Y todo el camino aquella extraña canción
Bunbury y Vegas
Nubes y claros. 13 grados. Este otoño rápido y húmedo se desliza sobre el calendario con la indolencia de los buenos tiempos. Háblame de crisis o del comercio exterior, a mí ya no me preocupa sino vivir. La velocidad está reñida con las leyes, la proxémica y las autoridades sanitarias, que advierten, siempre advierten. La nueva educación de Mourinho y Alonso abandonándonos en la primera curva del desayuno. Aceite de romero. Suspiros. Y un sueño profundo lanzándonos a la almohada, a la publicidad engañosa de los encantos rurales. Ahí tumbada, al otro lado de la persiana, la feliz parsimonia del orgasmo utópico. This is your home now. No puedo dejar de cantar esta mañana, de ver esos vídeos con envidia. De recordar el desayuno a la orilla del mar. Hace exactamente una semana olía a sal y a máscaras vacacionales. El pasado. Los viejos recuerdos de los conciertos pasados, de los momentos inolvidables. He anotado los momentos precisos en esta libreta roja, donde escribía poemas para la nevera, para el ritual tramposo del tiempo veloz. Es octubre. Y es rojo. Y hemos caído en gracia, ya ves, casi treinta años después de creernos invencibles. Recién llegados. Como las hojas. El viento. Y este sol maravillado que desciende sobre tus pupilas, cargadas de sorpresa. Siempre sorpresa. Truco o trato.