Revista Opinión

El milagro del santo lejano. El mito

Publicado el 03 junio 2013 por Jocoma
Estamos acabando la primera cena del verano (nosotros comenzamos ya con la primavera). En el porche de la casa de campo de mis amigos comienza a hacer fresco. Llega el gran momento: La tertulia de sobremesa. Aún no se ha acabado de quitar la mesa y mi amigo y yo (no sé ni como), nos enzarzamos en una discusión elevadita de tono, hay tensión pero no violencia. El café se está preparando en el interior de la casa. Apenas me doy cuenta de que pastas y licores van apareciendo sobre la mesa. Veo que mi amigo tiene algo que decirme, pero no acaba de hacerlo. Sé que está hablando de mí, se refiere a Dales Caña. Lo presenta como una cuestión que no es suya sólo, “hay muchos otros amigos que piensan lo mismo”El milagro del santo lejano. El mito  -Es que te falta humildad –me dice. Te crees dios. -“Joer, ¡qué fuerte!” -pienso. “¿Qué está pasando aquí?” –sigo pensando. -Lo he estado comentando con otros amigos y piensan igual –dice Ferràn. No escuchas a los demás. -“Caramba. Aquí está pasando algo. A ver qué me he perdido. Si de mis reflexiones en el blog se desprende esto, pueden estar pasando una de estas dos cosas, o las dos: O se me ve el rabo y realmente soy un prepotente de la hostia que se siente superior a los demás, o no he sido capaz de transmitir lo que realmente quiero participar. En alguna ocasión he comentado cual es la finalidad de los artículos en el blog. Creo recordar que en algún momento he escrito que lo primero que pretendo es poner en orden mis pensamientos; y en segundo lugar que al publicarlos pienso que es posible sirvan a alguien, y entonces, mejor que mejor. ¿Por qué no tengo que hablar de interioridades? ¿Por qué no tengo que contar sentimientos, impresiones, razonamientos y experiencias? No creo que sea orgullo, pienso que puede ser la satisfacción del trabajo bien hecho. ¿Porqué hay cosas que se tienen que quedar en la intimidad? Soy osado, quizás valiente, algo inconsciente, echado palante... ¡Quiero decir lo que siento! Dice que no escucho. Pero... ¡si me gusta más escuchar que hablar! Somos amigos pero no solemos llegar a niveles profundos y decirnos lo que pensamos realmente, aunque últimamente lo estamos intentando. Hoy hemos dado un pasito más hacia adelante. Creemos que somos amigos y nos conocemos, pero es posible que al fin y al cabo, el nivel sea bastante superficial” –sigo pensando.
El milagro del santo lejano. El mito
La conversación sube el tono, las palabras ya están bien altas. No hay peligro, nos apreciamos mucho, no se puede pasar ningún límite, aunque haya apasionamiento. Mi amigo es un intelectual. Su pasión es la política. Está muy preparado; se lo curra. Él y yo sabemos que hay una cosa que “le puede”: La demagogia de la gente que no piensa demasiado y que le arroja algún mensaje cual dardo envenenado. Últimamente su obsesión es rebatir esas simplezas, sabe que le dejan “descolocado”. Intenta hacer como ellos y responder demagógicamente, pero no sabe. Eso lo saben hacer “los otros”. Lo suyo es el razonamiento, la argumentación. Con todo esto está sufriendo muchísimo.
El milagro del santo lejano. El mito
-¿Realmente crees que lo único que pretendo es demostrar mi superioridad sobre los demás, que no escucho y que no intento comprender? –le comento a mi amigo. ¿Extraes sinceramente de los escritos y nuestras charlas esa conclusión? ¿Digo alguna cosa en ellos que pretenda ofender a los demás? ¿No ves en esas reflexiones un intento serio de comprensión, cierta lógica? ¿No aprecias en ellas una especie de “aprendiz de todo y maestro de nada”? ¿No ves una gran diversidad de agrupaciones de temas con un nivel medianamente aceptable? ¿No será que ves en las reflexiones una gran cantidad de atrevimiento? ¿Ser atrevido es ser orgulloso? ¿Ser humilde es no atreverte a decir lo que piensas, o eso es simplemente ser temeroso e inseguro? ¿Es posible que una persona no se case con nadie, intente mantener su independencia interior, no acepte a pies juntillas lo que le dicen “los sabios” y no tenga líderes ni maestros? Supongo habrás escuchado más de una vez aquello de “lo atrevido de la ignorancia”… ¿No será tu amigo JL un ignorante atrevido con mucha buena voluntad y poco más? ¿Es esto soberbia? Porque… si consideramos que la vida son cuatro días y pasan volando, ¿tengo derecho a intentar vivirlos a mi propia manera? ¿Tengo que seguir los dictados de ideologías, religiones o corrientes más o menos de moda? ¿Tengo derecho a intentar filtrar con un cedazo toda la “porquería” que lleva lo temporal de la época en que he nacido? ¿O por el contrario tengo que comulgar con ruedas de molino con las “verdades” de mi tiempo? ¿Puedo ser crítico con lo que me rodea? ¿Es posible que detrás de esas reflexiones haya un ego así de grande que lo único que pretende es un culto a la personalidad… y autoengañarme? Es posible; aunque no lo creo probable, estoy muy alerta en ese sentido, pero ya sabes, incluso el subconsciente es muy automanipulable.
El milagro del santo lejano. El mito
¿Puedo rebelarme contra lo que mi tiempo trata de imponerme? ¿Tengo derecho a ello? O es más, ¿tengo obligación de ir más allá de aquello que es generalmente aceptado y convenido como “la verdad” e intentar buscar algo más dentro de mi vida? Cada uno es como es, ¿no ves en mi una actitud de respeto y consideración hacia los demás, incluso un animar a que cada uno llegue a ser lo que le dicta su interior y realizarse, haciendo lo contrario que hace una gran mayoría que seduce, manipula y lleva a los demás a sus intereses particulares? En alguna ocasión he dicho que he ido dando bandazos como rama zarandeada por el río y que me habría gustado encontrar algo que me hubiera ayudado a comprender un sentido para la existencia. Ahora tenemos Internet y eso da muchas posibilidades a transmitir y a recibir estas ideas. Sólo reflejo algunas conclusiones a las que, tras mucho trabajo crítico y de reflexión interior, he llegado. No son verdades, nadie puede tomarlas como tales. Si miras con detenimiento, si vas al “Buscador de artículos”, por ejemplo y pones la verdad, nunca aparecerá como sustantivo, se utiliza como adverbio o adjetivo. La verdad absoluta no existe, todo es relativo. Cada cual tiene que llegar a sus propias conclusiones, pero no es menos cierto que a una persona le resultará mucho más fácil encontrarlas simplemente “escuchando” las experiencias de otros. ¿O nos lo llevamos a la tumba?
El milagro del santo lejano. El mito
¿Qué está pasando? ¿Qué no estoy transmitiendo bien? ¿Es que se trata de algo difícil, fuera de lo habitual, y que tenemos dificultades en sintonizar? También es cierto, doy fe de ello, de lo complicado que es transmitir sentimientos y experiencias interiores. ¡Qué difícil es hacerlo en folio y medio, dirigido a “quien esté en situación de receptividad” y no darle una forma de sesudo ensayo académico que al final no va a leer nadie o muy poca gente! ¡Cuántas chorradas se dicen por ahí! Espero que esto no lo sean.
El milagro del santo lejano. El mito
Es interesante esa tendencia que tenemos a mitificar, ¡cuanto nos gusta evadirnos de responsabilidades y dejarlo todo en manos de los mayores, de la tradición, de los líderes políticos o religiosos, de nuestra pareja! Es curioso, pero cuanto más lejano es el santo, más caso le hacemos ¿no has observado esto? Si al lado tenemos a alguien de tu mismo pueblo, y que encima no tiene un reconocimiento público en loor de multitudes, con un montón de títulos y acreditaciones… si encima es alguien que no quiere echar mano de virtudes adaptativas o seductoras, trabajando lo políticamente correcto… Si nuestro vecino lo “conocemos de toda la vida”… ese no puede tener nada que aportar. Si lo intenta se piensa que cree que es dios.
El milagro del santo lejano. El mito
Le decía yo a mis amigos que no me gusta mitificar. Le preguntaba cuales eran sus “sabios”, a hombros de quienes se había subido para “ver”, cuales eran sus referentes. No lo quiso decir delante de todos, aunque yo lo sé. Por mi parte le señalé a mis dos sabios: Krishnamurti y José-Luis Sampedro. Pero con toda la relatividad del mundo; son personas, como yo; seres humanos sujetos a la volubilidad de nuestros cerebros, a la relatividad de nuestras mentes.
En cierta forma es cierto lo que dice. No es que crea que soy dios, sino que soy “mi dios”, pero es que no tengo nada más. Mi única riqueza son las conclusiones a las que he llegado en mi vida, producto de la observación y la reflexión; cogiéndolo todo con humildad de verdad y con las máximas reservas. ¿Te suena extraño? ¿Ves soberbia en ello? ¿De qué quieres que eche mano en mi vida? ¿De religiones, de tradiciones, de ideologías? ¿No es acaso el objetivo de mi vida intentar comprender algo de todo esto?
Caña a la mala voluntad que impide la comunicación. Dales Caña. Artículos relacionados: 00-08-2011. ¿Qué has estado haciendo, amigo? 14-10-2011. ¿Mentes maravillosas? 21-04-2013. La paja en el ojo ajeno y la viga en elpropio

Joan-Llorenç [email protected]

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