Revista Comunicación
Cualquiera al que le preguntemos nos dirá que Glee debería haber terminado hace bastante tiempo. De hecho, es más que probable que nos diga que Glee sólo debería haber sido esa primera tanda de episodios, ni siquiera su primera temporada completa. Que todo lo que vino después es simplemente basura.
Personalmente no diría que es para tanto, y me da la sensación de que se idealiza demasiado esa primera tanda de episodios y estamos demasiado dispuestos a apedrear todo lo que vino después, merecida o desmerecidamente. Y si nos diera por ser un poco más justos probablemente nos daríamos cuenta de que, igual que en esa primera tanda hay algún episodio espantoso, lo que vino después ha ido teniendo algún que otro momento bastante entretenido. Al menos yo puedo decir que he ido disfrutando intermitentemente de Glee en sus cinco temporadas y pico.
Aun así, no creo que exista una sola persona en todo el planeta que opine que va a acabar demasiado pronto. Creo que todos podemos estar de acuerdo en que era hora de que acabara. Y que de hecho hace tiempo que igual debería haberlo hecho, incluso teniendo en cuenta eso de que intermitentemente ha seguido dándonos sus momentos.
Y puestos a terminar, la serie tenía dos posibles formas de hacerlo. La primera de ellas, en silencio y sin hacer ruido. Al fin y al cabo, para muchos hace mucho tiempo que acabó la serie, y de los que aún quedamos por aquí, un alto porcentaje probablemente sólo seguía por inercia. La otra opción era irse por todo lo alto, aprovechando ese “total, no nos ve nadie y qué más nos va a pasar” para al menos no dejarnos indiferentes a los que aún seguimos aquí.
Así es como Glee ha sido capaz de sacar su lado más troll, más gamberro y con esa actitud tan clara de “me da igual lo que pienses de mí”, y así es como, al menos en los episodios que llevamos de temporada, ha sido capaz de aprovecharlo para hacernos reír (con ella y de ella, pero siempre con ella) como hacía muchísimo tiempo que no lo conseguía.
Sin rastro de miedo a opiniones y, sobre todo, a las reglas (externas y propias), están dedicando estos últimos episodios a reírse de sí mismos, con un gran número de autocomentarios y autocríticas donde dejan muy claro que son perfectamente conscientes del absurdo de todo lo que ocurre y ha ocurrido en ella. Y que les da igual. Y que les va a seguir dando igual.
Y, si os soy sincera, en mi opinión está funcionando a la perfección. Hacía muchísimo tiempo que no me reía a carcajadas con Glee, y esta última temporada lo está consiguiendo. No, esta no es la serie que sus fans dispuestos a tomársela en serio (que los hay) han defendido a muerte en la mayoría de los casos, pero ésta es la mejor versión de Glee. Clarísimamente.
Y podemos decir lo que queramos. Podemos criticarla por todo lo que queramos (e igual a alguno le sorprende enterarse de que probablemente ella misma también se critica por ello), pero si consiguen mantener este tono, este absurdo y este sentido del humor tan genial y tan falto de vergüenza durante los episodios que nos quedan, lo cierto es que Glee se va a despedir por todo lo alto. Y va a conseguir que más de uno nos quedemos pensando que mereció la pena aguantar hasta ahora. Porque esta versión de Glee es absolutamente grandiosa.