Revista Cultura y Ocio

El Líbano: Los conflictos del Medio Oriente

Por Joaquintoledo

AP06071304446-600x400En estos agitados días de la humanidad, el desarrollo de la historia contemporánea presencia cómo países como el Líbano sufren los devastadores efectos de las guerras del Medio Oriente. En este contexto, consideramos muy oportuno hablar de la historia de este singular país, una nación que, como Israel, Palestina, Egipto o Siria, ha hecho de la guerra y los aciagos sucesos de su existencia una forma habitual de vida.

El pueblo libanés es de data muy antigua. Tiene en su sangre el tesón e inteligencia de sus ilustres antepasados, la civilización Fenicia (2700 a.C), aquel portentoso pueblo mercantil y marino del Medio Oriente, pionero en las rutas del mediterráneo, creador del alfabeto que posteriormente los romanos harían propio del mundo occidental, propulsor de la industria incomparable del vidrio y amo de la navegación.

Cuando irrumpieron los romanos en el escenario internacional, era tal el poderío de las ciudades comerciales fenicias que ambos pueblos tuvieron que disputarse ferozmente el ansiado y total control del mar Mediterráneo. Los fenicios, procedentes de la ciudad de Tiro, fundaron posteriormente la famosa Cartago en la actual Túnez, África (de la que hoy se conservan sus ruinas). Dicha fundación fue el punto de partida para la creación del imperio del mismo nombre: Posteriormente, los mismos antepasados del pueblo libanés fundaron, entre otras ciudades, los cimientos de la actual Numancia en España.

Aquella apoteósica y legendaria confrontación Cartago – Roma culminó, como ya sabemos, con la victoria romana, y la posterior destrucción y aniquilación de la ciudad de Cartago. De la noche a la mañana, miles de hombres, mujeres y niños fueron asesinados; las casas, incendiadas y destruidas; y los bienes y tesoros, robados. Además, se prohibió, bajo pena de muerte, volver a construir en el lugar. Fue tal el grado de devastación que, siglos después, cuando Napoleón pasó por el lugar, no pudo encontrar rastros de la ciudad. Sencillamente había desaparecido. Solo las excavaciones iniciadas en la zona desde el año 1975 nos mostraron la inmensa gloria y legado cultural del pasado de este pueblo espectacular.

Siguiendo la línea de acción del pueblo originario del Líbano, la conclusión final es que su civilización y territorios pasaron a ser provincia y potestad romana. Luego de la decadencia de este imperio, sus habitantes conocieron el estruendo de los pasos del gran macedonio Alejandro Magno y la posterior influencia helénica, estuvieron bajo el sol del Imperio seléucida, y nuevamente bajo el control romano. Es justo en este período de su historia cuando ocurre un hecho singular: en plena e incipiente transición del paganismo al cristianismo en Occidente, las primeras iglesias, conceptual y arquitectónicamente hablando, empiezan en Jerusalén. Poco tiempo después, estas llegan a Siria y a la actual Líbano. ¿Qué se puede desprender de esto? Que la presencia cristiana en Líbano es anterior a lo conocido e indica que esta doctrina religiosa inicia realmente en Oriente, es decir, anterior a la instauración plena del cristianismo en Occidente.

Líbano: Una epicentro de tendencias religiosas

Este, indican las fuentes históricas, es el inicio del cristianismo original. En las primeras iglesias cristianas, se hablaba, se rezaba, se predicaba, se leía y se realizaba la misa en arameo, la lengua reinante y original de Jesús. Este dialecto, padre de la posterior lengua árabe y de las lenguas semitas, fue muy importante en el país, ya que, con el tiempo, se constituyó en uno de los fundamentos históricos de la nación. Gracias a ella, el mundo cristiano se vuelve fuerte y poderoso en el Líbano, se va asentando, construyendo con solvencia su mundo hasta que distintos factores propician el nacimiento, expansión e intromisión del Islam, la gran doctrina religiosa impulsada por Mahoma quien con su empuje llega a crear un espectro cultural muy distinto en la nación, una auténtica revolución que cautiva masas y que hoy, constituye uno de los pilares del estrato religioso del país.

La historia y la tradición cuentan al respecto que Mahoma llega a la ciudad de Medina (en la actual Arabia Saudita) después de tener la revelación. Él, consciente del encargo gigantesco dado por Alá, decide predicar la fe, la ley sagrada que propone al mundo que “no hay más dios que Alá y que Mahoma es el único profeta”. Con el impacto y reinado del islamismo, Mahoma consigue crear un estado, una religión y un pueblo que hasta hoy honraría gloriosamente estos preceptos. Después de cumplir su gran obra, Mahoma muere. Sin embargo, este acontecimiento trae consigo un problema con la sucesión. Originalmente, su lugar debería ser ocupado por su hija Fátima y su yerno, Alí, pero ambos son asesinados junto a sus dos hijos, Hasan y Hussein. El hecho conmueve profundamente al Imperio y, entonces, el caos se instala en el corazón neto del Islam.

El asesinato de la familia sanguínea y directa del profeta deja un enorme vacío en la descendencia. Hay que escoger  entre una mirada espiritual que mantenga la fe a través de los clérigos con rango de gobernantes o una solución administrativa que permita gobernar al Islam con un criterio más práctico. Finalmente, se opta por la solución administrativa de los llamados cinco califas, administradores de un Islam que, ya en ese tiempo, era un imperio gigantesco. Esta solución determinará también un profundo cisma religioso político de enormes implicancias en la futura vida del Islam. ¿Por qué? Veamos

De acuerdo a la tradición musulmana, Mahoma escribió 114 versos del Corán (llamados suras o azoras). Estos son la base o el fundamento total del Corán, el libro sagrado del Islamismo. Sin embargo, se dice también que Mahoma escribió, fuera de estos 114 versos, otras estrofas adicionales: las Sunas. Ello ha iniciado desde siempre encendidas polémicas sobre la veracidad de tales versos, al extremo de dividir a los seguidores del Islam en dos grupos: los sunitas, aquellos que sí creen en estos versos adicionales, y los chíitas (la minoría), aquellos que no creen en las sunas, sino en la búsqueda de la espiritualidad del profeta a través de los  114 versos y los imanes (la Chía o seguimiento). El fraccionamiento del Islam proviene, entonces, de la solución de inclinarse por los 5 califas sunitas. Esta nueva elite, pese a las protestas chíitas,  va a gobernar el Islam primero con un centro que va desde Damasco a Bagdad y, después, bajo la forma de dos dinastías o califatos diferentes: la de las Omeyas y la de los Abbasi.

Entonces, todo aquello que estamos refiriendo sirve para explicar las profundas y antiguas relaciones religiosas que se han establecido en el Líbano, ya sea en su mundo musulmán o, claro está, en su ahora minoría cristiana. Líbano es un claro ejemplo de la unión indirecta y no premeditada entre el mundo árabe con el mundo occidental o mediterráneo. Como hemos visto, el país tiene visibles vestigios de la presencia romana, de las iglesias cristianas, la lucha entre los musulmanes chíitas y sunitas, y muchos hechos más. En esta pequeña región del mundo, curiosamente, se pueden extraer tanto los conflictos ocurridos dentro del mundo del Islam con la explicación dada sobre los chíitas y sunitas como también de lo sucedido en la Iglesia cristiana de Occidente luego de la amenaza de los cismas y los movimientos revolucionarios dentro de ella que germinaron las divisiones entre luteranos, calvinistas, etcétera. Estos fenómenos, como en casi ningún país, se dejan ver claramente en la historia del Líbano. Es por ello que antes de especificar o hablar del presente, preferimos hablar del pasado para entender mejor las cosas.

La identidad del pueblo árabe y la revolución islámica

Líbano por lo explicado es, entonces, un verdadero crisol de civilizaciones y punto de encuentro de todos los pueblos de la tierra. Sin embargo, si existe una religión y un pueblo que moldearía definitivamente su sociedad: el Islam. El imperio creado por Mahoma bajo los designios de Alá será el que le otorgue sus características actuales, su fuerza, su fe y su pasión. Por una parte, el Islam infunde en este pueblo un vigor mayoritario a la doctrina del Corán y, con ello, la fe que su pueblo añoraba sentir. Por el otro lado, con el Islam el pueblo libanés encuentra la identidad, el carácter y el orgullo de ser árabe. En ese sentido, la responsabilidad histórica de tal suceso recae en la figura del notable Saladino, y también en los hechos devenidos con las Cruzadas.

Saladino no fue un gobernante árabe más. Fue un hombre cuya obra y trascendencia son sumamente respetadas aún hoy, siglos después de haber muerto. Su importancia reside en que supo organizar al entonces disperso pueblo árabe desde Damasco hasta el Cairo. Saladino es el hombre que le da a su pueblo el carácter y el sentimiento de lo que significa ser árabe, una percepción de amor sobre su tierra que aumenta a niveles extraordinarios con las Cruzadas, periodo histórico en el que las fuerzas cristianas de occidente luchan contras las fuerzas del Islam por el control de Jerusalén y los lugares santos. Saladino, también, es el causante indirecto, o quizás directo, de que la facción chíita quede relegada gracias a su origen sunita. Desde entonces y hasta hoy, ellos pasarían a ser minoría en el Islam (hasta 1980, cuando ascienden al poder en Irán), añorando el día en que un descendiente directo de Mahoma asuma el mandato del Islam.

Después de la época de Saladino, se instala el reino mameluco y, después, los turcos otomanos, quienes van a estar seis siglos en Medio Oriente, desde 1453 hasta el final de la Primera Guerra Mundial en 1920. Durante este larguísimo período histórico, los pueblos árabes contenidos en él, pese a los esfuerzos turcos, de pasado otomano y bizantino, jamás cambiaron su opción religiosa. Años de lucha e historia mantenían incólumes sus creencias. Llegado el momento de máxima debilidad del Imperio otomano, Francia e Inglaterra, los ganadores de la Primera Guerra Mundial, promueven la destrucción del Imperio otomano. Motivan a los pueblos de corazón árabe a lanzarse a la aventura de la revolución en pos de su independencia. Al caer el Imperio otomano y con el triunfo posterior de la revolución, se pensó por un momento que el viejo sueño de Saladino se haría realidad, pero no; ya para entonces, Francia e Inglaterra se habían repartido los territorios y convirtieron la zona en un protectorado.

Este, al parecer, es el hecho final que despierta la furia y los problemas entre Oriente y Occidente. Cuando los árabes creían poder organizarse y poner bajo una misma bandera a todos los pueblos árabes, se encuentran ante dos dolorosas heridas. La primera es la odiada presencia extranjera y la segunda son las ambiciones de las multinacionales del petróleo instaladas después del protectorado. Nunca como entonces el pueblo árabe se vio tan mermado y desunido. Sus territorios ahora están determinados más por los yacimientos petrolíferos que por las culturas árabes en ella contenidas. El pueblo árabe siente en ello una doble traición, un recorte insoportable que Siria, Jordania y Líbano, pese a sus conexiones francesas, odiaban. Desde entonces, el pueblo árabe y libanés se prepara para la revolución. Era la libertad o morir.

Las cosas para el pueblo árabe empeoraron debido al protectorado francés asentado en el Líbano y en Siria. El Imperio francés, haciendo claro su deseo de alejarse de las tendencias y raíces árabes de la zona, daría un singular apoyo a los cristianos maronitas, una variante de la Iglesia católica oriental fundada por San Marón a finales del siglo IV y que durante siglos se mantuvo sin desaparecer en tierras árabes. Si durante más de diez siglos, la hegemonía la había tenido la religión islámica, entonces, a criterio de Francia, podría ser la hora de crear la cimiente católica en plenas tierras de Mahoma. Al igual que Francia, Inglaterra también era mal vista por la comunidad árabe internacional, sobre todo por su simpatía por las minorías israelíes y el peligro que para ellos podría representar que sus territorio formaran parte de la famosa Commonwealth. Sus temores no eran infundados. Los británicos nunca ocultaron sus simpatías por el movimiento sionista y por su poder monetario, así que decidieron apoyarlos a cambio de su contribución a la guerra (la Primera Guerra Mundial).

El factor Israel y la multiculturalidad libanesa

Ante la indignación de los países musulmanes, Occidente decidió unilateralmente la  reivindicación de la población judía. La situación fue más lejos después. Hacia 1917, David Lloyd George y Arthur Balfour, primer ministro y secretario de exteriores respectivamente, buscaban alianzas que pudieran mejorar el curso de la guerra. Se consideró entonces que los judíos podrían ser doblemente útiles, ayudando a sostener el frente oriental y estimulando el esfuerzo bélico estadounidense. Fue así como se produjo el 2 de noviembre de 1917 la Declaración de Balfour por la que el Reino Unido se declaraba favorable a los planes sionistas de creación de un hogar nacional judío en Palestina. La victoria de Francia e Inglaterra sobre los otomanos dejaría al gobierno británico con el control de Palestina en los siguientes treinta años, en forma de Mandato de la recientemente creada Sociedad de Naciones.

Esta decisión generó la tragedia más grande que hasta nuestros días nos acompaña. Israel, un pueblo que durante toda su existencia sufrió todo tipo de vejámenes y humillaciones pese a su prosperidad comercial e inventiva, anhelaba desde hacía siglos su independencia. Aunque el escenario a comienzos del siglo XX hacía parecer improbable su éxito, la ayuda de Inglaterra y el famoso caso Dreyffus, y su posterior repercusión internacional hicieron posible lo imposible. Este famoso caso de antisemitismo y odio por los judíos instauró en Europa la idea de que nunca podría existir paz hasta que Israel no tenga su propio Estado. Sin embargo, pasarían muchos años hasta que este deseo se hiciera realidad.

Mientras tanto, Palestina empezaba a ver con alarma cómo se iba armando la idea de que en sus territorios existiría un Estado no palestino y sí judío. Las relaciones entre los palestinos y los judíos se iban caldeando cada vez más, más aún con el aumento insostenible de la población judía que, entre 1922 y 1929, duplicó su población. Las condiciones para su prosperidad, auspiciadas por el protectorado, la convirtieron en una verdadera amenaza para el pueblo árabe que no podía creer que en sus propias tierras, las tierras de Mahoma y de sus antepasados, extranjeros de Occidente sometieran tantas naciones y, por añadidura, les quisieran obligar a compartir su mundo con un pueblo por el que los separaba una gran antipatía: Israel.

Para entonces, la causante de la situación, Inglaterra, mantenía una posición ambigua. Por un lado, quería satisfacer a la minoría judía y, por otro lado, había realizado promesas a Palestina y no sabía exactamente qué partido tomar. A su turno, Francia manejaba Líbano a su antojo. Mientras este país estuvo bajo su influencia, fue contagiado de un carácter profundamente europeo, profundamente occidental también, que solamente culminaría en 1946 con la independencia del país. Este hecho también fue vital para comprender la historia del país. Como se dijo anteriormente, el país siempre fue un crisol de distintas civilizaciones y creencias. Tal cuestión se manifestó en el inicio de la independencia. El gobierno fue repartido pensando en satisfacer a todos, de tal manera que el presidente sea cristiano maronita, que el primer ministro sea sunita, que el jefe del parlamento sea chiíta y que el otro sea druso (otra comunidad musulmana); en fin, un cúmulo de influencias que, pese a su variopinta constitución cultural, estaban enmarcadas siempre en un ambiente democrático.

Poco tiempo después, los mayores temores de la comunidad árabe se tornarían realidad. El horror de la Segunda Guerra Mundial y la exterminaciones de millones de judíos por la Alemania nazi inclinaron la balanza occidental a favor de la creación definitiva del Estado de Israel. En 1947 este se hizo realidad y, desde entonces, los problemas en las zonas inmersas en tal repartición territorial, lejos de cesar, aumentan, incluso hoy con más fuerza que antes. Tal como se presentan los acontecimientos en la actualidad, parece que los conflictos en el medio oriente nunca podrán arreglarse. Imaginémonos la cuestión moral de Occidente. Una civilización que ha ultrajado y maltratado durante siglos a todo un pueblo, que ha cometido las peores atrocidades contra él y que, en compensación, les proporciona un territorio para que sean soberanos de sus decisiones, para que vivan en paz y unidos. Sin embargo, esto es también un problema, porque el territorio entregado está en tierras árabes, una comunidad que no puede ni podrá quererlos entre ellos jamás.

Ahora, debe verse el punto legítimo de vista por parte de los pueblos musulmanes, sobre todo desde su punto de vista histórico, desde la primera expulsión de los Israelitas tras la conquista romana de Jerusalén hace más de 2000 años. Ellos dicen: “Nosotros no los expulsamos, fueron los romanos”; también dirían: “Nosotros no los discriminamos, fueron los europeos”; podrían también decir: “Nosotros no los exterminamos, fueron los nazis, ¿por qué vamos a comprar los platos que nosotros no rompimos?… Si los europeos tienen tantos problemas de conciencia con ellos, que hagan los estados israelitas en Europa, que no lo hagan acá, en tierras árabes”. “¿Por qué aquí?” deben preguntarse.

Ahora, ¿qué dicen los israelitas? Ellos dirían a su turno que la nación en la que viven es territorio bíblico, el territorio de sus antepasados y un territorio que puede ser en común con los árabes, quienes, como ellos, son también descendientes de Abraham y de Moisés. Sin embargo, tales razonamientos son imposibles de aceptar por los pueblos árabes. Desde la creación del Estado árabe, las muertes, la sangre, las guerras y el odio no han cesado. Miles de seres humanos, hombres, mujeres, ancianos, niños, han muerto en una locura que parece, sobrevivirá hasta el fin de la humanidad. Diversas guerras, la del 48, la del 56, la del 67, la famosa guerra de los 6 días, la guerra del Ramadán o Yom Kipur, y todas las demás están siempre entre las mismas motivaciones. La mano de Israel está en contra de todos los países árabes, y las manos de estas contra Israel.

La región  flotante: Palestina. Se recrudecen los conflictos.

Hace un momento vimos la historia del Líbano y su historia de multiculturalidad. Asistimos también al tema del Holocausto judío, la identidad del pueblo árabe y el convulso escenario provocado por la creación del Estado Israelí. Todo esto ayuda a una gran comprensión del escenario y conflicto en el Medio Oriente; no obstante, nuestra descripción estaría incompleta si es que no abordamos el problema palestino, el otro gran perjudicado en esta sensible coyuntura.

Veamos. La región de Palestina fue parte del extinto Imperio otomano hasta culminada la Primera Guerra Mundial. En 1916, aprovechando la debilidad del Imperio, Gran Bretaña conquistó la región. Al finalizar la guerra, Francia e Inglaterra crearon las actuales fronteras de Siria, Líbano e Iraq sobre el territorio que había administrado el Imperio Otomano. En la zona que quedó sin asignar, la Sociedad de Naciones creó el Mandato Británico de Palestina hasta 1948, fecha en que la ONU acordó el reparto del mencionado Mandato Británico en dos Estados, uno judío y otro árabe, aproximadamente iguales en extensión.  Es aquí donde surgen las airadas protestas palestinas. Tras la retirada británica, los judíos proclamaron la independencia del Estado de Israel en mayo de 1948, mientras que los árabes y Palestina en general, no aceptaron el reparto y declararon la guerra dos días después de la proclamación de la independencia del Estado judío.

Dicho escenario fue fatal para las aspiraciones palestinas. De aquí en adelante, ellos entendieron que, pese a sostener derechos históricos y culturales tan valederos como los de Israel, al no contar con el apoyo internacional, sus vindicaciones territoriales serían computables a cero. Al no aceptar la repartición, sencillamente quedaron flotando en esta sensible y pequeña zona del mundo. Los palestinos no tenían nada, no tenían tierra, ni estado. Acosados y furiosos por una coyuntura perjudicial para ellos, eligen salir en masa de sus territorios y buscar asilo en su próximo vecino: Líbano, país que dadas sus raíces musulmanas y estando también en contra de Israel, accede a cobijarlos.

Para entonces, Líbano y su sociedad, gracias a su reciente pasado de protectorado francés, habían logrado un equilibrio frágil, pero duradero, y una conformación nacional, en esencia, unida. La presencia de los refugiados palestinos desestabiliza la región y los arrastra a entrar a un conflicto que sus partes musulmanas realmente deseaban. Pese a las opiniones contrarias de los poderosos sectores cristianos – maronitas y de las otras facciones minoritarias, no pueden impedir el avance del número de refugiados. La llegada de los palestinos modificaría la línea de conducta del país. La parte musulmana del país consigue ser autorizada para lanzar ataques sobre Israel, quienes, temerosos de descuidar ese frente hasta entonces pacífico, responden con vigorosas incursiones.

Si la sociedad libanesa antes de estos problemas ya pendía de un hilo, con su entrada al conflicto se deteriora gravemente. La fragmentación de las comunidades libanesas, 17 en total, desmorona al país y el Estado termina abdicando a favor del ejército, el cual sería la parte encargada de tomar las riendas del país. Luego de ello, la inevitable guerra civil se propaga y confronta a libaneses contra libaneses. El país explota y se desangra durante 17 años mientras que Israel aprovecha la situación para invadir el lado sur del país, justamente los lugares de donde partían los ataques libaneses. Lo peor vino después. Al ver la facilidad con la que Israel se adentraba en el sur, Siria aprovecha el momento para invadir el norte gracias a una ingenua o desesperada invitación de los propios libaneses para instaurar la paz. No obstante, esta incursión, más que ambición o por fines militares, respondía a razones políticas. A su criterio, debía frenarse un mayor avance israelí y eso debía impedirse a cualquier costa.

La revolución chíita, el nacimiento del Hezbolá y el OLP

En 1980 triunfa la revolución islámica chíita iraní cuando abdica el sha o emperador reinante Mohammad Reza Pahlevi y llega al poder el Ayatolá Jomeini. Para los chíitas, esto fue una revolución, pues, luego de siglos, por fin un hombre de las minorías llegaba al poder. El pueblo iraní reprobaba severamente las buenas relaciones del ex sha con Estados Unidos y con el Ayatola Jomeini; dichas relaciones iban a quebrarse. Triunfaba el nacionalismo y la prédica de eliminar a todo aquello que sea occidental.

Por ese mismo tiempo, dos temibles movimientos armados se iniciaban tanto en el Líbano, como en Palestina. El primero es el Hezbolá o, como ellos se llaman, el “Partido de Dios”. Este movimiento es una organización islamista libanesa pro-siria y pro-iraní que cuenta con un brazo político y otro paramilitar. Fue fundado en Irán en 1979 y en el Líbano en 1982 como respuesta a la ocupación israelí de ese momento y fueron entrenados, organizados y fundados por un contingente de la Guardia Revolucionaria iraní. Es conocido que actualmente y desde siempre, claro, Hezbolá recibe armas, capacitación y apoyo financiero de Irán. Su máximo líder actual es Hassan Nasrallah.

El segundo es el OLP, o la Organización para la Liberación de Palestina, una coalición de movimientos políticos y paramilitares considerada por la Liga Árabe, desde octubre de 1974, como la “única representante legítima del pueblo palestino”. Sus objetivos declarados son la destrucción del Estado de Israel mediante la “lucha armada” (al menos en el inicio, hoy tienen una postura más tolerante), el retorno de los refugiados palestinos y la creación de un Estado palestino. Pese a su naturaleza virulenta y su fundamentalismo, más recientemente, la OLP adoptó la solución de dos Estados, con Israel y un Estado palestino viviendo en paz. Sin embargo, muchos líderes palestinos de la agrupación, incluyendo a Yasser Arafat y Faisal Husseini, siempre han declarado que su objetivo continuara siendo la “liberación”, total y sin condiciones de toda Palestina.

Dichos movimientos armados fueron una furiosa respuesta del frente árabe contra Israel, que, pese a sus ofensivas militares, poco o muy poco ha conseguido frente a ellos debido, como dijimos hace un momento, a la millonaria financiación que estas reciben. Ariel Sharon, el hombre fuerte del país judío, desde entonces ha mantenido una doble política de paz y acción en el conflicto, y se le ha sindicado como el responsable de muchas violaciones a los derechos humanos. Hoy, fuera del mando por razones de salud, el gobierno actual continúa en la misma línea, es decir, siendo receptivo a los tratados de paz por un lado y, por el otro, ejecutando medidas militares contra sus vecinos árabes.

La guerra del Líbano, Los tratados de Oslo  y la Intifada

Las relaciones entre Israel y Líbano, debido a sus simpatías y mayoritaria fuerza musulmana, se rompen. El OLP decide establecer sus bases en el país y desde allí inicia una serie de ataques a Israel, que en 1982 tiene el pretexto perfecto para atacar tras la muerte del embajador israelí en Londres a causa de un atentado planeado por el OLP. Sin embargo, el recrudecimiento de las acciones militares de Israel no logró un resultado tangible y, para mayo de 1983, Israel y Líbano alcanzaron un acuerdo para la retirada de las tropas israelíes. El tratado de paz, no obstante, no llegó a ser ratificado y, en marzo de 1984, bajo presión siria, Líbano canceló el acuerdo. Finalmente, en mayo de 2000, Ehud Barak, primer ministro israelí, cumple su promesa electoral de retirar todas sus tropas del sur del Líbano. Pese a sus intentos, Israel obtuvo del conflicto una ventaja política casi de cero. Nunca consiguió detener ni a Yasser Arafat, líder de la agrupación, ni tampoco un resultado militar decisivo en la contienda.

La terrible situación vivida en esta convulsionada zona llama poderosamente la situación y con seguridad uno debe preguntarse: ¿cómo puede ser posible vivir allí? La respuesta es compleja, pero se entiende que todos luchan por sus creencias y que en este caso la religión y las motivaciones políticas juegan un papel clave en el sector. Basta para ello entender, por ejemplo, el problema en torno a Jerusalén. Las tres religiones más populares de la región, es decir, el cristianismo, el judaísmo y el musulmanismo, la reclaman por diferentes causas. Cada una de ellas con evidentes razones y pesos históricos, cada una con sendos argumentos. Con todo, lo cierto es que la situación provocada por más de 50 años de conflictos provocó un profundo cansancio tanto político como militar y económico, que determinó que varias de sus partes buscaran un mayor acercamiento. De esta situación nacen los tratados de Oslo de 1991.

Este debe considerarse el primer esfuerzo serio por conseguir una convivencia menos complicada entre las partes. En la Conferencia de la Paz en Madrid, que contó con la participación de Líbano, Siria, Israel, Egipto y una delegación palestino-jordana, se logró acordar la realización de negociaciones, algo único hasta entonces. En principio, los palestinos reconocieron el Estado de Israel y los israelíes reconocieron la Autoridad Nacional Palestina firmando los llamados tratados de Oslo, que preveían un repliegue de Israel y el establecimiento de un Estado Palestino. Hasta allí, todo estaba bien. No obstante, Israel, pese a que Palestina aceptó las condiciones, incumplió su palabra, pues alentó y mantuvo el establecimiento de judíos en las zonas palestinas y nunca definió en forma definitiva el problema de Jerusalén. Tal escenario motivó que las distintas organizaciones terroristas palestinas continuaron con sus ataques terroristas contra la población civil israelí.

Esta continuas revueltas son las llamadas Intifadas, que es el nombre popular de dos campañas de los palestinos de Cisjordania y la franja de Gaza contra el Estado de Israel y que tienen como objetivo combatir la ocupación de los Territorios Palestinos por parte de Israel, y al parecer, también la destrucción del Estado judío. Ambas intifadas empezaron como campañas de resistencia de los palestinos y fueron intensificándose en un ciclo de violencia de atentados terroristas palestinos, seguidos de represalias israelíes. Se generó, así, un ciclo de violencia inercial de difícil solución

Como respuesta a este ataque, y al cada vez más deteriorado y empantanado proceso de paz, Israel ocupó de nuevo algunos de los territorios que había liberado durante horas o semanas. El horror máximo aparece cuando se comienza a generalizar el uso de las bombas suicidas. Los blancos de estos ataques suicidas fueron lugares frecuentados por los civiles israelíes como centros comerciales, restaurantes y las redes de transporte publico. En respuesta a los ataques suicidas, las autoridades israelíes pusieron en práctica los asesinatos extrajudiciales contra dirigentes palestinos vinculados a actividades terroristas, familiares de los mismos y civiles próximos. Estas muertes son conocidas por los israelíes como asesinatos selectivos, son la más triste muestra del empeoramiento del conflicto y una flagrante violación de la Convención de Ginebra.

Actualidad. Una extensión de los períodos oscuros.

En 2006, la situación es ambivalente. Por un lado, se ha completado el Plan de retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza, lo cual, lejos de calmar la situación, ha agravado los ataques terroristas desde la Franja de Gaza con destructivos cohetes Qassam contra las poblaciones fronterizas israelíes como Sederot. Por otro lado, Israel mantiene el control fronterizo, lo que dificulta los viajes al exterior de los palestinos, y vigila de forma estricta el movimiento entre las ciudades palestinas. Los palestinos no residentes en Jerusalén tampoco pueden ingresar a la ciudad. Por su parte, Israel no solo mantiene, sino que amplía constantemente los asentamientos de colonos israelíes en Cisjordania, lo cual sigue siendo fuente de conflictos.

A finales de diciembre de 2008 finalizó la tregua entre Hamás, otro importante movimiento paramilitar, y el ejército israelí en la Franja de Gaza. Israel lanzó entonces su primer ataque en la Franja de Gaza el 27 de diciembre de 2008 como represalia contra Hamas por el lanzamiento de cohetes desde Gaza hacia Israel. El alto al fuego se decretó el 18 de enero del 2009 cuando Israel y Hamas declararon un cese de las operaciones militares. A pesar de esto, proyectiles y cohetes continuaron siendo disparados desde Gaza hacia los centros de población civil israelí, mientras que las Fuerzas de Defensa de Israel continuaron con sus ataques sobre la Franja de Gaza. Como puede verse, una historia que parece nunca acabar.

De toda esta larga historia, preguntémonos ¿cuál sería la salida? Parece que salvo la vía humanitaria y la piedad de los seres humanos, no existe otra solución. El mundo mira desde entonces con zozobra cómo los pueblos atrapados en aquellas legendarias tierras y estos gigantescos conflictos, entran nuevamente en una etapa de sombras. La tristeza mundial y la incertidumbre se instalan nuevamente en aquellos lugares. ¿Existirá alguna vez paz en el lugar? Es algo que probablemente ni ustedes ni yo podamos responder alguna vez.


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