Por Sergio Parra
Genciencia
Psicólogos y especialistas siempre han comparado nuestro cerebro con un ordenador donde se procesa gran cantidad de información y se efectúan miles de operaciones simultáneas, superando espectacularmente al ordenador más potente del mundo. Nos podríamos sentir orgullosos de ello. Sin embargo, nuestro funcionamiento intelectual comete errores o distorsiones aparentemente caprichosas que un ordenador nunca haría.
Algunos de estos errores de nuestros cerebros serían los prejuicios raciales o los estereotipos, por ejemplo. Así, cuando analizamos la información que recibimos a través de nuestros sentidos, nos dejamos llevar muy a menudo por nuestras creencias, expectativas o sesgos.
Infinidad de estudios realizados han confirmado que, en los análisis causales que efectuamos, solemos ser bastante benevolentes con nosotros mismos: nos atribuimos el éxito de lo que nos sucede (he aprobado el examen porque he estudiado mucho o porque soy suficientemente inteligente) y, por el contrario, solemos exculparnos por los malos resultados (me he divorciado porque mi pareja era insoportable, he suspendido el examen porque el profesor es un tirano, o se me ha caído la taza al suelo porque alguien ha tropezado conmigo).
Naturalmente el estado de ánimo afecta extraordinariamente al análisis causal de la realidad.
Esto deja muy poco espacio para la libertad porque, ¿qué mayor traba existe para ser libres que nuestro propio coartamiento? Interpretamos los datos de un modo en que sustenten nuestras creencias, muchas veces actuando de una forma absolutamente ilógica. ¿Quizás no seamos tan racionales como pensamos?
Si, como parece, compartimos aún demasiadas características de los animales y no sabemos interpretar la realidad tal y como es, ¿somos libres? Al parecer, ante lo expuesto, si aún tenemos alguna brizna de esa quimera llamada libertad, las modas, un líder de masas o alguna dura crítica a nuestra manera de pensar se encargarán de eliminarlas por completo.
A pesar de que el ser humano ha conseguido grandes logros en los campos de la ciencia, la técnica, etc., sobrevaloramos el grado de participación del pensamiento consciente en la vida cotidiana. Está comprobado que gran parte de nuestro comportamiento aprendido queda fijado permanentemente. En los inicios del proceso, aprender algo nuevo nos resulta difícil, pero luego no tenemos que emplear gran esfuerzo para llevarlo a cabo. Por ejemplo, la mayoría de los adultos caminan, nadan, se atan los zapatos o escriben palabras sin ninguna dificultad.
También hay que tener en cuenta que nuestras mejores ideas se nos ocurren cuando no somos conscientes de ello, mientras estamos pensando o haciendo algo que no tiene ninguna importancia. Así pues, de esto se desprende que somos bastante autómatas en nuestros actos; y el automatismo es lo contrario de la libertad, de la originalidad.
Carl Sagan dijo:
Se nos ocurre que un etólogo extraterrestre, escéptico y desapasionado, que estudiara nuestra poco atractiva especie podría llegar a la razonable conclusión de que los Homo sapiens son, en su mayor parte, autómatas poseedores de algunos departamentos de relaciones públicas muy activos y locuaces que se encargan de disculpar y encubrir sus flaquezas.
El ser humano, al parecer, comparte bastantes rasgos con los chimpancés, y en algunos comportamientos impulsivos, como la violación, esta similitud se acentúa. Y no me estoy refiriendo a los violadores, que se comportan de forma anómala, si no a personas normales (la mayoría), que consideran excitantes las descripciones de violaciones, especialmente si muestran a la mujer disfrutando a pesar de su resistencia inicial.
Como sugieren los estudios de David Bruss, si se les asegura la impunidad, más de un tercio de los hombres, en universidades estadounidenses, reconocen tener alguna propensión a cometer una violación. Así pues, es evidente que existe (como en los animales) una predisposición biológica a la violación.
Éste es sólo un ejemplo de las cosas que compartimos con los animales, en definitiva del animal que aún anida en nosotros y todavía no ha sido del todo domesticado por las normas y las leyes. Como escribió Hippolyte Taine, un resumen de la naturaleza humana basado en las obras de Shakespeare definiría al hombre como:
“Una máquina nerviosa, gobernada por un capricho, dispuesta a las alucinaciones, transportada por pasiones sin freno, esencialmente no razonadora… y conducida al azar, por las circunstancias más determinadas y complejas, el dolor, el crimen, la locura y la muerte.”
Vía | Optimismo inteligente de Avia, M. Vázquez / Sombras de antepasados olvidados, de Carl Sagan
Sergio Parra 15 de diciembre de 2010
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Fuente: Genciencia
Imagen: Racionalidad