El Lince de Perahigos 2022

Vistas casi al amanecer desde la Peña de Francia

El mes de enero de este año 2024, realicé un viaje de unos días a la Sierra de Francia, un viaje iniciático a un lugar realmente singular, en el que se dejan atrás las grandes extensiones de la dehesa salmantina, para pasar a un paisaje de montaña, en el que el agua fluía con abundancia entre los bosques y las propias localidades. Mi punto base fue La Alberca, uno de los pueblos mas bonitos de España, y como siempre en mis viajes, una parte de ellos, siempre lo destino a visitar bodegas y zonas de viña. Recomiendo a todo castellano que pase por aquí, ya que lo que se ve por aquellos lares, no lo he visto en toda Castilla. Tuve además la suerte de cara, ya que pillé unos días fantásticos de buen tiempo, y pude completar todas las rutas que tenía en mente, y alguna más.

Detalle de la etiqueta de la botella El Lince de Perahigos

Aquella mañana, mi primer destino fueron las Bodegas Cámbrico, de las que hablaré en una entrada posterior, cuando abra alguno de los vinos con los que allí me hice. Cercano a la bodega estaría mi destino, ya que dos casualidades, me llevaron a visitar Miranda del Castañar.
La primera razón que me llevó allí, fue el encargo de un amigo, Javier López, que al conocer el destino de mi viaje, me pidió por favor que le llevara, de este pueblo salmantino, un par de botellas de un orujo blanco casero y autóctono, que un mesonero custodia con mimo dentro de su tienda, lejos de la luz del sol, escondido tras unas cajas de cartón. Una vez dentro de su tienda, amalgama de piedra y madera, me quedé mirando los vinos expuestos, y me llevé una botella de este vino local, cuya etiqueta, uva, y la forma sugerente de su botella, me sedujeron al instante. Una vez dejé los líquidos en el coche, comencé mi ruta.

La segunda razón, era que de allí salía una ruta de senderismo muy interesante llamada Camino de los Prodigios, que une Miranda del Castañar y Villanueva del Conde. Diez kilómetros rompe piernas subiendo y bajando por laderas de bosque, algún camino forestal, y cantos rodados que destrozan con gusto las zapatillas, pero que nos devuelven a nuestra parte mas animal, a volver a ser un bípedo en territorio ajeno, donde raposos y jabalíes te otean a distancia, no alterando tu camino, mientras no alteres el suyo. En varios puntos de la ruta, es posible ver viñedos en bancales, algunos cuidados, y otros abandonados a su suerte. Alguno de esos viñedos, os dejo alguna de las fotos, me parecen casi imposibles de trabajar, y temo que pronto, salvo que la DO se consolide con fuerza, no tendrán manos que quieran trabajarlas, ya que el acceso a las mismas, a veces es una tortura. Curiosamente, la ruta me devolvió a la entrada de la Bodega Cámbrico, una señal sin duda. El sol pegaba fuerte, y aunque no lo creáis, siendo enero y Castilla, iba en camiseta. La ruta es dura, pero a la vez fascinante, ya que existen diseminadas en los kilómetros, varias obras de arte entre los árboles. Apenas a un kilómetro de meta, en una curva cerrada, mi bota no pudo mas y me resbalé en una roca húmeda; pensé que me había partido el trasero en dos, más la baja de uno de mis bastones, pero tras la costalada, sonreí a carcajadas, ya que sabía que nada me iba a detener ya. Fue increíble volver a pasar por ese arco y esas murallas de piedra, construidas en el S. XIII, con el signo del triunfo. Ya de vuelta en Burgos, no he querido esperar mucho más para abrir este vino y probarlo.

El Lince de Perahigos 2022 está elaborado por Bodegas Perahigos, desde Miranda del Castañar, y perteneciente a la D.O.P Sierra de Salamanca, aunque este vino sale con la contra de Vino de la Tierra de Castilla y León. Es un vino dentro de una gama de la bodega llamada Los Protagonistas, en los que estos elaboradores buscan realizar un homenaje a sus castas más especiales, buscando extraer la quintaesencia de esta zona. Bodega Perahigos cuenta con unas treinta hectáreas de viñedos, donde conviven rufetes, tempranillos, garnachas, bruñales y rufetes blancas. Las alturas de los viñedos viajan entre los 400 y 800 metros, con un terreno marcado por el granito y la pizarra, una acidez singular y una humedad relativa también única en tierras castellanas, ya que en la Sierra de Francia, el clima es claramente Mediterráneo, y hay que ir para creerlo. Está elaborado con uva rufete blanco serrano, y no me consta paso por barrica, procedente de viñas viejas sobre suelos graníticos.

Color pajizo pálido, que me recordó al del trigo justo antes de ser cosechado, con leves notas aceradas, limpio, lágrima fina para sus 13,5 grados de alcohol. Suave nariz, muy franco, nos lleva a un vino blanco lejano de los estándares castellanos, sin notas tropicales ni una excesiva acidez, con algunas notas almibaradas; buena entrada en boca, amable, punto balsámico y mineral, con una acidez algo justa ya, amplio, y con un final que nos lleva otra vez a un punto almibarado. Creo que le falta un leve «punch«, pero el vino resulta sorprendente, ya que quizás uno espera una gran rusticidad, y el vino es pura elegancia. Lo veo como un gran vino para abrir una comida, y preparar los sentidos. Interesante.

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