Revista Expatriados
A muchos portugueses, que lo que querían era hacerse ricos yendo a su bola, el sistema de las “carreiras” y el control que quería imponer la Corona, les rechinaba como que bastante. Así pues, las costas del Índico se llenaron de portugueses que iban por libre y pasaban de la Corona. Estos portugueses podían ser una fuente de problemas para la Corona: se dedicaban a menudo al corso, no les importaba entorpecer a los representantes de la Corona, cuando entendían que iban en contra de sus intereses, lo que solía ser casi siempre, y sus acciones repercutían sobre la imagen de Portugal, porque vete tú a explicar a un gobernante indio que el sujeto ese que es cristiano y portugués y que le ha robado un barco no tiene nada que ver contigo. Cuando la Corona se salía con la suya, como era el caso en el Índico occidental, se establecían colonias, que contaban con una guarnición y algunos funcionarios de la Corona (capitán, secretario…). Dichas colonias contaban con una población de mercaderes portugueses que se dedicaban al comercio privado de maneras autorizadas por la Corona. Para 1525 resultó claro que la actividad portuguesa en Asia seguía dos líneas muy diferentes. La primera era militar y expansionista y estaba apoyada por la Corona y la alta nobleza. La segunda era netamente comercial e interesaba sobre todo a la baja nobleza, a los hidalgos y a los elementos marginales que iban a Asia a buscarse la vida. La Corona portuguesa siempre careció de los recursos necesarios para imponer sus deseos a todos los portugueses de Asia, de manera que las tensiones entre la vía militar y la comercial y entre los portugueses que acataban los planes de la Corona y los que iban por libre, nunca se resolvieron del todo. La década de los treinta del siglo XVI trajo los signos precursores de la crisis que a mediados de siglo se abatiría sobre el imperio portugués en Asia. El progreso de la colonización de Brasil supuso el desvío de hombres y recursos en detrimento de Asia. Por otra parte, el Imperio Otomano volvió a interesarse por el Índico. En 1535 una flota otomana atacó sin éxito Diu, anticipando los dolores de cabeza que más tarde darían a los portugueses. Desde mediados de siglo los otomanos fueron una presencia molesta a tener en cuenta en el Índico occidental. Al mismo tiempo en el Índico oriental surgió otra potencia igualmente molesta: el sultanato de Aceh en el norte de Sumatra. Finalmente, los patrones comerciales en el golfo de Bengala empezaron a cambiar con la emergencia de dos nuevos poderes, Arakan y Toungoo.No fue solo en Asia donde las cosas empezaron a torcerse para los portugueses. A mediados de siglo Portugal conoció una fuerte crisis económica ocasionada en parte por la recuperación de la ruta levantina de las especias, sobre la que los portugueses no tenían ningún control. La falta de capitales se tradujo en una disminución del comercio tanto con Asia como Flandes e Inglaterra. En el norte de África una nueva potencia belicosa, los Sa’dis, comenzó a amenazar los enclaves portugueses. En este contexto, en la Corte de Joao III se debatieron en la década de los treinta tres posibles líneas de política exterior: 1) Concentrarse en el norte de África, que estaba a dos pasos de casa y donde el sueño de crear un gran imperio terrestre no había desaparecido del todo; 2) Centrarse en Asia, siguiendo con esa combinación tan peculiar de comercio y guerra; 3) Dirigir la atención al Atlántico, ya que Brasil había revelado tener un gran potencial agrícola y Angola podía abastecerle de los esclavos que necesitaba para desarrollarlo. El problema es que no había recursos suficientes para seguir las tres líneas. Habría que sacrificar alguna de ellas. Al final fue el norte de África lo que se sacrificó, pero por poco. No faltaron voces en la Corte que abogaron por abandonar Asia. También en Asia hubo sus debates sobre las estrategias a seguir. Si el gobernador Martim Afonso de Sousa (1542-1545) centró lo mejor de sus esfuerzos en el Índico oriental, el Sudeste Asiático y la ruta hacia China, su sucesor Joao de Castro (1545-1548) volvió a poner las prioridades donde los portugueses siempre las habían tenido, en el Índico occidental. Aun así, algo de lo iniciado por Sousa perviviría: en lo sucesivo el comercio con China vía Macao y el comercio con Japón tendrían una importancia creciente, que se haría evidente sobre todo a partir de 1560.
Al debate sobre el área geográfica a privilegiar, se unió el de la estructura que el imperio debería tener, si centralizada o descentralizada. Otro debate de aquellos años fue si la Corona debía participar en las actividades comerciales en Asia y, en caso afirmativo, cómo debía realizarse esa participación. Como en tiempos de Dom Manuel, seguía habiendo quienes defendían para la Corona un papel esencialmente militar, de lucha contra el infiel y que pensaban que el comercio era mejor dejarlo en manos de los comerciantes privados. A la larga lo que primó fue la progresiva retirada de la Corona de la actividad comercial. El ejemplo español y el crecimiento de una clase de mercaderes con ganas y capitales para involucrarse en el comercio asiático resultaron esenciales. Para finales del siglo XVI la Corona sólo explotaba tres rutas: las que unían a Goa con Mozambique, Sri Lanka y las Molucas. Todas las demás funcionaban en régimen de concesión.