Por César Ulloa Tapia
(Publicado originalmente en diario La Hora, Esmeraldas, el 24 de noviembre de 2019)
El guasón no es un payaso cualquiera, ha estado presente en nuestros países durante todo el tiempo y se muestra con distintas máscaras, porque la pobreza y las patologías sociales no reconocen edad, sexo, género, etnia y credo. A veces pudo haber caminado junto a usted en la calle, haberse sentado al frente en un bus o como vendedor ambulante de caramelos y cigarrillos, en cualquier esquina. El jocker también está pintado en las cartas de los casinos, pero resuena con mayor fuerza en las aceras que sirven de mesa de juego para quienes no consiguen trabajo.
¿Qué sucede cuando el guasón se convierte en héroe, porque representa el acumulado de las frustraciones, los resentimientos y las pesadillas de los “polillas”, “descartables”, “indigentes”, de los “vagabundos”? Sucede, inevitablemente, una convulsión social, donde se mixtura la violencia como manera equivocada para resolver los conflictos y el discurso populista que reivindica a los rezagados en contra de todos. El escenario más inmediato es la polarización, esa maldita división que pone membretes a los ciudadanos en buenos y malos, ricos y pobres, nobles y miserables, pueblo y antipatrias.
Sin embargo, también hay guasones recreados por la estrategia política de algún promotor de ilusiones electorales, porque estos payasos asumen y canalizan la indignación popular como si fuese suya para luego traicionarla cuando llegan al poder. En tiempos de fragmentación social hay que cuidarse de generar más guasones de los que ya existen en el mundo y deberíamos indagar con mayor profundidad, en las cosas que el sistema nos vomita todos los días, pero que no las queremos ver, por ejemplo, las grandes brechas entre quienes satisfacen necesidades y quienes ni siquiera las colocan en sus sueños.