El imperio de Yegorov es una novela extraña. Dividida en tres partes: pasado, presente y futuro, que se corresponden con los apartados presentación, desarrollo y final. Asimismo las partes están encabezadas por un personaje diferente, modelos de la ciencia, el arte y lo colectivo de la sociedad. El pasado tiene como protagonista a un antropólogo, el presente a un poeta y el futuro a un periodista fotógrafo. Cada uno a su vez expone su propio comienzo en la implicación de la trama, cómo actúa en esa historia y su desaparición. Es una estructura perfectamente tripartita que, sin embargo, configura un contrasentido alarmante, pues conforme vamos llegando al futuro vemos, inquietos, nuestro propio presente. Y es en este punto donde se activa en la mente una alarma que nos hace conscientes de hasta dónde podemos llegar para mantener una posición social y económica acomodadas; estamos dispuestos a sacrificar la libertad a cambio de que los demás nos muestren una fingida admiración.
Somos esclavos de una falsa apariencia. Queremos desafiar al paso del tiempo a costa de sacrificios diarios ineludibles, "no puedo pasar un solo día sin tomar la mierda esa de la elatrina [...] cerramos todos los bares [...] Ni acordarme de las píldoras, palabra... Consecuencia: el lunes amanecí con el vientre hinchado y un dolor tremendo por todo el cuerpo".
La disposición de la novela es caótica y bastante atractiva; configurada con páginas de diarios, cartas postales, telegramas, correos electrónicos, informes de detectives, noticias de prensa, entrevistas grabadas y periodísticas, informes forenses, testamentos, SMS, conversaciones telefónicas, prospectos médicos, paquetes postales con restos humanos, comentarios de un blog... Todos estos fragmentos se van posando en la conciencia del lector hasta que lo encaja, poco a poco, perfectamente. Al principio de la lectura puede surgir cierto desconcierto pero en ningún momento nos sentimos despistados, al contrario, sospechamos que somos parte de esa historia ocurrida en el siglo XX, o aún por suceder en el XXI, porque el caos presentado no es sino reflejo del mundo que hemos construido, un mundo cruel que contrasta con las formas políticamente correctas y la frialdad de las buenas maneras. Un mundo en el que la inmediatez de los hechos les resta trascendencia y al mismo tiempo nos deshumaniza.
Manuel Moyano, haciendo uso de un humor absolutamente sobrecogedor, acentúa las normas de cortesía para resaltar la ironía, el sarcasmo o el sadismo de determinadas situaciones, "Para que tenga una prueba palpable, me ha rogado que le envíe en este mismo paquete el meñique izquierdo de la señora Sasaki".
Inquieta ser testigo de cómo hemos evolucionado, "Parece que Cuballó, tras su experiencia con los hamulai hace diecisiete años, renunció a toda posibilidad de evangelizarlos [...] puesto que su adscripción al género humano le parece más que dudosa". Si antes contrariaba comprobar cómo los pertenecientes a algunas tribus ancestrales, que aun hoy se han mantenido al margen del progreso, podían convivir totalmente desnudos, ahora encontramos aceptable mantener la belleza a costa de la vida de otros seres, o no lo aceptamos pero miramos hacia otro lado.
Todos los personajes (y son numerosos) están bien definidos con pocas pinceladas. Puede que no sepamos cómo piensan exactamente en un principio pero con las reapariciones esporádicas aumentan la tensión del lector, pues al representar a ciertos modelos sociales como periodistas, detectives, científicos, policías, artistas, políticos... intuimos que forman parte de nuestras vidas.
Esto es lo más inquietante, estamos acomodados en nuestro espacio seguro viendo venir un futuro distópico al que tememos aunque nos atrae, porque pensamos que somos parte de los privilegiados. A lo largo de la Historia, la humanidad ha buscado constantemente el elixir de la juventud, Manuel Moyano lo encuentra en su novela con consecuencias totalmente desastrosas, pues nos hace ver que la vida eterna implicaría la desaparición del ser humano. El imperio de Yegorov expone un futuro de ciencia ficción, imaginario, y sin embargo nos acercamos peligrosamente a él, "¿cómo te explicas si no que Mick siga dando conciertos con más de ochenta años?". Solo unos pocos acomodados (cada vez más) consiguen alargar increíblemente la juventud mediante operaciones y buenos y carísimos tratamientos. Y son muchos los que los imitan con resultados esperpénticos, "Repito: ADULTERADA. Eso quiere decir que la concentración no es la adecuada y que probablemente no tendrá efecto sobre el Yashirum".
Sólo unos pocos satisfacen sus deseos de bienestar sin importarles lo que les ocurra a otras personas (a las que nadie buscará tras su desaparición). Y son muchos los que miran (miramos) a otro lado al utilizar ciertos objetos, prendas de vestir o tratamientos médicos de procedencia dudosa, porque lo único importante es que son necesarios en ese momento, o simplemente se desean porque a quien los posee le confieren la cualidad de ser admirados. En muchos casos se equivocan (nos equivocamos).
El autor plantea un mundo no tan lejano ni tan ficticio, donde no existe la superación personal, solo el afán de poder, el enriquecimiento material y la asunción de la belleza absoluta; donde los seres humanos no son del todo humanos y empiezan a arrepentirse de la conseguida vida eterna al darse cuenta de que se deben a las exigencias de quien lo controla todo.
La novela es una pesadilla de la que no podemos salir porque estamos dentro, estamos supeditados a ella aunque no nos demos cuenta "¿no hace tiempo que deberíais estar muertos, bien muertos y enterrados? Decidnos ¿Con quién habéis firmado vuestra alianza?".
Formamos parte de esta trama interesante que encarna una sátira de la sociedad a la que pertenecemos. Manuel Moyano ha escrito una novela mezcla de ciencia ficción, aventuras, policíaca, psicológica con la que desmonta el mito de la inmortalidad a través de la ironía y el sarcasmo "En absoluto. No he pisado un quirófano en toda mi vida [...] alimentación adecuada [...] deporte [...] Llevar, en definitiva, una vida sana".
La novela es una crítica a nuestra manera de ser, a cómo hoy entendemos la vida. Una recriminación que conlleva un castigo eterno en este caos invasor que hemos hecho habitable. Paradójicamente, una vez que consigamos detener el tiempo añoraremos la fugacidad de la vida.
Moyano nos avisa de un futuro catastrófico, fruto del capitalismo, el totalitarismo y el control social.