robert Graves
(afincado en Deyá) y de su mujer Laura.
El cuerpo principal de la novela
lo constituye un diario escrito por Franco desde marzo hasta octubre de 1933.
La prosa en la que supuestamente escribe Franco tiene mucho sentido del ritmo y
es más rica en la narración de acontecimientos que de pensamientos. Franco se
expresa con un lenguaje muy propio de la oralidad de ahora y, así, son
frecuentes en su discurso palabras como “flipar”, “friki” o “heavy”.
Franco recibe las visitas de
personajes de la época como Largo Caballero o Primo de Rivera, que le invitan a
unirse políticamente a ellos; pero él no quiere entrar en política. Está feliz
con su batería y una investigación en la que se embarca para averiguar si el
piano que se exhibe en Valldemossa y que se afirma que tocó Chopin es auténtico
o no. Román, al final de la novela, nos informa de que la polémica en torno a
la autenticidad del piano, y al número de la celda que habitaron en el siglo
XIX el músico Chopin y la escritora George Sand, es auténtica. Esta
investigación por parte de Franco constituye la trama que hace que la narración
avance.
La intención de Román Piña en
esta novela es humorística, y para conseguirlo uno de los recursos principales
que utiliza es el del anacronismo. Ya hemos comentado el tema del anacronismo
en el lenguaje, pero éste se manifiesta sobre todo en los sueños de Franco, que
son profusamente narrados en el texto y que en muchos casos son parodias de
películas de épocas posteriores a 1933, como Casablanca o El planeta de
los simios. También en algún caso se hace referencia al correo electrónico,
por ejemplo. Además, se irá apareciendo en los sueños de Franco, durante la
noche o la vigilia, la imagen de una bella joven, con cuerpo de sirena, llamada
Patricia Conde (sí, esta Patricia Conde), que Franco no dudará en tatuarse en
el pecho, y que se convertirá en la musa de nuestro general.
Sin embargo, entre estos
disparates históricos también nos encontramos con más de un personaje real que
se relaciona con Franco, como Lorenzo Villalonga, psiquiatra y escritor
mallorquín, que escribió tanto en castellano como en catalán; y que se
convertirá en su profesor de mallorquín.
Además del diario escrito por
Franco, la novela cuenta con una introducción en la que un periodista
anglosajón entrevista a los personajes de la novela –a Franco o a Patricia
Conde– además de al autor, Román Piña. Éste juega a mostrar algunas de sus
ideas compositivas al escribir este libro: “Para que la novela sea aceptada
como una obra del siglo XXI, o vapuleamos un poco el molde, o quebramos la
estructura, o no habrá analista, editor ni periodista que se acerque a olerla”
(pág. 19); o “Yo he apostado por darle Nocilla a Franco, contra la verdad
histórica.”
En las páginas finales del libro,
una vez que se acaba el diario de Franco, un informe médico de un tal doctor
Nieto nos muestra que el autor del diario tal vez sea Marcos Badosa, que ha
protagonizado alguna de las otras novelas de Piña, como Stradivarius rex, y así
se introduce aquí un nuevo juego de cajas chinas y de vasos comunicantes en las
obras de Román Piña.
Me ha gustado encontrarme
literariamente en El general y la musa
con las calles de Palma por las que caminé a finales de año, y con los pueblos
que visité, en ésta y en otras ocasiones, como Valldemossa, Deyá (aquí hice una
foto en la tumba de Robert Graves) o Soller; y con un Franco como protagonista,
metido a detective aficionado, que se le hace al lector bastante simpático.
El general y la musa es una novela disparatada y agradable que se
lee constantemente con una sonrisa en los labios, y cuya bocanada de aire fresco
se agradece, frente a los aires de trascendencia y seriedad que exhala tanta
novela sobre la guerra civil española.