Revista Ciencia

El hombre que fue a Marte

Publicado el 18 enero 2020 por Astronomy

Por Luciano Andrés Valencia

El hombre que fue a MartePercival Lowell

   “En los últimos años del siglo diecinueve nadie habría creído que los asuntos humanos eran observados aguda y atentamente por inteligencias más desarrolladas que la del hombre y, sin embargo, tan mortales como él; que mientras los hombres se ocupaban de sus cosas eran estudiados quizá tan a fondo como el sabio estudia a través del microscopio las pasajeras criaturas que se agitan y multiplican en una gota de agua. Con infinita complacencia, la raza humana continuaba sus ocupaciones sobre este globo, abrigando la ilusión de su superioridad sobre la materia. Es muy posible que los infusorios que se hallan bajo el microscopio hagan lo mismo. Nadie supuso que los mundos más viejos del espacio fueran fuentes de peligro para nosotros, o si pensó en ellos, fue sólo para desechar como imposible o improbable la idea de que pudieran estar habitados[1].

   Con estas palabras comienza el Libro Primero (“La Llegada de los Marcianos”) de La Guerra de los Mundos (The War of the Worlds, 1896) de Herbert G. Wells. Por entonces, Marte fascinaba al público debido a las observaciones que el astrónomo e historiador de la ciencia italiano Giovanni Schiaparelli había realizado durante la gran oposición de 1877. Este creyó vislumbrar sobre la superficie del planeta una densa red de las estructuras lineales que llamó canali. La errónea traducción al inglés de esta palabra como canals, que hace referencia a construcciones artificiales, en lugar de channels, que indica formas naturales del terreno, dio lugar a una oleada de hipótesis y especulaciones sobre la posibilidad de vida inteligente en Marte.

   El mismo Schiaparelli escribió que: “más que verdaderos canales, de la forma para nosotros más familiar, debemos imaginar depresiones del suelo no muy profundas, extendiéndose en dirección rectilínea por miles de kilómetros, con un ancho de 100, 200 kilómetros o más. Ya he señalado una vez más que, de no existir lluvia en Marte, estos canales son probablemente el principal mecanismo mediante el cual el agua (y con él la vida orgánica) puede extenderse sobre la superficie seca del planeta[2].

   En 1892, cuándo su vista fallaba, Schiaparelli anunció que se retiraba de la observación de Marte. Fue entonces cuando el diplomático y astrónomo aficionado estadounidense Percival Lowell decidió tomar su lugar.

Nacido el 13 de marzo de 1855 en el seno de una familia adinerada de Boston (Massachusetts), era hermano de Abbott Lawrence Lowell, que llegó a presidir la Universidad de Harvard, y de Amy Lowell,  poeta y crítica literaria. Desde joven, Percival mostró gran talento para las ciencias, así como un espíritu aventurero. Tras graduarse con distinciones en Matemáticas en la Universidad de Harvard en 1876, rechazó un cargo como profesor y partió a un viaje por Europa y Medio Oriente. Estuvo a punto de ser enviado al frente de batalla en las guerras balcánicas. De regreso a los Estados Unidos, se dedicó al negocio textil de su familia por un tiempo. Por ese entonces comenzó a interesarse por la cultura japonesa y en 1883 se mudó a Tokyo para estudiar japonés.

   Gracias a sus contactos familiares, obtuvo el cargo de consejero y secretario exterior de la Misión Especial de los Estados Unidos en la península coreana, que por entonces se hallaba bajo ocupación militar del Imperio del Sol Naciente. Cumplió funciones diplomáticas entre 1883 y 1893, publicando durante ese tiempo numerosos libros sobre las culturas orientales: Chosön (1886), The Soul of the Far East (1888), Noto (1891) y Occult Japan (1895)[3].

   Sus biógrafos señalan que por ese entonces habría nacido su interés por la astronomía, acaso desencadenada por la lectura de Le Planete Mars de Camille Flammarion, que le regalaron durante su regreso a los Estados Unidos para la Navidad de 1893. El puesto que Schiaparelli había dejado cuando se retiró todavía estaba vacante y la siguiente oposición marciana se produciría en octubre de 1894, por lo que Lowell debía actuar rápido.

   Inmediatamente entró en contacto con William H. Pickering, un astrónomo igualmente interesado en el planeta rojo, que había fracasado en sus intentos de obtener financiamiento de la Universidad de Harvard. Lowell decidió ayudarlo, ya que el disponía de la fortuna familiar. Juntos realizaron una expedición a Arizona, en busca de un lugar que no estuviera perturbado por las nubes, las turbulencias atmosféricas y las luces de las ciudades. A ellos se sumó el ayudante de Pickering durante su estancia en Arequipa (Chile), el joven Andrew Ellicott Douglass. El equipo llevó consigo tres refractores, un 15-cm para efectuar pruebas sobre las condiciones atmosféricas, un 30-cm y un 46-cm. El encargado de las labores de búsqueda y evaluación del emplazamiento del Observatorio fue Douglass. Tras recorrer diversas regiones del sur y norte de Arizona, Douglass llegó al poblado Flagstaff. Sus pruebas sólo dieron resultados marginalmente mejores que en las localizaciones anteriores, sin embargo Lowell decidió que ese sería el lugar elegido por hallarse a 2100 mts sobre el nivel del mar y tener las vías del ferrocarril relativamente cercanas.

   Entre el 4 de mayo de 1894 y el 3 de abril de 1895 realizaron numerosas observaciones de la superficie marciana.   El astrónomo Carl Sagan señala las dificultades que se encuentran quienes realizan observaciones del vecino planeta desde la superficie terrestre: “con frecuencia la visión es pobre y la imagen de Marte se hace borrosa y distorsionada. Entonces uno debe ignorar lo que ha visto”[4]. Lowell no siguió este principio y anotaba, sin ignorar nada, todo lo que creía ver: zonas brillantes y oscuras, un indicio de casquete polar y numerosos canales que incentivaban su imaginación. El primero fue “detectado” el 7 de junio de 1894 y lo llamó Lethes, como uno de los ríos del Tártaro en las mitologías griegas y romanas. A lo largo de las observaciones creyeron ver numerosos canales que cumplían una serie de características: era de una anchura de 50 kms, con extensiones de 1600 y 2400 kms, muchos de ellos parecían ser dobles, y confluían en dos o tres puntos específicos[5].

   Lowell llegó a la conclusión de que Marte estaba habitado por una antigua civilización que había construido una red de acequias que transportaban agua desde los casquetes polares hasta las ciudades del Ecuador. Creyó además que los cambios estacionales de las zonas oscuras verde-azuladas que parecían desaparecer  o cambiar a ocre-anaranjado en determinadas épocas del año eran el resultado del desarrollo y marchitamiento de la vegetación marciana.

El hombre que fue a Marte
Percival Lowell en su Observatorio. Fotografía de 1900.

Para Lowell, Marte tenía una geografía desierta similar al sudoeste de los Estados Unidos, donde estaba instalado su telescopio, y con un clima frío, pero soportable, similar al del sur de Inglaterra. El aire estaba enrarecido y el oxígeno era escaso. Quizá los habitantes vivían en ciudades cerradas para evitar la fuga de oxígeno, con grandes obras que les proveían de agua y alimentación. En su obra Mars, de 1895, escribiría: “los resultados de nuestra investigación parecen indicar la existencia de vida inteligente en Marte”[6].

   Por entonces era dominante en la astronomía la teoría del francés Pierre Simón de Laplace (1749- 1827) sobre la formación del sistema solar. Esta consideraba que nuestro sistema había sido originalmente una inmensa nube de polvo y gas llamada nebulosa (de la palabra latina que significa nube). La nebulosa giraba lentamente en dirección contraria a las manecillas del reloj, hasta que su propio campo de gravitación la contrajo poco a poco, y al contraerse tuvo que girar más y más aprisa, de acuerdo con la ley de la conservación del momento angular. Con el tiempo, se condensó la nebulosa hasta formar el Sol, que todavía gira en dirección contraria a las manecillas del reloj. Al contraerse la nebulosa en dirección del Sol, y aumentar su velocidad de rotación, el efecto centrífugo provocó que se dilatara en su ecuador, como sucede con la Tierra. Al continuar contrayéndose la nebulosa, se fue desprendiendo de ella más materia, en forma de anillos. Según Laplace, cada uno de esos anillos o roscas se fue condensando gradualmente hasta convertirse en un planeta. De acuerdo con esa teoría, parecería que, al condensarse la nebulosa, los planetas se formarían en orden, desde los más alejados del Sol hasta los más cercanos. En otras palabras, después de que la nebulosa se condensó hasta tener un diámetro de sólo 500 millones de kilómetros, se desprendió de ella el anillo de materia con que se formó Marte. Después de mucho tiempo que duró una contracción adicional, se separó la materia con que se formaron la Tierra y la Luna, y al cabo de otro período desconocido, la materia con que se formó Venus. Así arraigó la creencia de que Marte, al ser más antiguo, se hallaba más avanzado en el camino de la evolución que la Tierra[7].

   A esto se suma que por esos años se estaban llevando a cabo en todo el mundo grandes obras de ingeniería: el canal de Suez (finalizado en 1869), el de Corinto (en 1893), el de Panamá (en 1914) y las grandes esclusas en los lagos y ríos norteamericanos.

   Percival Lowell era un hombre de su época. Si en Europa y en América era posible realizar estas gigantescas obras hidráulicas, ¿por qué no podían hacer lo mismo los inteligentes marcianos que eran parte de una civilización más antigua y avanzada?

El hombre que fue a Marte
Globo marciano en donde aparecen los canales de Lowell con sus nombres.

En 1896 desde su Observatorio se realizaron investigaciones de la superficie de Mercurio y Venus, y se creyó ver canales similares sobre la superficie de este último. La noticia fue tomada con mucho escepticismo por la opinión pública y los medios de comunicación, a diferencia de lo que había sucedido con los canales marcianos. Quizá porque, según la teoría de Laplace, Venus era un mundo más joven. Si en la Tierra recién se estaban comenzando a realizar gigantescas obras de ingeniería, los jóvenes venusianos no estaban aún en un nivel tecnológico que les permitiera realizar canales visibles desde el espacio. Esto afectó a Lowell de modo que se sumió en una fuerte depresión que lo alejó por un tiempo de su trabajo. Douglass asumió la Dirección del Observatorio y se dedicó a la creación de discos planetarios artificiales y al estudio de las lunas de Júpiter

   Lowell  se reincorporó de su larga convalecencia en 1901, justo a tiempo para la oposición de ese año. Aunque las oposiciones de 1901 y 1903 no permitieron observaciones tan minuciosas como la de 1894, le sirvieron a Lowell para estudiar el hemisferio norte marciano y comprobar que se veía afectado por un ciclo estacional equiparable al del hemisferio sur. Así, estableció la existencia en Marte de una “ola de oscurecimiento” que recorría el disco del planeta dos veces cada año marciano. Cuando en uno de los polos, coincidiendo con su deshielo, el oscurecimiento se extendía gradualmente y acababa por alcanzar el Ecuador, se observaba un fenómeno idéntico en el polo contrario. Esto reafirmaba la idea de Lowell de los ciclos de la vegetación marciana[8].

   Durante la oposición de 1905 uno de los nuevos asistentes del Observatorio, Lampland, creyó fotografiar uno de los canales y Lowell aprovechó a difundir la noticia en la prensa. Pero la misma era demasiado pequeña para ser reproducida satisfactoriamente en la versión impresa de los periódicos. Esto, junto con el escepticismo cada vez mayor de la sociedad astronómica respecto a los canales de Marte, hizo que Lowell desistiera de querer difundir la imagen. En su libro Mars and its Canals (1906) la menciona, pero sin reproducirla.

   En 1907 Alfred Rusell Wallace, codescubridor de la teoría de la evolución por selección natural junto con Charles Darwin, publicó Its Mars habitable?, como réplica al último libro de Lowell. En su juventud había sido ingeniero, por lo que te tenía conocimientos sobre la posibilidad de hacer obras hidráulicas en diferentes terrenos. Wallace  observó que las temperaturas de Marte no eran como las de Inglaterra sino que en la mayoría del planeta eran inferiores al punto de congelación del agua, el aíre era mucho más enrarecido a lo que Lowell supuso y su superficie presentaba tantos cráteres como la de la Luna. Por ende concluyó que: “cualquier intento de transportar este escaso excedente (de agua) por medio de canales de gravedad hasta el ecuador y el hemisferio opuesto, a través de regiones desérticas terribles y expuestas a cielos tan despejados como los que describe el señor Lowell, tendría que ser obra de un equipo de locos y no de hombres inteligentes”[9].

   Desde entonces las críticas se multiplicaron y Lowell comenzó a quedar solo. Poco después, el mismo se rendiría ante la evidencia. Las investigaciones espectroscópicas de 1908 fracasaron en su intento por encontrar vapor de agua en la atmósfera de Marte, y durante la oposición de 1909 el Observatorio de Meudon utilizó un refractor de 83-cm (más avanzado que el de Lowell) para estudiar la superficie de Marte demostrando en solo una noche de observación (la del 20 de septiembre) la estabilidad de la superficie marciana y la ausencia de canales[10].

Lo curioso es que uno de los astrónomos que participó en la refutación de la teoría de Lowell, su ex discípulo William Henry Pickering (1855-1938), creía que las manchas oscuras del cráter lunar Eratóstenes eran producidas por grandes concentraciones de insectos selenitas. Sostenía que su aspecto era semejante a lo que un hipotético astrónomo selenita vería al observar las praderas norteamericanas repletas de manadas de búfalos. También era escéptico respecto a la probabilidad de crear máquinas voladoras: “La mente popular frecuentemente se imagina gigantescas máquinas voladoras cruzando a toda velocidad el Atlántico, transportando innumerables pasajeros. (…) Parece acertado afirmar que esta idea es completamente visionaria”[11].

   Cuando en la década de 1970 las sondas soviéticas Marsnik y las estadounidenses Mariner exploraron el vecino planeta no encontraron canales naturales ni obras de ingeniería hidráulica como creyeron ver Schiaparelli y Lowell.

   Lo que Lowell y su equipo creyeron ver puede explicarse debido a la mala calidad de los telescopios de la época, pero también con la capacidad de nuestro cerebro de buscar patrones en puntos inconexos y completar las imágenes que nos faltan, algo que más tarde estudiaría la Psicología de Gestalt. En palabras de Carl Sagan: “Lowell siempre dijo que la regularidad de los canales era un signo inequívoco de su origen inteligente. Y no se equivocaba. Solo hace falta saber de qué lado del telescopio estaba la inteligencia”[12].

   Sin embargo, la visión de un Marte parecido a la Tierra y poblado por seres inteligentes persistió en la cultura popular y dio origen a numerosas obras de ciencia ficción. En 1896 Wells publicó su famosa novela que más tarde fue llevada al cine y a la radio. En 1912, Edgar Rice Burroughs (creador de Tarzán) comenzó a publicar una serie de novelas sobre los habitantes de Marte. Durante la “Edad de Oro de la Ciencia Ficción” (1939- 1950) y en los años posteriores, autores como Isaac Asimov, Robert Heinlein o Ray Bradbury dieron vida a criaturas marcianas que habitaban en ambientes desérticos que recordaban al “Far West” estadounidense[13].

   Lowell haría otras contribuciones al campo de la astronomía, como la elaboración de un complicado sistema matemático para describir la órbita de Urano.  En sus últimos 8 años de vida se dedicó a la búsqueda del Planeta X, un hipotético planeta más allá de Neptuno y que podría explicar las perturbaciones de su órbita. De hecho Neptuno se descubrió en 1846 tras observarse perturbaciones en la órbita de Urano[14].

   En 1915 publicó Memoir of a Trans-Neptunian Planet. Allí expresa que: “Desde que la mecánica celestial en las hábiles manos de Leverrier y Adams condujo al asombroso descubrimiento de Neptuno, una creencia ha existido de que tras ese éxito, aún hay otro planeta más allá, solo esperando ser encontrado. Leverrier mismo, con la visión lejana del genio, era firmemente de esta opinión, lamentablemente demasiado optimista de la feliz fecha de su demostración. En consecuencia, desde su época, muchos intentos, en su mayor parte, no tienen valor científico porque no se basan en rigurosas investigaciones matemáticas. El problema es tan complicado que todos los medios elementales para tratarlo solo conducen al error. El único camino hacia cualquier esperanza de captura radica en el enfoque metódico del análisis laborioso”[15].

   Este enfoque riguroso incluyó tomar fotografías de áreas pequeñas del cielo a intervalos de pocas noches de diferencia y compararlas superponiendo las placas fotográficas para encontrar alguna diferencia. La búsqueda continuó incluso varios años después de su muerte, hasta que el nuevo planeta fue descubierto en 1930 por Clyde Tombaugh, un astrónomo del Observatorio Lowell, utilizando este sistema de comparación de placas fotográficas. El planeta se denominó Plutón, nombre del dios romano del inframundo y cuyas dos primeras letras representaban a las iniciales de Percival Lowell. Su símbolo planetario es un monograma con una P y una L fusionadas.

   Hay que aclarar no obstante que Lowell estaba equivocado en un punto: Plutón es demasiado pequeño para influenciar la órbita de Neptuno y las perturbaciones observadas se debían a errores en el cálculo de su trayectoria.

   Lowell también descubrió el asteroide 793 Arizona el 9 de abril de 1907. Desde 1902 hasta su muerte fue profesor no residente en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). En 1916 publicó su última obra: The Genesis of the Planets.

   Percival Lowell falleció en Flagstaff el 12 de noviembre de 1916. En la actualidad un cráter en la Luna y otro en Marte llevan su nombre.

   El Observatorio Lowell sigue en funcionamiento y ha realizado numerosos descubrimientos, entre ellos: las velocidades de recesión de galaxias por Vesto Melvin Slipher entre 1912 y 1914 (lo que llevó a teorizar la expansión del Universo), los anillos de Urano en 1977, la variación periódica en el brillo del cometa Halley, las tres mayores estrellas conocidas, la atmósfera y la órbita de las lunas de Plutón, la existencia de oxígeno en Ganímedes, hielo de dióxido de carbono en tres satélites de Urano y el primer troyano de Neptuno[16].

   En julio de 2018 la sonda europea Mars Express descubrió una laguna de agua salada de 20 kms de diámetro cerca del Polo Sur de Marte, lo que generó toda una serie de especulaciones sobre la posibilidad de existencia de formas de vida en el planeta rojo. Quizá Lowell no estuviera completamente equivocado. Las investigaciones posteriores nos traerán (o no) nueva luz sobre este asunto que ha fascinado al público desde hace generaciones.

El hombre que fue a Marte
Fotografía de Marte tomada por la sonda Mars Orbiter Mission (India) en donde no es posible observar la existencia de canales.

Fotografía de Marte tomada por la sonda Mars Orbiter Mission (India) en donde no es posible observar la existencia de canales.

Referencias:

[1] Wells, H.G.; La Guerra de los Mundos, edición digital en: https://www.portalacademico.cch.unam.mx/materiales/al/cont/tall/tlriid/tlriid4/circuloLectores/docs/la_guerra_de_los_mundos.pdf.

[2] Schiaparelli, G.V.; La vita sul pianeta Marte, 1893, cap. I, https://it.wikisource.org/wiki/La_vita_sul_pianeta_Marte/Il_pianeta_Marte_(1893)/I.

[3] “Lowell, Percival”, Enciclopaedia Britannica, vol. VIII, 15º edición, 1995, p. 523.

[4] Sagan, C.; Cosmos, Barcelona, Planeta, 1987, p. 108.

[5] Rodríguez, F.; “Percival Lowell (1855-1916) y los canales marcianos”, Cielo Sur, http://www.cielosur.com/oposicion-planeta-marte-lowell.pdf.

[6] Lowell, P.; Mars, 1895, cap. IV, en: http://www.wanderer.org/references/lowell/Mars/.

[7] Asimov, I.; Civilizaciones Extraterrestres, Madrid, Bruguera, 1981.

[8] Rodríguez, F.; “Percival Lowell (1855-1916)…”.

[9] Citado en: Sagan, C.; Cosmos…, p. 109. La obra completa se puede consultar en: http://people.wku.edu/charles.smith/wallace/S730.htm.

[10] Rodríguez, F.; “Percival Lowell (1855-1916)…”.

[11] Doval, G.; Enciclopedia de curiosidades: el libro de los hechos insólitos, Madrid, El Prado, 1994.

[12] Sagan, C.; Cosmos…, p. 110.

[13] Algunos cuentos de este periodo se pueden consultar en la antología compilada por Asimov, I.; La Edad de Oro de la Ciencia Ficción, 4 tomos, Turlock, Editorial Orbis, 1986.

[14] “Lowell, Percival”, Enciclopaedia Britannica, vol. VIII, 15º edición, 1995, p. 523.

[15] Citado Lowell Putman, R. y Slipher, V.M.; “Searching out Pluto Planet-Lowell Trans- Neptunian Planet”, The Scientific Monthly, January, 1932, p. 7.

[16] http://http//www.lowell.edu.

Autor del artículo: Luciano Andrés Valencia: escritor argentino, nacido en Santa Rosa (provincia de La Pampa) en 1984, reside actualmente en Cipolletti (provincia del Rio Negro). A los 16 años uno de sus cuentos obtuvo dos distinciones en el Premio Juvenil ExpresArte. Desde entonces sus cuentos, poemas y ensayos han obtenido premios en diferentes concursos literarios. Autor de La Transformación Interrumpida (2009), seleccionado en Certamen 2007/2008 del Fondo Editorial Pampeano, Páginas Socialistas (2013) y Breve Historia de las personas con discapacidad (2018). Entre sus obras colectivas y antologías en las que participó se encuentran: Poemas Vivos (2005), La narrativa folclórica como proceso social y cultural (2006), Historia de La Pampa (2008 y 2014), declarada de Interés Legislativo por la Cámara de Diputados de la provincia de La Pampa (resolución 83/03), En la remota orilla del recuerdo (2010), Un Quijote en La Pampa (2011), seleccionada en Certamen 2010 del Fondo Editorial Pampeano, Magia registrada (2013), Cuentos bajo el portal azul (2014), Sucedió bajo la luna (2016), Cien años del Genocidio Armenio: un siglo de silencio (2016) y Cuentos obstinados (2018). Publica artículos y textos literarios en revistas y medios alternativos de Argentina y el extranjero. Es Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de La Pampa y Psicólogo (Título en Trámite) por la Universidad Nacional del Comahue.

Contacto: [email protected]


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