Revista Opinión

El Mercado de la Seda (reedición)

Publicado el 10 julio 2013 por Miguelmerino

Para vivir, Hervé Joncour compraba y vendía gusanos de seda

Seda, Alessandro Baricco

   Otro momento inolvidable de mi viaje a China, es la visita al Mercado de la Seda. Así es como llaman al edificio de tres plantas que a modo de Centro Comercial, existe en Pekín para la venta de imitaciones de marcas famosas. Imitaciones que en su gran mayoría, nada tienen que envidiar a las originales, de hecho, se dice que una parte de la mercancía que allí se vende es realmente original y proviene de las fábricas chinas de dichas marcas como consecuencia de un exceso de producción destinado a este mercado. Quizás no sea cierto, a lo mejor sí ¿qué mas da?

   Una de las características principales de este Mercado de la Seda es, que para que la compra que realices te resulte rentable, debes recurrir al regateo. Pero no a un regateo de “me pedía cuarenta y pagué veinte”, no. Para pagar un precio mas o menos razonable por un artículo, éste no te puede costar mas allá del diez por ciento de lo pedido inicialmente. Es decir, si por un polo de Lacoste, te piden inicialmente ochenta euros, pagar mas de ocho es hacer el primo, lo suyo sería pagar entre cuatro y ocho euros, cuanto mas cerca de los cuatro, mejor. De ponernos sobre aviso de estas peculiaridades del Mercado de la Seda, se encargaron lógicamente nuestros guías, tanto chinos como españoles.

   La tarde del último día de estancia en Pekín, nos la dejaron libre para que la dedicáramos a las compras, principalmente en este Mercado de la Seda. Se encontraba a cien metros escasos de nuestro hotel y allí nos dirigimos de nuevo Tere y Kiko, Ángela y yo, dispuestos a contar de nuevo con los servicios de intérprete de la buena de Tere. No hacían falta. El Mercado de la Seda es uno de los pocos sitios en China en que se habla español, o al menos se hacen entender en español y mucho me temo que en venusiano si se acercara algún venusiano de compras por allí. Entramos los cuatro, charlando entre nosotros, como es habitual, cuando de pronto se nos acercan dos chicas que no aparentaban mas de dieciocho años, mas bien algunos menos, diciendo algo de este tenor: “Españoles, aquí cosas buenas, baratas para tú, ven guapo, cosas baratas para tú”. Como es natural, al oír que nos hablaban mas o menos en cristiano, nos acercamos a su puesto para ver lo que tenían. Y lo que tenían era lo que tienen el ochenta por ciento de los puestos del edificio, pues aunque he dicho que es como un centro comercial, lo cierto es que la mercancía se muestra en puestos similares a los de los mercadillos españoles. De hecho, hasta hace poco era un mercadillo al aire libre que en sus inicios servía para el comercio de la seda, de ahí su nombre, que ha permanecido inalterable, aunque ahora la mercancía sea otra. Como decía, lo que nos ofrecían era ropa de marcas conocidas, Lacoste, Hugo Boss, Custo, etc., y aquí empezó una de las tardes mas divertidas y surrealistas que recuerdo.

   El primer intento de regateo comenzó mal, no podía ser de otra manera, por muy avisado que estés, y aún estando un poco acostumbrado, aunque desentrenado en estos negocios del rebaje de precio (esto era algo que se utilizaba bastante aquí en Canarias, en los comercios hindúes, aquí llamados bazares de indios, pero no de forma tan drástica), es lógico que al principio no te salga bien porque es tan desorbitado lo que te piden con respecto a lo que se supone que debes pagar, que no sabes como manejarte. Me acerqué a uno de los puestos y miré unos vaqueros negros que tenían muy buena pinta, eran de Hugo Boss, la chica me dice que por ser para mí, cien euros, yo le digo que ni de coña, que mas de diez no doy y claro, aquí ya me pillé los dedos, porque la ley del regateo dice que el que vende ha de bajar la demanda, pero el que compra también debe subir la oferta en cada puja, de manera que al final se encuentren mas o menos en el centro, con lo que cualquier precio a partir de ahí, ya estaría por encima de lo aconsejado. Yo había hecho mi última oferta a la primera. La joven hizo mil aspavientos, llamándome loco (en español), crazy (en inglés) y otras cosas que no entendí, pero que seguro que no decían nada favorable de mi salud mental. Luego me dijo, con su mejor sonrisa, algo así como que yo le había caído bien y, aunque no ganaba nada, me lo dejaba en ochenta, que viera que era original, no una falsificación y que ochenta era un buen precio, yo le dije que no, que mas de doce euros era tirar el dinero y además se veía a la legua que era mas falso que un político en elecciones. Nueva sarta de improperios en todos los idiomas, incluido el esperanto, pero bueno, la había cogido en un mal momento y me lo dejaba en sesenta, yo que quince, ella que cuarenta, yo que veinte y ahí fuimos a cerrar el trato, cuando se me ocurrió una forma de salvar la situación. Veinte euros era bastante mas que el diez por ciento aconsejado por nuestros guías, así que sin inmutarme, le dije que veinte euros era mi oferta por tres pantalones. Aquí la china me fue a fulminar con la mirada, cogió el pantalón me lo quitó con furia de las manos y muy ofendida se fue hacia el interior del puesto. Yo igual de ofendido me alejé, pero no mucho, me quedé un par de puestos mas allá y mirando de reojo hacia la chica, que no tardó mucho en venir hacía mí, cogerme del brazo y llevarme de nuevo hacia su puesto, Ven, ven, tú eres listo y sabes lo que vale, dame sesenta euros por los tres. Y de nuevo empezamos el regateo. Al cabo de un buen rato, muchos aspavientos por una y otra parte, muchos improperios, mas por parte de ella, a mí me cuesta mucho maltratar verbalmente a una chica guapa, reminiscencias machistas, qué se le va a hacer, como decía, al cabo de un buen rato, terminé comprando tres pantalones por veinticinco euros.

   Una vez visto que no hacía maldita falta el inglés, Ángela, Tere y Kiko, dejaron en mis manos el asunto del regateo y la situación descrita anteriormente, eso sí, cada vez mas perfeccionada por mi parte, se repitió a lo largo de las tres plantas del Mercado de la Seda y durante las cinco o seis horas que nos pasamos allí. Terminé literalmente tirado por los suelos, riendo y dando mas argumentos a las dependientas para sancionar mi locura, además de muy cansado física y mentalmente, pero me lo pasé de cine. Eso sí, no me queda ningún remordimiento de conciencia, cuando el precio por mí ofrecido era inferior a lo que ellos estaban dispuestos a cobrar, no había forma de conseguir que te vendieran nada. Así que todo lo que compré, fue mediante una transacción libremente aceptada por ambas partes. De hecho, necesitaba comprar una maleta para traer lo comprado y estuve a punto de no conseguirla por no ofrecer lo suficiente, la compré cuando ya estaban cerrando las puertas un poco mas cara de lo que había sido mi última oferta y un poco mas barata de lo que había pedido por ella el vendedor, creo que en esta ocasión ambos cedimos mas de lo que estábamos dispuesto desde un principio, pero para todo hay excepciones.

   Si van a Pekín alguna vez, no se dejen sin visitar el Mercado de la Seda, de verdad que vale la pena y no sólo por las compras.


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