Revista Expatriados

El hombre que quiso reinar (2)

Por Tiburciosamsa
El hombre que quiso reinar (2)
Durante 12 breves y frenéticos días de julio de 1917 los sueños de Pu Yi y sus partidarios se hicieron realidad. La muerte de Yuan Shih-kai en el verano de 1916 había alimentado las esperanzas de los legitimistas. Muerto Yuan Shih-kai, los políticos republicanos chinos volvieron a hacer lo que mejor sabían: darse de hostias entre ellos. En las disputas políticas a menudo se llega a un momento en el que el mejor argumento es un fusil. Como el General Zhang Xun tenía muchos argumentos, digo, fusiles, recurrieron a él. Zhang era un legitimista y para desgobernar el país, prefería a un emperador manchú, que ya traía una experiencia de generaciones de desgobierno de China. Zhang restauró el imperio. ¡Pu Yi finalmente podría mandar a alguien más que a sus eunucos!
Pu Yi describe su excitación en aquellos días: “Estaba muy excitado al ver cuánta gente llevando los trajes de la corte estaban siempre entrando y saliendo de palacio; las noticias del levantamiento de las tropas “leales” del Príncipe Su y de Babojab me excitaron todavía más y su derrota naturalmente me deprimió. Pero en general, pronto me olvidaba de esos asuntos; y mientras que no podía dejar de preocuparme por la huida del Príncipe Su a Lushun y su destino incierto, la visión muy divertida de un camello estornudando bastaba para que me olvidase de mis cuitas. Teniendo a mi padre, mis tutores y mis ministros para que se ocupasen de las cosas, ¿qué necesidad tenía de ocuparme yo? Cuando mis tutores me hablaban de cualquier asunto, eso significaba que todo había sido discutido y acordado..” O sea que Pu Yi quería el poder para delegar y que otros tomaran las decisiones y el estornudo de un camello era más importante que una rebelión. A los chinos debieron hacérseles larguísimos sus doce días de gobierno.
Pu Yi aprendió a la tremenda lo que le ocurre al gobernante impopular que encima no tiene fusiles. Un día los republicanos bombardearon Pekin (se trató del primer bombardeo aéreo de la Historia de China) y “nadie vino ya a rendirme pleitesía, no hubo más “edictos imperiales”, y todos mis regentes desaparecieron, excepto Chen Pao-shen y Wang Shih-chen.”
Su padre y Chen Pao-shen le dijeron que se rindiese a la evidencia y firmase un decreto de abdicación que le habían preparado. Pu Yi contaba tan poco que ni ese decreto fue publicado. El gobierno republicano restaurado prefirió emitir otro que le exoneraba de toda culpa, afirmando que Zhang Hsu había sido un usurpador y que había emitido falsos edictos por sí y ante sí. En ese decreto espúreo se hacía hablar a Pu Yi en primera persona refiriéndose a sí mismo como “un niño viviendo en el fondo de la Ciudad Prohibida”.El lado bueno de que hubiera gente en el gobierno intentando correr un tupido velo sobre la participación del entorno de Pu Yi en la fallida restauración, de la que se culpó exlusivamente a Zhang Hsu, es que mostraba que quedaban todavía muchos criptomonárquicos en las alturas.
La esperanza es lo último que se pierde. El 10 de octubre de 1918 accedió a la Presidencia HsuShih-chang de quien se decía en la Ciudad Prohibida que deseaba restaurar la dinastía manchú. Desde luego Hsu adoptó algunas medidas que permitían soñar: perdonó a Zhang Hsu, abogó por el estudio de los clásicos confucianos, realizó los sacrificios tradicionales al cielo y otorgó cargos civiles y militares a miembros de la casa imperial. Incluso parece que afirmó que su motivación para acceder a la presidencia había sido la de actuar como regente del joven emperador, lo que, en lugar de serle agradecido por el entorno de Pu Yi, fue visto como una muestra de arrogancia. Si realmente Hsu tuvo intenciones de restaurar el imperio, la ventana de oportunidad de la que gozó fue efímera. El faccionalismo perenne de la clase política resurgió, los estudiantes pekineses se agitaron en lo que se conoció como el Movimiento del 4 de mayo (de 1919) y el fenómeno de los señores de la guerra despuntó. Entre los que luchaban por hacerse con el poder y los que querían reformar las estructuras tradicionales, cada vez había menos interés en ocuparse de la decrépita dinastía imperial.
A medida que salía de la adolescencia, Pu Yi iba impacientándose más y más. Era consciente de que “Artículos para el Trato Favorable al Gran Emperador Ching después de su Abdicación” no durarían por siempre y que tarde o temprano llegaría un señor de la guerra que los aboliría y adiós sueños imperiales. Al menos ese es lo que dice en sus memorias escribas varias décadas después. Mi impresión es que simplemente se aburría. Iba a cumplir 18 años y se sentía prisionero de la Ciudad Prohibida y sus ceremoniales que debían parecerle tanto más vacíos cuanto más consciente se iba haciendo de su falta de poder real. Si al menos le hubiera gustado follar, al menos habría tenido algo con lo que ocupar sus ocios, pero parece que Pu Yi era más bien asexuado y que lo único que le gustaba montar era su bicicleta.
Si un adolescente es insufrible, imaginémonos cuando ese adolescente es un emperador aburrido. Un día pedía que le comprasen un diamante que valía 30.000 dólares y al siguiente abroncaba a sus eunucos porque no llegaban a final de mes. Un día elaboraba planes para reformar la administración de la Ciudad Prohibiday al siguiente decía que quería marcharse al extranjero a estudiar. Esto último era algo que horrorizaba a su entorno. Si Pu Yi abandonaba la Ciudad Prohibida, proporcionaría un pretexto ideal al Gobierno chino (o sea a los que mandaban de verdad) para abrogar los “Artículos para el Trato Favorable al Gran Emperador Ching después de su Abdicación” y con ello se les terminaría el chollo a todos. Para que dejase de dar la lata, optaron por casarle, a ver si follando se desfogaba y les dejaba tranquilos. Como era emperador y daba mucho la lata, no le casaron con una sola mujer, sino con dos. Ya he mencionado que el plan no funcionó por falta de testosterona.
En noviembre de 1924 el vencedor del último round de las luchas intestinas chinas fue el general Feng Yu-hsian, un hombre que cambiaba de bando con la misma facilidad con la que otros se cambian de calcetines. Feng fue quien finalmente abrogó los Artículos y echó a Pu Yi de la Ciudad Prohibida. Pu Yi cuenta que la escena de su salida:
…dije:
- Durante mucho tiempo he pensado que no necesitaba los Artículos de Trato Favorable y me agrada verlos anulados, de forma que estoy completamente de acuerdo con lo que decís. No tenía libertad como emperador y ahora he encontrado mi libertad.
Cuando hube terminado esta pequeña arenga, los soldados del Ejército Nacional que estaba al lado aplaudieron.
Mi última frase no era de todo falsa. Estaba hastiado de las restricciones con las que los príncipes y los altos funcionarios me rodeaban. Quería “libertad”, la libertad de llevar a cabo la ambición de recuperar mi trono perdido.”
Fuera de la Ciudad Prohibida, Pu Yi se encontró con tres posibles cursos de acción. Podía hacer lo que dijo públicamente que haría: aprovechar la riqueza que tenía para darse la gran vida como un ciudadano anónimo. O bien podía pedir la ayuda de sus partidarios para que los Artículos fueran restablecidos. O bien, si había redaños y ambición suficientes, podía recurrir a alguna potencia extranjera para que le ayudase a restablecer la dignidad imperial como había existido hasta 1911. Como de costumbre, Pu Yi se encontró en el centro de una discusión entre los miembros de su entorno que no acababan de decidirse entre la segunda y la tercera opciones. La de la vida de ciudadano ordinario fue rechazada por todos. No podían permitir que se les terminase el chollo.
Pu Yi se dejó convencer por la tercera opción. Bien por connivencia o bien porque se dejaran manipular por los japoneses, algunos de sus próximos le recomendaron que buscase refugio en la legación japonesa. Lo que Pu Yi ignoraba es que Japón deseaba convertirse en la potencia dominante en los asuntos chinos y había descubierto que Pu Yi era un peón de lo más conveniente. Así Pu Yi tras dieciocho años de ser un prisionero en la Ciudad Prohibida pasaría a convertirse en un rehén de los japoneses durante los siguientes 21 años.
El Diario de Peking publicó por esas fechas un texto que resultó ser profético:
La parte más siniestra de la trama es mantenerle hasta que haya un incidente en una provincia determinada, entonces determinado país le enviará allí con protección armada y resucitará el título de sus distantes antepasados. La provincia será separada de la Repúblicay recibirá la protección de ese país. El segundo paso será tratar con él de la misma manera que han tratado a otro país que ya se han anexionado [indudablemente se refiere a Corea]…
El pavor y la huida de Pu Yi fueron el resultado de la intimidación deliberada por parte de determinadas personas. Ha caído en su trampa, que era parte de un plan a largo plazo ya acordado…”Y sí, las cosas ocurrieron exactamente así.

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