Editorial Anagrama.
377 páginas. 1ª edición de 2010, ésta es de 2011.
Traducción de Jaime Zulaika
Recuerdo la fuerte impresión que
me causó la lectura de Las partículas elementales en agosto
de 2002, justo un mes antes de que me fuese a convertir en profesor, profesión
con la que sigo desde entonces. Dejaba ese verano atrás el traje de joven
ejecutivo y el cambio me ilusionaba pero también me ponía nervioso. Tenía ya
veintiocho años, había leído unos
cuantos libros fundamentales; y al acercarme a Las partículas elementales aquella historia de tristezas y
frustraciones sexuales, que había escrito el que por entonces me estaba
pareciendo un escritor del que cada vez de hablaba más en las revistas y los
suplementos culturales, aquel Michel
Houellebecq (Saint-Pierre, isla de La Reunión, departamento de ultramar de
Francia, 1958), me impactó profundamente. Poco después leí Ampliación del campo de batalla,
que fue su primera novela, y me pareció que este libro era, en gran parte, un
banco de pruebas para escribir, algo más tarde, una novela mayor como Las
partículas elementales. Al año siguiente leí Plataforma, y aquí ya
tuve la impresión de que Houellebecq empezaba a repetirse. Todo lo que podía
ofrecer al lector Plataforma (salvo
algunas consideraciones sociológicas sobre el turismo) estaba ya escrito en Las partículas elementales. De hecho, me
pareció que desde el pedestal del éxito Houellebecq se proponía epatar al
burgués, lo que no deja de ser una concepción burguesa del arte. Me explico: en
Plataforma el protagonista viaja a
Tailandia como turista sexual; le superan las relaciones de pareja
convencionales y se siente satisfecho con los placeres de la prostitución. El
tema es interesante, aquí tenemos al occidental decadente y rico, importador de
juventud y belleza del tercer mundo. El tema puede epatar al burgués, creando
una controversia en una sociedad –la francesa- en la que aún la figura del
escritor tiene cierta relevancia social, y la salida al mercado de una novela
puede generar debate. Al leer Plataforma
me percaté claramente de que Houellebecq se cuidaba mucho de evitar un tema: se
reflexiona en el libro sobre el turismo sexual en Tailandia, pero no hay una
sola referencia de ningún personaje, ni un solo comentario, al turismo sexual
con menores. Recuerdo perfectamente que la primera vez que el protagonista se
acuesta con una prostituta y se lo cuenta a la mañana siguiente, en el
desayuno, al grupo de turistas con el que viaja se nos informa con claridad de
que la prostituta tenía veintisiete años. Los turistas burgueses de la novela
se escandalizan ante el comportamiento de su compañero de viaje, pero en el
mundo de epatación al burgués de Houellebecq, en la Tailandia distópica de su Plataforma, no existe la prostitución
infantil. Y si había pensado tras leer Las
partículas elementales que Houellebecq era un escritor muy punzante, muy
incisivo en sus análisis sociales, aquí me decepcionó, tuve la impresión de que
calculaba perfectamente a quién quería epatar con su novela, sabía perfectamente
quién era su público objetivo y qué personas iban a comprar su libro y
escandalizarse con él. Su escándalo, por tanto, era controlado, medido, y su
aire de nuevo enfant terrible de la
literatura europea me pareció en
consecuencia una pose. Se me acabó el amor con Houellebecq, y ya no me acerqué
a su siguiente novela, La posibilidad de una isla, que
además no la publicó Anagrama sino Alfaguara. Y sé que si después del éxito de
sus anteriores libros, Anagrama no publicó esta novela era porque consideraba
que su calidad no estaba a la altura.
Cuando en 2011 apareció El
mapa y el territorio, de nuevo en Anagrama y avalada por el premio
Goncourt (en Francia un premio como éste aún tiene prestigio), pensé en leerlo.
Pero, a pesar que estaba recibiendo buenas críticas en la prensa o en los
blogs, lo fui dejando pasar. Algún año después se lo regalé a mi novia, que ha
sido una buena lectora de Houellebecq; y me he acercado a él, por fin, dentro
de los parámetros de mi campaña personal a favor de evitar la compra temporal
de libros y leer los que tengo acumulados en casa. Además acababa de leer Rojo
y negro de Stendhal, y me
pareció interesante comparar una obra francesa del siglo XIX con otra del XXI.
El protagonista de El mapa y el territorio es Jed Martin,
un típico personaje houellebecquiano: su madre se suicidó siendo él un niño, y
ha crecido bastante distanciado de su padre, un arquitecto de éxito. Jed
Martin, niño sin amigos, adolescente retraído, estudiará Bellas Artes y
conocerá el éxito siendo muy joven, debido a su trabajo fotográfico, un estudio
del territorio francés a través de las guías Michelin. Gracias a la exposición
de sus fotos conocerá a la bella rusa Olga. Este personaje femenino también me
ha parecido típicamente houellebecquiano: la bella mujer joven, europea,
independiente y con éxito, que toma la iniciativa para mantener una relación
con un hombre tímido, apocado y retraído. Era así en Plataforma (en esta caso, la mujer era francesa) y vuelva a ser así
en esta novela. Quizás la protagonista de Las
partículas elementales tenía algo más de entidad –recuerdo la descripción
de las inseguridades de la mujer bella, que me pareció un elemento narrativo
logrado- pero en Plataforma (según
recuerdo) y sobre todo aquí, en El mapa y
el territorio, este personaje femenino actúa como una proyección de la
fantasía del autor: la bella mujer joven, deslumbrante que se enamora del
hombre apocado, del pusilánime (de él). Un personaje que acabará perdiendo
entidad en el libro hasta desaparecer.
Imagino que Jed Martin, el pintor
solitario que tiene éxito desde el principio en esta novela (el éxito de las
fotografías acabará siendo sólo un preludio del gran éxito que le está
aguardando con su serie de pinturas sobre los oficios) es un trasunto del mismo
Houellebecq. Alguien que gracias a su arte consigue una posición muy cómoda en
la sociedad, y que sin embargo con el dinero no alcanza la felicidad, sino un
espacio propio en el que ir aislándose cada vez más de los hombres. Aunque lo
curioso aquí es que si Jed Martin es un trasunto de Houellebecq, el autor juega
en El mapa y el territorio al
desdoblamiento, porque Jed va a entrar en contacto, para que le escriba el texto
de su exposición pictórica, con un escritor francés afincado en Irlanda llamado
Michel Houellebecq. La verdad es que éste me pareció un detalle bastante
simpático. También aparece como personaje en el libro el escrito Frédéric Beigbeder, amigo de
Houellebecq.
Después de haber estado unas tres
semanas leyendo Rojo y negro de
Stendhal no podía dejar de establecer algunos términos comparativos en mi
lectura. La sutilidad para describir a los personajes en Stendhal –el cómo se
ven unos a otros- es mucho más hábil y profunda que en Houellebecq. Éste dibuja
unos personajes un tanto difusos en el caso de las mujeres, y los masculinos
acaban siendo trasuntos de él mismo. Pero si la narración de Stendhal era
lineal, Houellebecq sabe jugar con los saltos temporales con elegancia, casi
como si pareciera que la novela se está escribiendo sin mucho esfuerzo, y, tras
una reflexión, una mirada más atenta podrá descubrir que el autor controla a la
perfección las capas del material narrativo desplegado. Stendhal hacía una
crítica a la sociedad de su época, a su hipocresía y al afán de ascensión
social de sus individuos, y Houellebecq más que una crítica hace un diagnóstico
–“autopsia” lo llama el crítico José
Martínez Ros- sociológico, y en cierto modo desapasionado de la Francia
actual (actual y también ligeramente proyectada hacia el futuro. De hecho, el
cuerpo principal de la novela parece situarse en torno a 2016, ya que apunta,
por ejemplo, que Beigbeder tiene cincuenta y un años, y compruebo en internet
que ha nacido en 1965).
Todo un aire de melancolía invade
esta novela, una atmósfera crepuscular: una Francia, o una Europa en general,
de la que están desapareciendo los oficios y la producción industrial. Una
Europa envejecida en la que un centro que practica eutanasias en Suiza tiene
más éxito comercial que un prostíbulo ubicado en la misma calle. Si en otras
novelas de Houellebecq era el sexo uno de los temas y fuerzas motoras de la
narración, aquí parece serlo más la pulsión de soledad y de muerte.
La tercera parte de la novela
acaba en la página 237, y he tenido la sensación de que en este punto podría
haberse acabado el libro. Aquí se proponía un final abierto lo suficientemente
sugerente: el personaje femenino podía volver a entrar en la vida de Jed o no,
Jed podía convertirse en amigo de Houellebecq, por el que siente una creciente
afinidad. Pero no, de repente parece que empezamos a leer un nuevo libro, y en
este caso se trata de una novela negra. Unos policías que aparecen por primera
vez en la narración investigan el brutal asesinato de uno de los personajes de
la novela. No será hasta sesenta páginas después que vuelvan a aparecer en la
trama el resto de personajes.
Desde un punto de vista ortodoxo,
este registro diferente y esta presentación de temas nuevos, con un cambio de
ritmo importante, sería un error de construcción de la novela; pero está claro
que Houellebecq conoce las técnicas novelísticas y se ha propuesto jugar con
ellas. Este juego me ha desconcertado, pero he de decir que ha sido un
desconcierto agradable. Se rompe la lógica de la novela, su simetría, pero
Houellebecq arriesga aquí, con materiales inesperados, el resultado me ha
parecido satisfactorio y el final definitivo más cerrado que el que podría
haber sido en la página 237 (pese a la desaparición definitiva del personaje
femenino).
El mapa y el territorio es una novela melancólica, sobre la decadencia
de Europa, con finas reflexiones sociológicas (sobre los oficios, los objetos,
las personas, el arte…), y a pesar de la tristeza que destila no está exenta de
humor. Esta potente novela ha hecho que me reconcilie con Michel Houellebecq.