Quejarnos continuamente de la sed en un desierto no solo no nos resuelve el problema, sino que, a través de nuestras emociones negativas, castigamos además a nuestro cuerpo con una bioquímica venenosa, en definitiva: hacemos de un problema dos.
Hemos sido educados para multiplicar nuestros problemas a través del victimismo y de sus correspondientes emociones negativas, de forma y manera que hacemos de la vida un drama en vez de un misterio a disfrutar. Nuestras emociones no han de agravar nuestros problemas, sino todo lo contrario: ayudarnos a superarlos. Una buena sabiduría emocional ha de proporcionarnos tanto lucidez mental como una bioquímica que favorezca nuestra salud ¿A qué esperamos pues para introducir la inteligencia emocional en la formación de nuestros educadores?, sería sin duda el mejor regalo para nuestros hijos.