Revista Historia
Aquí conté cómo la cuestión del idioma fue creando una grieta entre Pakistán Occidental y Pakistán Oriental. Hoy contaré cómo esa grieta se convirtió en un abismo que llevó a que quince años después de donde dejé la historia Pakistán y Bangladesh se separaran de una manera traumática y sangrienta.
La Constitución de 1956 que resolvió la cuestión del idioma bengalí, otorgándole paridad con el urdu, apenas resolvió nada y puede que hasta enconase las cosas. Establecía un sistema parlamentario, con un Presidente de carácter y un Primer Ministro, que tenía amplios poderes. El Presidente conservaba suficientes poderes como para que la cohabitación con el Primer Ministro fuese incómoda. El Parlamento era unicameral. Constaba de 310 miembros. 10 escaños estaban reservados a mujeres y los restantes 300 se dividían a partes iguales entre el Pakistán Occidental, que había sido amalgamado en una sola unidad a estos efectos, y el Oriental. La Constitución establecía un régimen federal, cuyos integrantes eran el Pakistán Occidental y el Oriental. El reparto de poderes favorecía más al centro, otorgando al gobierno central incluso poderes para interferir en el funcionamiento de las provincias en caso de mal funcionamiento o alteración del orden constitucional.
En general la Constitución dejó a los bengalíes con la sensación de que les habían metido un gol. La paridad entre las dos partes de Pakistán significaba de hecho que no podrían hacer valer su superioridad demográfica. Esto no habría tenido tanta importancia, si los poderes provinciales hubiesen sido mayores, pero éste no era el caso. Lo que veían era que el poder central, que era el que contaba, seguiría en manos de los pakistaníes occidentales. El Presidente de la Liga Awami, Abdul Hamid Khan Bhasani, advirtió que si los agravios del Pakistán Oriental no se corregían como convenía, permanecer en Pakistán se les haría invisible a los bengalíes. Sí ya sé que es la amenaza típica de los independentistas de toda laya, pero hay veces que no van de farol.
Los dos años y medio que la Constitución estuvo vigente fueron tumultuosos. Las cuatro provincias del Pakistán Occidental a duras penas se soportaban las unas a las otras y querían revertir a su estatus anterior. Al Presidente Iskander Mirza lo de mandar le ponía cachondo y andaba siempre enredando con los gabinetes. Uno de sus manejos más sonados fue cuando forzó en octubre de 1957 la dimisión del Primer Ministro Hussain Shaheed Suhrawardy, un bengalí bastante competente que hacía lo que podía con las cartas que le habían dado.
Para octubre de 1958 Iskandar Mirza ya había decidido que la Constitución de 1956 no funcionaba y que lo que el país necesitaba era un Presidente inteligente como él, que gobernase por decreto. El 7 de octubre de 1958 le hizo una pedorreta a la Constitución y declaró la ley marcial. Cesó al Primer ministro y disolvió tanto la Asamblea Nacional como las asambleas provinciales, al tiempo que ilegalizaba los partidos políticos. Al frente del Ejecutivo extraordinario colocó al General Ayub Khan. La sorpresa vino cuando descubrió que a Ayub Khan también le ponía cachondo lo de mandar. El 27 de octubre Ayub Khan le enseñó a Mirza la puerta de salida y quedó como único señorito en el cortijo.
Ayub Khan fue un dictador militar al uso. Pensaba que los países deben gobernarse a toque de clarín, como los cuarteles, y le daban yuyu la democracia y el federalismo. A esos defectos Ayub Khan añadía otro clave: los bengalíes le caían gordos. Era de origen pashtun, que es casi lo más alejado que se podía ser de un bengalí en el Pakistán de aquellos años. Había estado destinado a finales de los 40 en el Pakistán Oriental y se comportó más como un oficial colonial que como un oficial nacional. Al político bengalí Mushtaq Khundkar le espetó: “Si Pakistán Oriental no está contento, que se separe”. La respuesta no se hizo esperar: “Es siempre la minoría quien se separa y en este caso, siendo Pakistán Occidental la minoría, debería separarse si así lo desea.” Otra frase de Ayub Khan dirigida a un conocido bengalí: “Vuestra música es tan dulce que le pediría a Dios que los bengalíes fueseis la mitad de dulces.” Hay halagos que suenan a insultos.
Como dictador Ayub Khan era tan previsible que hizo lo más obvio: fabricarse una constitución a medida que le legitimase y le permitiese perpetuarse en el poder. Esa constitución fue la de 1962.
La Constitución de 1962 otorgaba vastísimos poderes al Presidente que, además, era elegido de manera indirecta mediante un sistema muy alambicado. La Constitución establecía la elección de 80.000 representantes a los consejos locales, la mitad por cada una de las dos partes del país. Eran esos representantes quienes elegían al Presidente en un sistema que era muy fácilmente manipulable.
En cuanto a la estructura territorial del Estado seguía a grandes líneas el sistema de la Constitución de 1956. La federación (la llamo federación porque así la consideraba la Constitución, pero se trataba de una federación sui generis donde el gobierno central mandaba mucho) constaba del Pakistán Occidental y del Pakistán Oriental. El presidente poseía de amplios poderes para intervenir en la vida de los estados. Entre otros, era quien designaba al gobernador de cada uno de los estados.
Con Ayub Khan la lista de agravios de los bengalíes no hizo sino crecer. Su superioridad demográfica seguía sin estar reconocida. Estaban infrarrepresentados en las instituciones. En 1963 representaban sólo el 5% de los oficiales del Ejército y el 7% de los suboficiales y soldados. En los Ministerios que más contaban (Defensa, Asuntos Exteriores, Finanzas, Sanidad y Bienestar Social, Recursos Naturales) no llegaban al 25% de los efectivos y no es que su proporción en los Ministerios que contaban menos fuese mucho mejor.
En el terreno económico los agravios eran especialmente serios. Pakistán Oriental representaba el 70% de las exportaciones del país (aunque esa proporción fue disminuyendo a medida que avanzaba la década) y el 40% de las importaciones. Sin embargo, las ganancias del comercio exterior revertían principalmente en Pakistán Occidental. Antes de Ayub Khan la parte del presupuesto nacional que iba al Pakistán Oriental era del 46,4%. Durante su mandato descendió a algo menos del 42%. La disparidad en la renta per cápita entre las dos partes del país no hizo sino crecer en detrimento del Pakistán Oriental: el del Pakistán Occidental era un 32% más elevado que el del Pakistán oriental al comienzo de su mandato; al final era un 61% más alto.