Revista Cultura y Ocio
El humor es la cortesía de la desesperación (Hombres salmonela en el planeta porno)
Publicado el 26 febrero 2010 por Sesiondiscontinua
1. En el verano 2010 está previsto el estreno de Inception de Christopher Nolan, un filme protagonizado por Leonardo diCaprio que se anuncia, tras los incontestables éxitos de crítica y público de la saga Batman, como un regreso a la misma experimentación narrativa que dejó boquiabierto al mundo con Memento (2000). Justo después me entero de que la película contiene bastantes similitudes con Paprika (2006) una película de animación para adultos dirigida por Satoshi Kon: por lo visto ambos filmes especulan acerca de las consecuencias que una máquina capaz de registrar los sueños tendría en la psicología y en las relaciones humanas; eso sin contar con las posibilidades de manipulación narrativa que proporciona, muy al estilo de Abre los ojos (1997) de Alejandro Amenábar.
2. En el verano 2009 descubrí por casualidad un libro cuyo título no deja indiferente: Hombres salmonela en el planeta porno (2008) de Yasutaka Tsutsui. El comentario de la solapa sin duda confirma la impresión de feliz combinación entre humor corrosivo y ciencia ficción: una serie de narraciones fantásticas en las que el sarcasmo y la burla sirven --como tantas veces-- para colar una crítica mordaz a la realidad contemporánea. El recurso a una tecnología hiperdesarrollada y omnipresente y la incorrección política como libro de estilo prometían en aquel momento una amena lectura veraniega. Luego resultó que no pudo ser, y hasta ahora no he podido leerlo, pero ha merecido la pena insistir. Las historias de Tsutsui son muy originales, y en su mayoría parten de una exageración de cualquier aspecto de nuestra sociedad: la política, la obsesión por la vida sana, el poder de los medios de comunicación... Pero sobre todo el sexo como principal rasgo definitorio de la humanidad, una sexualidad que, al cortocircuitar con la tecnología, se convierte en el desencadenante de un mundo al revés en el que el contacto sexual físico se considera anticuado, inferior al aséptico y ultracontrolado placer que proporcionan infinidad de artilugios sustitutivos. La conexión con Houellebecq parece inevitable, con la diferencia de que donde el francés pone pesimismo y una probable debacle autoinducida, Tsutsui lo llena todo de humor sarcástico, gente estúpida y situaciones plausibles llevadas al absurdo extremo.
3. El libro se completa con una entrevista al autor en la que lamenta que le hayan «robado» algunas historias: como Tarde de perros (1975), o el sospechoso parecido del episodio final de Todo lo que usted quería saber sobre el sexo (1972) de Woody Allen con su relato «La embestida del autobús loco». De otros textos, en cambio, le sorprende que se hayan adaptado varias veces a la pantalla, como sucede con Paprika, escrita en 1993. En este momento se me encendió la luz, y comprendí que el mundo parece mucho más pequeño cuando varios enlaces que pensábamos independientes nos dejan en el mismo sitio. El año pasado, también en Atalanta, se publicó Estoy desnudo (2009), otra recopilación de relatos, esta vez seleccionados por el autor. Ya estoy deseando meterle mano.
Del libro destaco dos narraciones por encima del resto: «El mundo se inclina», sobre el hundimiento de una isla artificial en la que se ha construido toda una ciudad y las estúpidas reacciones de todos sus habitantes, especialmente políticos, científicos, artistas y amas de casa, incapaces de aceptar la realidad y provocando con ello un enredo divertidísmo. Y la que da título al libro: una expedición, que se encuentra investigando un planeta en el que todo es sexual, debe impedir que una de sus miembros --embarazada de una planta-- dé a luz. Tres de sus componentes buscarán el remedio introduciéndose entre los obscenos habitantes del planeta (unos humanoides que van desnudos y practican sexo indiscriminado y en público) cómo conseguir que aborte. Para ello deberán atravesar una jungla de plantas que provocan eyaculaciones incontrolables y todo tipo de especies animales más salidas que el pico de una plancha.
El primero en intuir los efectos sociales de una tecnología orientada al placer fue Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932). La novela describía una sociedad que había conseguido disociar definitivamente (mediante la tecnología) la reproducción de la sexualidad: gracias a la primera se resolvía el problema del crecimiento poblacional y, de paso, permitía diseñar seres a medida en una sociedad fuertemente jerarquizada y desigualitaria. La sexualidad, al quedar liberada del yugo reproductor, podía orientarse sin trabas al hedonismo puro y duro, eliminando de paso todo tabú social (monogamia, fidelidad, amor...). La idea central es que, en un futuro que cuente con la tecnología adecuada, una sexualidad estrictamente egoísta es posible, ya que, practicada de esta forma, erradicará la infelicidad, el sufrimiento, el rechazo, la pasión no correspondida. Michel Houellebecq retoma esta idea en Las partículas elementales (1998) y La posibilidad de una isla (2005): asume que el diagnóstico de Huxley es correcto, pero es imposible modificar las tradiciones sociales y familiares que impiden una práctica sexual libre de todo condicionamiento. De manera que su solución es crear una nueva humanidad, diseñar un nuevo cuerpo y una nueva mente orientadas al placer. La clonación garantizaría la supervivencia de la especie, además de permitir al individuo prolongar indefinidamente su existencia; concretamente la clonación secuencial, lo más cercano que el ser humano podría acercarse a la inmortalidad.
Y entonces llega Tsutsui y le quita toda la trascendencia al debate: sí, seguramente el desarrollo tecnológico va a modificar nuestra conducta sexual, incluso hará que socialmente el contacto físico sea reprobable, escandaloso, retrógrado o risible (los ovíparos que decía Huxley), el problema está en el uso tan cutre y patético que haremos de ese inmenso poder. La tecnología, en definitiva, modificará las vidas de gente miserable y egoísta, no de personas sensibles y conscientes de sus actos. Tsutsui no cree que valga la pena poner demasiadas esperanzas en esa tecnología redentora porque somos seres llenos de microenvidias e infinitos deseos miserables, incapaces de disfrutar de nada sabiendo que el vecino también tiene la posibilidad de hacerlo. Por eso el mundo desarrollado que describe en sus relatos está siempre llenos de patanes, de gente que reacciona en lo opuesto a lo que debería ser, provocando situaciones grotescas y absurdas. La reacción inmediata del lector es la risa (las situaciones que provoca lo merecen), pero también --como es habitual en este género-- un retrato demoledor del presente, en el que es inevitable ver el embrión de ciertas actitudes, tipos y comportamientos que en el libro se muestran como normales. El problema es que nadie toma en serio a los humoristas, cuando en realidad suelen ser los filósofos más lúcidos y los más severos moralistas. El humor es la cortesía de la desesperación, ¡qué gran verdad!
Coincidencias así nos suelen deslumbrar momentáneamente, luego reaccionamos con extrañamiento y distancia, respiramos hondo y esperamos que de todo eso surja un significado mayor, algo que resuelva una incógnita, que llene un vacío, que nos aporte lucidez. O simplemente inspiración suficiente como para sacudirnos la perplejidad y escribir textos como éste.
2. En el verano 2009 descubrí por casualidad un libro cuyo título no deja indiferente: Hombres salmonela en el planeta porno (2008) de Yasutaka Tsutsui. El comentario de la solapa sin duda confirma la impresión de feliz combinación entre humor corrosivo y ciencia ficción: una serie de narraciones fantásticas en las que el sarcasmo y la burla sirven --como tantas veces-- para colar una crítica mordaz a la realidad contemporánea. El recurso a una tecnología hiperdesarrollada y omnipresente y la incorrección política como libro de estilo prometían en aquel momento una amena lectura veraniega. Luego resultó que no pudo ser, y hasta ahora no he podido leerlo, pero ha merecido la pena insistir. Las historias de Tsutsui son muy originales, y en su mayoría parten de una exageración de cualquier aspecto de nuestra sociedad: la política, la obsesión por la vida sana, el poder de los medios de comunicación... Pero sobre todo el sexo como principal rasgo definitorio de la humanidad, una sexualidad que, al cortocircuitar con la tecnología, se convierte en el desencadenante de un mundo al revés en el que el contacto sexual físico se considera anticuado, inferior al aséptico y ultracontrolado placer que proporcionan infinidad de artilugios sustitutivos. La conexión con Houellebecq parece inevitable, con la diferencia de que donde el francés pone pesimismo y una probable debacle autoinducida, Tsutsui lo llena todo de humor sarcástico, gente estúpida y situaciones plausibles llevadas al absurdo extremo.
3. El libro se completa con una entrevista al autor en la que lamenta que le hayan «robado» algunas historias: como Tarde de perros (1975), o el sospechoso parecido del episodio final de Todo lo que usted quería saber sobre el sexo (1972) de Woody Allen con su relato «La embestida del autobús loco». De otros textos, en cambio, le sorprende que se hayan adaptado varias veces a la pantalla, como sucede con Paprika, escrita en 1993. En este momento se me encendió la luz, y comprendí que el mundo parece mucho más pequeño cuando varios enlaces que pensábamos independientes nos dejan en el mismo sitio. El año pasado, también en Atalanta, se publicó Estoy desnudo (2009), otra recopilación de relatos, esta vez seleccionados por el autor. Ya estoy deseando meterle mano.
Del libro destaco dos narraciones por encima del resto: «El mundo se inclina», sobre el hundimiento de una isla artificial en la que se ha construido toda una ciudad y las estúpidas reacciones de todos sus habitantes, especialmente políticos, científicos, artistas y amas de casa, incapaces de aceptar la realidad y provocando con ello un enredo divertidísmo. Y la que da título al libro: una expedición, que se encuentra investigando un planeta en el que todo es sexual, debe impedir que una de sus miembros --embarazada de una planta-- dé a luz. Tres de sus componentes buscarán el remedio introduciéndose entre los obscenos habitantes del planeta (unos humanoides que van desnudos y practican sexo indiscriminado y en público) cómo conseguir que aborte. Para ello deberán atravesar una jungla de plantas que provocan eyaculaciones incontrolables y todo tipo de especies animales más salidas que el pico de una plancha.
El primero en intuir los efectos sociales de una tecnología orientada al placer fue Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932). La novela describía una sociedad que había conseguido disociar definitivamente (mediante la tecnología) la reproducción de la sexualidad: gracias a la primera se resolvía el problema del crecimiento poblacional y, de paso, permitía diseñar seres a medida en una sociedad fuertemente jerarquizada y desigualitaria. La sexualidad, al quedar liberada del yugo reproductor, podía orientarse sin trabas al hedonismo puro y duro, eliminando de paso todo tabú social (monogamia, fidelidad, amor...). La idea central es que, en un futuro que cuente con la tecnología adecuada, una sexualidad estrictamente egoísta es posible, ya que, practicada de esta forma, erradicará la infelicidad, el sufrimiento, el rechazo, la pasión no correspondida. Michel Houellebecq retoma esta idea en Las partículas elementales (1998) y La posibilidad de una isla (2005): asume que el diagnóstico de Huxley es correcto, pero es imposible modificar las tradiciones sociales y familiares que impiden una práctica sexual libre de todo condicionamiento. De manera que su solución es crear una nueva humanidad, diseñar un nuevo cuerpo y una nueva mente orientadas al placer. La clonación garantizaría la supervivencia de la especie, además de permitir al individuo prolongar indefinidamente su existencia; concretamente la clonación secuencial, lo más cercano que el ser humano podría acercarse a la inmortalidad.
Y entonces llega Tsutsui y le quita toda la trascendencia al debate: sí, seguramente el desarrollo tecnológico va a modificar nuestra conducta sexual, incluso hará que socialmente el contacto físico sea reprobable, escandaloso, retrógrado o risible (los ovíparos que decía Huxley), el problema está en el uso tan cutre y patético que haremos de ese inmenso poder. La tecnología, en definitiva, modificará las vidas de gente miserable y egoísta, no de personas sensibles y conscientes de sus actos. Tsutsui no cree que valga la pena poner demasiadas esperanzas en esa tecnología redentora porque somos seres llenos de microenvidias e infinitos deseos miserables, incapaces de disfrutar de nada sabiendo que el vecino también tiene la posibilidad de hacerlo. Por eso el mundo desarrollado que describe en sus relatos está siempre llenos de patanes, de gente que reacciona en lo opuesto a lo que debería ser, provocando situaciones grotescas y absurdas. La reacción inmediata del lector es la risa (las situaciones que provoca lo merecen), pero también --como es habitual en este género-- un retrato demoledor del presente, en el que es inevitable ver el embrión de ciertas actitudes, tipos y comportamientos que en el libro se muestran como normales. El problema es que nadie toma en serio a los humoristas, cuando en realidad suelen ser los filósofos más lúcidos y los más severos moralistas. El humor es la cortesía de la desesperación, ¡qué gran verdad!
Coincidencias así nos suelen deslumbrar momentáneamente, luego reaccionamos con extrañamiento y distancia, respiramos hondo y esperamos que de todo eso surja un significado mayor, algo que resuelva una incógnita, que llene un vacío, que nos aporte lucidez. O simplemente inspiración suficiente como para sacudirnos la perplejidad y escribir textos como éste.
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