Revista Cultura y Ocio
En las entrevistas que he leído hechas a Yasutaka Tsutsui, he visto que es un hombre de pocas palabras, pero las que pronuncia suenan como mazazos. Un ejemplo: le piden su opinión sobre la afirmación del Premio Nóbel de Literatura Orhan Pamuk, de que muchos de los libros que se escriben ahora estarán olvidados dentro de 100 años. Tsutsui replica: “¿Acaso tendremos un planeta dentro de 100 años?” Le preguntan por su opinión por la vida y la sociedad del siglo XXI y su respuesta es escueta: “Pienso que el demonio se estará riendo.”
Con estas ideas, está claro que Tsutsui está sobradamente cualificado para escribir sobre el infierno y eso es lo que ha hecho en su novela “Infierno”. No sorprenderá saber que el infierno que imagina Tsutsui no difiere mucho de la vida de todos los días. Es un sitio un poco tristón, donde uno hace una vida muy parecida a la que hacía cuando estaba vivo, pero donde no hay emociones. Te encuentras con el tipo que se acostaba con tu mujer y lo único que se te ocurre es pensar: “¿Así que era éste el tipo que se tiraba a mi mujer?” En el infierno no se pueden guardar los secretos. Le miras a la cara a otro y descubres que perdió su empleo y acabó muriendo como un indigente por tu culpa, pero no te odia, ya todo da lo mismo. Todo está envuelto en una sensación de futilidad.
“Takeshi encontró extraño que la actitud de Izumi con respecto a él no hubiese cambiado, a pesar del hecho de que había visto la verdad de su historia [se refiere a la historia que Takeshi tuvo con la mujer de Izumi]. Pero tal vez eso era parte de estar en el infierno. No parecía que tuviera sentido enfadarse…”
Los japoneses son un poco raritos y bastante xenófobos y Tsutsui apunta a que posiblemente este infierno esté reservado a los japoneses: “La mayor parte de los japoneses no tienen una fe religiosa y no tienen a nadie, incluidos sus padres, que pueda ocupar el lugar de Dios. Asi a poco que consiguen un poco de poder, se ponen a creerse dioses. Podrías decir que el infierno existe únicamente para que se deshagan de esa ilusión. Después de todo, no hay ningún lugar que pueda hacerlo en el mundo de los vivos.” Que los japoneses tienen un infierno distinto se confirma más adelante en la novela: un avión se estrella y de pronto el protagonista observa que no hay trazas de los no-japoneses que había a bordo y adivina que han debido irse a sus propias versiones del más allá.
La novela se lee con facilidad, pero deja la impresión de que Tsutsui no le ha sacado todo el jugo que hubiera podido. Los muertos a veces se asoman al mundo de los vivos y aparecen como ensoñaciones, pero casi da lo mismo que aparezcan o no aparezcan. Hacia el final se juega con la idea de que el infierno tal vez sea un lugar creado para que uno se deshaga de sus apegos y que incluso podría ser sólo temporal, pero no parece que ni al autor ni a los protagonistas les importe mucho la respuesta.
El infierno de Tsutsui es tristón y anodino. A veces uno piensa que es hasta más agradable que según qué vidas. Para infiernos de verdad me quedo con el de Sartre: tres personas incompatibles metidas en una habitación por toda la eternidad. Seguro que la idea se le ocurrió en alguna conferencia de uno de los miembros de la “gauche divine”. Se me pone la piel de gallina, cuando me imagino pasarme toda la eternidad en la misma habitación que Sartre y Simone de Beauvoir.