Revista En Femenino

El misterioso caso del regalo infortunado

Por Y, Además, Mamá @yademasmama

Una cosa es que un niño pase olímpicamente de los regalos de Navidad y no quiera pedir nada al Olentzero ni a los Reyes Magos, y otra, muy diferente, es que no se digne a abrir los regalos. En casa todavía no se nos cierra la boca de asombro, porque días después de los Reyes, convive con nosotros, en el salón de casa, un paquete sin abrir, de un tamaño lo suficientemente grande como pase desapercibido a la vista. Un regalo sin fortuna cuya presencia nos inquieta.

El regalo ha tenido muy mala vida desde el inicio de sus días. Apareció por casa para el tercer cumpleaños del enano, allá por mediados de diciembre. En aquel momento, y después de sentirse abrumado por los regalos de sus padres y familiares cercanos (dados, además en diferentes días, para mayor confusión), este paquete se quedó sin abrir. Después de un día de espera, y al ver que el cumpleañero seguí sin reparar en él y que no tenía la más mínima intención de abrir el envoltorio, lo escondí en el armario a una altura prudencial para que cayera en el olvido infantil. Todo con vistas a los regalos de Navidad. No lo sacamos para Olentzero, -había otras prioridades- esperando que en Reyes viviera su momento glorioso. Pero ese momento nunca llegó y ya no se le espera.

La mañana de Reyes encontró tres regalos, abrió el primero (un anecdótico camión de bomberos con imanes), se quedó conforme y ahí quedó todo. Ni rastro del salvaje rasgar de papeles que se ve en las casas de familias numerosas, ni rastro de la emoción que esperábamos sus padres al vivir sus primeros Reyes de forma consciente. Nada de eso.

El segundo paquete, un libro, se lo abrí yo por la noche, para leerlo antes de dormir. Pero no me atreví con el tercero. Ahora, sin el pino de Navidad, la presencia del misterioso paquete resulta aún más fascinante. El regalo nos mira y remira apoyado en el radiador, pero mi hijo sigue sin percibir su llamada hacia el lado oscuro.

el regalo infortunado

Nadie se atreve a tocar el paquete misterioso. Por un lado, me gustaría dejarlo ahí para siempre, como testigo de la más peculiar de las mañanas de Reyes Magos que estoy segura de que viviremos en los próximos años (aunque visto lo visto, vete a saber). Tiene un toque reivindicativo el dejarlo ahí solo, como una señal de que mi hijo no se digna a dejarse en las garras del consumismo feroz navideño.

Puede que simplemente el enano no se ha dado cuenta de que puede abrirlo cuando quiera y cree que es mejor no tocarlo. O, sencillamente, quizá no le interesa esa caja que, a simple vista, parece contener puzzles y rompecabezas. Me debato entre la duda. Quizá lo mejor sea montar unos Reyes alternativos en pleno agosto, éstos puede que con un poco más de espíritu navideño.

¿A alguien le ha pasado?

Por cierto, en facebook sorteo esta semana unos Minis, ¿te apuntas?


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