Revista Coaching

El —importante— propósito de las cosas ordinarias

Por Jofoba @jordifortunybad

¿Por qué haces las cosas que haces?, o ¿por qué tienes lo que tienes?

¿Lo has pensado alguna vez?

¿Asumes que algo es así porque ha sido así toda la vida? ¿Cuántas cosas ni te has planteado?

Cuando hablamos de propósito, normalmente lo vinculamos a aspectos muy elevados. Como el sentido de nuestra existencia, por ejemplo. Hacerse preguntas como ¿para qué estoy en este mundo? parece cosa solo de gurús, o iluminad@s.

Si es esto lo que crees, que lo del propósito no va contigo, te estás equivocando. El propósito va mucho más allá, está presente incluso en las cosas más mundanas y ordinarias.

¿Para qué tienes lo que tienes o haces lo que haces?

¿Para qué tienes una cocina en casa si nunca cocinas? ¿Para qué bebes cerveza? ¿Para qué necesitas la PlayStation 5? ¿Para qué tienes un perro? ¿Para qué estás en TikTok?

En mi experiencia, la falta de propósito en estas sencillas cosas del día a día es muy frecuente. E incluso peligrosa.

Y el trasfondo es el de siempre: no pensar. Dejarse llevar.

Si siempre se ha hecho así, o si todo el mundo lo tiene/hace de esta forma, será porque no puede ser de otra manera.

Y lo más divertido es que, por la falta de propósito propio, a menudo copiamos, heredamos o incluso compramos el de otros. Mucho más si estos otros nos lo venden realmente bien (marketing rules).

La panacea ya está en la moda movimientos en plan «Be Rebel», que precisamente abogan por romper con «lo tradicional». Te invitan a pensar, pero luego, mejor que pienses en su línea. Ellos sí que han descubierto la potencia del propósito, pero del suyo, jajajaja.

La consecuencia de no definir el propósito es que, lo que sea, no termina de engranarte, pero asumes que el raro o rara eres tú. Y vas arrastrando el runrún.

Pues no. Es perfectamente plausible que algo que para alguien tiene todo el sentido del mundo, para ti no lo tenga. Por eso mismo hay personas que prefieren irse de vacaciones a Ibiza, y otras se aíslan en un pueblo solitario en medio de la montaña.

U otro ejemplo, que justo acabo de leer. Un chico que ha sacado una de las mejores notas en selectividad, ha decidido estudiar filología clásica. Y esto está siendo motivo de burla y crítica. ¡Los que piensan al patíbulo!

Así que te reto a preguntarte siempre que puedas: ¿para qué?

Y si obtienes la respuesta a esta pregunta de manera reflexionada y se manifiesta clara y cristalinamente, genial. Si no, te invito a «rascar» un poco más.

Evita a toda costa no pensar y quedarte con una respuesta copiada, heredada o comprada.

Observa tu entorno, ya sea físico o digital. E incluso en tus relaciones o estilo de vida. ¿Para qué tienes/haces lo que tienes/haces? ¿Te puedes deshacer de algo? ¿Qué podrías reutilizar para que te sirva mejor? ¿Qué podrías cambiar o añadir para mejorar tu vida?

Cuestiónatelo todo. Explóralo todo.

Y asegúrate de que tienes claro el propósito de lo que decidas.

Photo by Edu Lauton on Unsplash

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