Esto era una vez un bosquecillo en el que vivían unas hadas diminutas de piel rosada, alas transparentes y orejas puntiagudas. Siempre habían sido todas así. Había hadas chicos y hadas chicas, y cuando se enamoraban tenían haditas preciosas. Cada hada podía tener el pelo de un color diferente, amarillo, rojo, azul , violeta, pero la piel, la piel era y había sido siempre rosada. Un día sucedió algo que alborotó a las pequeñas habitantes del bosquecillo: nació un hada ¡VERDE!. Su madre la llamó Esmeralda y la cuidó sin hacer ningún caso de los constantes cuchicheos. Esmeralda creció un poquito y empezó a querer jugar con otras hadas, pero siempre la rechazaban riéndose de ella. Esmeralda volvía entonces junto a su madre llena de tristeza. Un día, Esmeralda , después de volver a ser objeto de burla por las otras hadas, desapareció. Su madre y su padre la buscaron sin cesar. Revolotearon por todo el bosquecillo, y hablaron con todas las hadas, pero nadie la había visto. Al final de la búsqueda se toparon con Red, el hada de las trenzas pelirrojas, un hada muy joven que se quedó sin padres nada más nacer, y había sido cuidada por el hada Narizón, un hada viejo y sabio que vivía en lo más recóndito del bosque, dentro del tronco de un árbol tan viejo como él. -No os preocupéis-dijo Red a los desconsolados padres de Esmeralda- vosotros quedaros en vuestro árbol por si apareciera, yo iré en su busca y no pararé hasta encontrarla. Y así, el hada joven y pelirroja partió, pasando primero a hablar con su respetado Narizón. Éste estaba leyendo sus diminutos libros hechos con hojas de arbustos y escritos con tintes de flores. Cuando oyó entrar a Red , la miró por encima de sus lentes redondas con los ojos semientornados , se rascó la cabeza por encima del gracioso gorrito que dejaba salir sus puntiagudas orejas, y preguntó qué pasaba. Red le explicó todo y , después de mover la cabeza con desaprobación, Narizón se volvió, rebuscó en sus estanterías llenas de polvo y le dio algo a Red. Luego le dijo: - Sé valiente con tu corazón, y utiliza lo que te he dado con inteligencia.Todo saldrá bien.
Qué le ha pasado a Esmeralda, os preguntaréis. ¡Pobre Esmeralda! Se escondió en un nido abandonado no lejos de su casa, y tan triste estaba que aunque oyó que sus padres la llamaban no salió. Al cabo de un rato se quedó dormida, y cuando despertó se había hecho de noche. Intentó entonces volver a su casa, pero ¡ay! lo que hizo fue alejarse cada vez más y más. Cuando se dio cuenta de que estaba perdida comenzó a llorar, y alguien la oyó. - Hola verde hadita, ¿por qué lloras? - dijo el Gnomo Avaro, ese que siempre estaba solo y amargado. Antes de que Esmeralda pudiera responder , ya estaba apresada en el puño del gnomo quien, entre desagradables carcajadas, se la llevó dando grandes saltos y cantando una horrible canción :
Tralarí Tralará. Nunca estaré solo más Porque la verde hada A la que nadie quiso jamás Para siempre en mi cueva Conmigo vivirá. Tralarí Tralará.
Red partió rauda de la casa de Narizón y buscó, y voló, y siguió volando y buscando, hasta que vio unas huellas en la tierra , huellas que reconoció. - ¡Oh no, el Gnomo Avaro! Siguió y siguió volando y buscando hasta que oyó a alguien que reía de forma muy desagradable. El sonido provenía de dentro de una pequeña cueva. El hada se acercó revoloteando, intentando hacer el menor ruido posible con las alas. Una vez dentro de la cueva vio al gnomo contando monedas y monedas mientras babeaba y reía. Una llave colgaba de un clavo, la llave de la jaula dentro de la que Esmeralda lloraba sin consuelo. Red sacó de su pequeño bolsillo el objeto mágico que Narizón le había entregado. Era una moneda que brillaba más que el oro más puro. La dejó caer, y sonó al dar contra el suelo rocoso. El gnomo levantó la mirada y, obnubilado por el resplandor de la moneda, sin pararse a pensar, se lanzó a por ella. Pero he aquí que, nada más tocarla, se convirtió en piedra. Entonces Red cogió la llave de la jaula y liberó a la pobre Esmeralda.
Las otras hadas recibieron a la pequeña hada verde bastante avergonzadas, y la amistad de Red y Esmeralda duró para siempre.
Un día un niño paseando con sus padres vio una pequeña cueva en la que había un gnomo de piedra. La familia se lo llevó, lo colocaron en su jardín, y allí se quedó, bajo el tórrido sol del verano, y la helada lluvia del invierno, también para siempre.