La ceguera y la irresponsabilidad del gabinete que preside David Cameron, ha convertido los suburbios de las principales ciudades de Inglaterra en una hoguera. Decenas de miles de jóvenes de todos los colores se han lanzado a un frenesí destructivo, como respuesta al clima insoportable que han generado en las clases trabajadoras y populares las medidas salvajes tomadas por Cameron, que en solo unos pocos meses ha pretendido liquidar las políticas sociales y los servicios públicos que habían sobrevivido al gobierno ultrarreaccionario de Margaret Thatcher y a la incuria socialmercadista de Tony Blair y Gordon Brown.
Y es que la antaño imperial y ufana Albión se ha convertido tras la Segunda Guerra Mundial en un país de segunda fila, palanganero de los EEUU (de hecho, su caballo de Troya en Europa) en política exterior y economía, y desestructurado e impotente en cuanto tiene que ver con su funcionamiento interior; un país en el que avanza a pasos agigantados eso que los sociólogos finos llaman exclusión social, y que no es otra cosa que la lumpenproletarización de las clases trabajadoras y de amplias capas de las clases medias. Lo que golpea a Inglaterra y por extensión a Gran Bretaña no es tanto la crisis del Casino Global financiero, que también, como la voladura descontrolada del Estado del Bienestar y del Pacto Social, iniciada como digo en los años ochenta del pasado siglo y acentuada hasta el paroxismo con las "reformas" de Cameron y su gabinete de hiperreaccionarios y clónicos borjamaris.
La chispa que hizo saltar el conflicto hace unos días fue el asesinato a balazos por elementos policiales de un joven negro con antecedentes, que según acaban de demostrar los análisis balísticos (ver edición de El País de hoy) no solo no llegó a disparar su arma sino que ni siquiera la tocó. Los episodios de brutalidad criminal desarrollados por los antaño circunspectos bobbies empiezan a no sorprender en Gran Bretaña; recuerden el caso del trabajador inmigrante brasileño acribillado a tiros por policías en el metro de Londres, sin que mediara motivación alguna. Recientemente los dos máximos jefes de Scotland Yard se han visto obligados a dimitir cuando se descubrieron sus vínculos corruptos con el imperio Murdoch, corrupción que al parecer y según la prensa británica seria está ampliamente extendida en los cuerpos policiales de ese país; sin olvidar el oscuro papel jugado por este aparato del Estado y los servicios secretos en los atentados del 11-J en el metro londinense, del cual algún día se sabrá toda la desagradable verdad.
Con todo, los problemas en presencia son de raíz mucho más profunda todavía incluso que la consideración de si la policía británica es o no un miembro podrido del cuerpo del Estado. Como decía antes afectan principalmente a la arquitectura misma de las estructuras sociales inglesas, que se están derrumbando como un castillo de naipes. Lo que estamos viendo estos días en las calles de Londres es un episodio de la lucha de clases en el siglo XXI, que de momento adquiere un carácter de protesta selectiva: fíjense que lo que se incendia y saquea son en general aquellos comercios que expenden bienes de consumo, especialmente los de carácter tecnológico destinados al entretenimiento, esos artículos que el capitalismo nos ha acostumbrado a considerar imprescindibles y cuyo acceso cada vez más jóvenes tienen vetado por no disponer ni de crédito ni de metálico para adquirirlos. Si han visto las imágenes de los almacenes de Sony ardiendo, entenderán lo que les cuento.
Pero este es el primer paso, como digo y vendrán otros mucho más dramáticos, cuando la exclusión social deje a millones de británicos sin acceso no ya a los cacharritos fabricados por la industria del entretenimiento sino directamente a cosas fundamentales como los productos alimenticios, la vivienda y los servicios públicos. Ahí si se va a armar la de Dios es Cristo.
Y en fin, si como dicen de aquí a dos meses vamos a tener un gobierno del PP en España, harían bien sus integrantes en tentarse la ropa y escarmentar en cabeza ajena. Aunque me temo que no sea precisamente esa la intención de tipos como el idiota de Cristóbal Montoro cuando gallea pidiendo "más reformas en profundidad" y "menos rigidez en el mercado laboral". Lo dicho, lo que estamos viendo suceder en los barrios de Londres puede ser apenas un aperitivo del cocido completo que se va a servir en España, si a partir de octubre un gobierno del PP persistiera en "profundizar las reformas" para satisfacer la voracidad de sus patronos, los famosos mercados.
En la fotografía que ilustra el post, los restos humeantes del almacén central de Sony en Londres, quemado el día 9 de agosto.