Revista Expatriados
(Advertencia: voy a destripar la novela)
Una de las claves para escribir una buena novela policiaca es el personaje del inspector. Tiene que ser un personaje colorido, algo fuera de lo corriente, una persona que choca e incluso incordia, pero a la que se respeta porque siempre acierta. El escritor tiene que dibujar bien ese personaje que es clave para el éxito de la novela, pero no tiene que olvidarse de que el lector busca un entretenimiento fácil, no una novela psicológica que le haga pensar en la condición humana. Tal vez por eso no conecté con el inspector Kurt Wallander del escritor sueco Henning Mankell. Había momentos en los que Wallander parecía salido de una película de Bergman. Si estoy en ánimo para ver a Bergman (algo que me ocurre una vez cada diez años), me pongo a ver a Bergman, no me siento a leer una novela policiaca.
Shamini Flint ha dado en el clavo con el personaje del inspector Singh. Singh pertenece a la minoría sikh. Tendrá unos 50 años, es barrigón, gruñón y va un poco desharrapado. Detrás de su barriguita cervecera hay un buen corazón y un amor inmenso por la buena comida india y por la cerveza. Flint le ha añadido otro detalle que pocas veces veo en las novelas policiacas: una esposa. La señora Singh es mandona, entrometida y muy atenta a los convencionalismos sociales. Es la única persona en el mundo a la que el inspector Singh le tiene miedo.
El planteamiento de "La escuela de villanía singapureña", que es la tercera de las novelas de la serie, es atractivo: el principal socio de una compañía de abogados de Singapur, Mark Thompson, ha aparecido asesinado en su despacho, un viernes por la noche, justo cuando acababa de convocar una reunión urgente de los abogados. Sí, un posible móvil del asesino podría haber sido vengarse del viejo cabrón que me ha arruinado el plan del viernes por la noche. Los sospechosos son todos los abogados de la empresa, más la primera señora Thompson y la actual señora Thompson.
Tenemos un inspector pintoresco y cada uno de los sospechosos tiene un cadáver inconfesable en el armario. Y sin embargo, la novela no funciona. Pienso que no funciona porque continuamente la autora nos está contando lo astuto que es el inspector Singh, pero continuamente el lector va por delante del supuestamente brillante inspector. Así, rápidamente el lector se da cuenta de que el asesinato de Mark Thompson está relacionado con la reunión que había convocado ese viernes y también deduce que la razón de la reunión era desvelar a los socios que uno de ellos estaba envuelto en un caso de "insider trading" en una operación con una empresa malasia. Es más, si el lector ha prestado suficiente atención, mediada la novela ya sabe cuáles eran los dos abogados implicados en el negocio y también sabe que puede descartar a uno de los dos, porque tiene unas dificultades financieras que no habría tenido si fuese el culpable y se hubiese enriquecido mediante el "insider trading". Pues bien, el lector avispado que para la mitad de la novela ya sabe quién es el culpable, tiene que contemplar desesperado cómo Singh da vueltas y explora pistas que no llevan a ninguna parte: ¿y si fue María Thompson, la flamante segunda esposa de Mark, que necesita dinero para sus hijos? ¿y si la reunión hubiese sido para revelar a los demás abogados que uno de ellos era homosexual, o que otra de ellos había subido en la firma bajándose las bragas (el famoso principio que señala que la velocidad del ascenso es directamente proporcional a la frecuenza y rapidez en el descenso de las bragas)? ¿y si hubiese sido la ex-mujer la asesina? Dan ganas de lanzarle el libro a la cabeza al inspector Singh, ¡coño, que no te enteras! ¡Si está más claro que el agua que la culpable es la abogada con pinta de mosquita muerta que trabajaba en el caso de la empresa malasia!
Un truco barato de la autora es que la culpable sea tal vez la única abogada de la empresa con la que el lector llega a simpatizar algo, porque el resto son una panda de canallas sin escrúpulos, quitando acaso a Jagdesh. Otro truco barato es que las sospechas no se dirijan nunca hacia ella.
Mientras que el inspector Singh da vueltas de policía primerizo, los desastres se van sucediendo. Saca al descubierto la homosexualidad de uno de los abogados y provoca de esa manera su suicidio. La tensión lleva a que María Thompson intente extorsionar a dos de los abogados, amenazándoles con revelar su relación y el intento de extorsión termina con una pelea y la muerte accidental de uno de los abogados. Menos mal que el inspector Singh al final se cae del guindo y descubre quién cometió el asesinato, porque a este paso no iba a quedar vivo ninguno de los sospechosos.
Es una pena que como novela policiaca no funcione bien, porque como novela psicológica o de sátira social habría funcionado muy bien. La descripción de la vida de los expatriados de dinero en Singapur, moviéndose entre oficinas lujosas donde pasan largas horas, restaurantes y pubs de alto nivel y casas de diseño, está muy conseguida. La autora tiene buen ojo para los detalles:
"... un largo almuerzo con el cliente, un bufé chino abundantísimo con una selección de especies en peligro de extinción, desde la sopa de aleta de tiburón hasta el pepino de mar."
"Pronto se había dado cuenta de que los dueños de las casas sólo estaban interesados en una decoración que hiciese hincapié en la riqueza- su apartamento actual tenía muebles de cuero, molduras de bronce y lámparas de cristal absurdas y barrocas que colgaban tan bajas que podía tocarlas si se estiraba."
"Los balances de las tarjetas de crédito eran un relato de los estilos de vida de los ricos y los poderosos, pensó Singh sombrío. Era el "Gran Gatsby" del siglo XXI: partidas de golf, vinos caros, habitaciones de hotel, vuelos en primera clase y, en el caso de Ai Leen, una cantidad inmensa de joyería de Tiffany".
Por debajo de todo ese lujo, está la sordidez. En la novela parece que una de las condiciones para ser abogado de éxito fuera tener un esqueleto en el armario y cuanto más grande mejor. Lo mismo es así en la vida real. Shamini Flint trabajó para un despacho de abogados, así que algo tiene que saber. Repasemos algunos de los secretos inconfesables de la novela: Mark Thompson era un alcohólico y su segunda mujer había ejercido la prostitución de manera recreativa antes de casarse con él; uno de los socios es cocainómano, otro esconde a muerte su homosexualidad, otra intenta que no se sepa que fue admitida como socia gracias a que se acostó con otro de los socios y así, así, así...
Junto a la crítica social apenas esbozada, está la crítica contra el sistema singapureño. Tan pronto se produce el crimen, la preocupación de la policía singapureña no es descubrir al culpable, sino que no caiga un baldón sobre Singapur como país peligroso para los expatriados, sobre todo para los expatriados con dinero (aunque suena más fino decir "los expatriados con talento"). Como dice el jefe de Singh, el inspector Chen: "Sólo he venido para recordar a cada uno que ésta es una investigación muy importante. La víctima, Mark Thompson, era un miembro bien conocido y respetado de la comunidad expatriada en Singapur. Debemos hacer todo lo que podamos para cazar al asesino. Este caso debe resolverse". Si un asesinato similar ocurriera realmente en Singapur, las palabras del jefe de la policía serían muy semejantes a ésas. Dándole una nota más de realismo, la autora deja entrever que la superioridad realmente desearía que la culpable fuese María Thompson. Mejor encausar a una chacha filipina que engatusó a su empleador, que no a un digno abogado expatriado.
En resumen, Shamini Flint ha escrito una novela policiaca mediocre, cuando tenía entre las manos un filón para escribir una magnífica novela psicológica o una sátira social.