¿Cómo ha podido escribir un libro tan fabuloso y poético? ¿De dónde ha salido su inspiración? ¿Cómo ha sido capaz de infundir tanto realismo a ese personaje con el que he llorado y reído?
Los escritores son artífices de verdaderas maravillas, detrás de las cuales suele haber mucha organización, infinitas elecciones largamente meditadas entre abanicos de posibilidades, una fuerte perseverancia tras varios intentos frustrados, algo de experimentación y, sobre todo, mucho tiempo invertido. Con la ayuda de algunas figuras de nuestro panorama lijero, en este reportaje, el primero del ciclo Fabricando libros, vamos a seguir de cerca el proceso que habitualmente siguen los escritores.
El origen de las ideas
Vamos a empezar imaginando cada novela como un árbol. Con muchas ramas, con muchas historias paralelas que se entrecruzan y forman algo grande pero que vienen de un mismo tronco. Ese árbol era en sus orígenes un brote nacido de una pequeña semilla, que ha ido creciendo y alimentándose a lo largo del tiempo. ¿Cuál es la semilla, la idea a partir de la que nace la novela? Algunos escritores se inspiran en vivencias de terceros, otros en libros o en películas y unos cuantos en pequeños detalles de su día a día que les plantean preguntas.
“Miss Taqui surgió un día que estaba pasando el aspirador. Pensé algo así como ¿Y si el polvo que recogemos en los aspiradores, que se queda apelmazado muchas veces en la bolsa, pudiese reciclarse, sirviese para hacer cosas? Y seguí limpiando mientras pensaba en eso, y después debí de dejar el aspirador, seguramente sin terminar la tarea, y me puse a escribir sobre una niña llamada Miss Taqui que tiene una fábrica donde se recicla el polvo. No tenía ni idea de qué le iba a pasar a esa niña, pero sentía curiosidad y simpatía por ella, y ganas de averiguar más sobre su historia”, nos cuenta Catalina González Vilar, dispuesta a echarnos una mano desvelando el curioso germen de una de sus últimas obras
Hay que utilizar muchas ideas y formar un argumento donde éstas aparezcan perfectamente cohesionadas. De hecho muchas otras ideas o planteamientos surgen y se descartan durante el proceso de búsqueda de argumento para una novela. Jesús Díez de Palma nos confesó que algunas de las escenas de su novela El festín de la muerte surgieron durante el proceso de documentación. “La idea del capítulo del ferrocarril de Cracovia a Varsovia me vino por un escueto comentario que encontré en una página británica que decía simplemente: Mi abuelo murió en 1939, en el bombardeo de un tren en Polonia”.
Poco a poco se pasa de una mera idea a un proyecto sólido. El tiempo transcurrido entre ambas etapas varía: días, meses o incluso años. ¿Quién no recuerda que Laura Gallego tardó más de una década en lanzarse al teclado con Memorias de Idhún?
Por otra parte, cada escritor es único, pero se pueden distinguir dos grandes tipos: los que tienen toda la novela planificada antes de comenzar a escribir y los que van improvisando sobre la marcha. Según Fernando Marías, los primeros utilizan “mapas” y los segundos “brújula”, tal y como nos contó Jorge Gómez Soto. ¿Unos son mejores que otros? Para nada: es una mera cuestión de preferencias, cada escritor utiliza el método con el que se encuentra más cómodo. Para los de mapas el siguiente apartado de este reportaje es esencial; sin embargo, los de brújula sólo desarrollarían un poco más la idea de la novela y ya saltarían directamente al proceso de escritura.
Organización previa de la novela
Martin Amis ha asegurado públicamente que “tras los primero días de creación (…) escribir sólo consiste en tomar decisiones. Después de las grandes, las medianas; luego, las pequeñas. Montones de pequeñas decisiones, 200 ó 300 por página”. Los escritores que no disfrutan con esa inseguridad, o que prefieren disminuir notablemente la cantidad de decisiones que deben tomar en cada página por la razón que sea, realizan esquemas, resúmenes y un desglose de lo que sucederá, de forma aproximada, en cada capítulo de la novela que tienen en mente.
Es en ese momento cuando estructuran el camino que seguirá esa novela y sopesan diferentes posibilidades de desarrollo para la misma. Un único proyecto de novela en esta etapa puede tener varias versiones completamente diferentes que el escritor medita y va modificando, hasta decantarse por la versión que le parece más interesante o atractiva. Esa será la que desglosará más detalladamente y posteriormente escribirá.
¿Alguna vez habéis intuido cómo se iba a desarrollar alguna de vuestras lecturas en los siguientes capítulos, aunque desconocieseis exactamente lo que iba a suceder? Probablemente se debiese a que el autor ha utilizado una estructura clásica para organizar la novela. Hay incluso normas actuales que dictan en qué momento preciso debe haber un giro argumental o la aparición de una nueva subtrama. Estas normas están basadas en estudios sobre las respuestas de lectores y de espectadores en la industria audiovisual. Por ejemplo, se dice que la típica división en introducción, desarrollo/nudo y desenlace debe representar un 25, 50 y 25% de la novela respectivamente, e incluir al menos un giro o un cambio de sentido en la trama entre cada sección, así como otro más al llegar a la mitad del desarrollo. Muchos best sellers siguen estructuras-tipo, algunas con orígenes en el Mundo Antiguo como el viaje del héroe, con unas etapas y episodios muy bien marcados.
Este también es el momento de meditar sobre los personajes. A Alfredo Gómez Cerdá le parecen “esenciales dentro de una novela. La trama se olvida muchas veces, pero los personajes quedan”. Para hacer unos que sean redondos lo principal es realizar fichas individuales sobre los principales personajes. En ellas figuran rasgos físicos y psicológicos, así como vivencias, anécdotas, traumas personales, expresiones que utilizan al hablar… Todo vale en las fichas, aunque sea un dato que no vaya a aparecer expresamente en la novela: ayudan a profundizar y a perfilar aún más esas figuras en la mente del escritor. En Internet incluso figuran fichas-modelo de descarga gratuita para después rellenar al gusto de cada uno.
Hay autores que se inspiran en conocidos para crear a sus personajes, tomando prestado su físico, su personalidad o algún detalle que haya llamado su atención. Begoña Oro nos explica que en su última novela escrita hay un abuelo “que es la caña de España, la cuña de Cataluña (por si acaso), y que es una mezcla de tres expedicionarios de entre 67 y 75 años que fueron conmigo al Himalaya. Hay frases que dice -el abuelo- que están tomadas literalmente de ellos y que, durante la expedición, iba apuntando en secreto en una libreta”. También hay quien toma como modelos físicos a actores y famosos. Y, por supuesto, también están aquellos a quienes no les agrada esta práctica y optan por inventarlo todo.
“Sigo un proceso largo: desde que los veo -los personajes-, hasta que puedo establecer en mi libreta su ficha con sus rasgos físicos y, sobre todo, psicológicos. Su forma de ser desde un punto de vista psicológico influye en el desarrollo del argumento y, a la vez, el desarrollo del argumento influye en el personaje, que al final de la novela no es exactamente igual que era al principio”. Gemma Lienas, en la entrevista que le hicimos, incide en algo muy importante: la evolución del personaje. Prácticamente todas las historias -novelas experimentales aparte- nos presentan una evolución, un cambio, y esto ha de ir íntimamente ligado a las vivencias de los personajes. La psicología y las causas detrás de esa evolución deben ser estudiadas y tener unos pilares sólidos. Todo tiene un porqué, y el escritor debe organizarse de modo que el lector pueda verlo mediante los actos de los personajes, siguiendo la máxima de “mostrar en lugar de contar”.
¡Manos al teclado!
Tras pasar por la anterior etapa, los escritores de “mapas” ya tendrán todo el argumento desglosado en escenas, conocerán bien a los personajes gracias a las fichas que han realizado y se encontrarán listos para plasmarlo todo en papel. Lo siguiente para ellos es pura disciplina: escribir, escribir y escribir, sin desfallecer y sin dejarse bloquear por la temible página en blanco. Pero para otros autores, los de “brújula”, la escritura tiene un matiz distinto, y se funde con la misma creación y desarrollo de la novela. También hay algunos que optan por un término medio entre planificación y libertad, como Susana Vallejo, quien ya nos explicó que suele saber cómo empieza “una historia, cómo va a terminar y los acontecimientos (escenas) más importantes de por ahí en medio. Después sólo queda unir esas escenas y eso lo puedo improvisar más”.
Se trate de escritores de mapas o de brújula, no podemos olvidar que la etapa de escritura no es solamente narrar una historia, sino escoger bien las palabras, el tono y la forma. Cuando le entrevistamos, Alfredo Gómez Cerda nos contó que “casi nunca hablamos de la forma, del estilo literario. Siempre nos centramos en el tema, en los contenidos. Es un gran error. Lo que hace grande a una obra literaria es, sobre todo, su estilo”. Bien lo demostró Begoña Oro en Pomelo y limón: la historia no deja de ser una versión moderna de Píramo y Tisbe, de Romeo y Julieta, pero un misterioso narrador, un atractivo juego de puntos de vista, y una escritura depurada y exquisita dieron otra vuelta de tuerca a algo ya visto.
Escoger la voz narrativa adecuada también va muy ligado al estilo de la prosa. Primera o tercera persona, un narrador externo o un personaje que presenció lo ocurrido, pasado o presente… ¿Alguien se imagina unos Juegos del Hambre con un narrador ajeno al drama personal de Katniss? ¿O un El Señor de los Anillos contado en primera persona por Frodo Bolsón, obviando las aventuras del resto de la Comunidad del Anillo? Cada historia pide un punto diferente de vista, el suyo propio, y sus efectos en el resultado pueden ser demoledores, por lo que conviene meditar sobre esta elección con detenimiento antes de empezar a escribir.
Aunque lo habitual es narrar de forma ordenada, siguiendo el desarrollo de la novela, en ocasiones hay autores que alteran la escritura de los capítulos porque necesitan saber dónde quieren llegar o porque una escena se les ha atravesado y prefieren regresar a ella más tarde. La clave es sentirse a gusto con lo que se escribe. Estas alteraciones son frecuentes sobre todo en las novelas con varias líneas argumentales paralelas o cuando hay múltiples narradores.
Sin embargo, sucede algo horrible de repente: el escritor se bloquea y llega a “ese punto de la historia en el que te has ido de la idea original, en el que has perdido la pista que seguías, el tono, lo que de algún modo le daba unidad y coherencia”, nos cuenta Catalina González cuando le preguntamos sobre ese temido momento. “El problema es que generalmente tardas mucho en saber cuál es ese punto, dónde te despistaste. Y vas y vienes por el cuento o la novela, desorientada, y reescribes, y desechas lo reescrito, y vuelves a escribir, y vuelves a deshacer. E inevitablemente tratas de conservar aquello que no funciona porque por algún extraño motivo te has encaprichado con ello y eres incapaz de ver que no resulta. Esa es mi página en blanco”. Pero, finalmente, la luz llega si se busca con ahínco y sin perder del todo la ilusión, porque de lo contrario la novela llegará a un punto muerto y jamás será concluida.
Una curiosidad: ¿quién no se ha preguntado cómo se escribe un libro a cuatro manos? Cuando son dos o más los escritores, las líneas generales del argumento ya han sido pactadas y meditadas durante un largo proceso de preparación y asignación de escenas. Después suelen alternarse ambos creadores en el proceso de escritura, corrigiéndose y reescribiéndose mutuamente cada poco tiempo; esto es lo que hacen las autoras de Hermosas criaturas, Kami García y Margaret Stohl. Otras veces uno de los autores se encarga de hacer guiones detallados de cada capítulo y el otro exclusivamente de la escritura; este es el método preferido de la pareja literaria Ana Alonso y Javier Pelegrín.
La hora del bolígrafo rojo
Acabamos de ponerle punto final -o puntos suspensivos, o exclamación final- a nuestra historia. ¡Genial, maravilloso! Una agradable sensación empieza a recorrer nuestro cuerpo, un cosquilleo que comienza por los dedos que han dejado de pulsar el teclado, y cerramos el documento de texto pensando que todo ha terminado. Pero no es así: ahora es cuando comienza el último gran paso.
Es habitual escupir, vomitar de sopetón la historia que uno tiene en su cabeza, dejándose llevar por la pasión sin pensar demasiado en el significado de cada palabra que plasma en el papel. Pero, salvo en honrosas ocasiones, los manuscritos así concluidos tienen fallos. Fallos ortográficos, fallos de estilo e incluso fallos de contenido. Escenas que sobran, diálogos que podíamos haber condensado o ese beso que nos ha faltado para hacer más intensa la página 95.
La mayor parte de los escritores coincide en que antes de llevar a cabo este paso conviene dejar reposar la novela unos meses, dedicarse a otros proyectos y volver a ella con ojos renovados. De ese modo se distancian lo suficiente como para descubrir fallos que antes pasaban desapercibidos por estar demasiado inmersos en el universo narrado.
También ayuda ver si la voz narrativa, cuando se trate de una novela en primera persona, es la del personaje que habla o la del escritor. Begoña Oro nos lo confirma: ella lo tiene muy, muy claro y nunca se da por satisfecha con la primera redacción. En su último manuscrito, narrado por una chica, asegura que se dio cuenta de que “la voz ya funcionaba cuando escribía con la voz de la protagonista y luego, al releerlo, sentía deseos de tachar y cambiar cosas. Me di cuenta de que quería cambiar cosas porque YO no lo habría escrito así, pero ¡mi personaje sí! Finalmente mi personaje me había poseído, y ya escribía de forma natural como si fuera ella. Lo único que me quedaba por hacer era frenar a la correctora que hay en mí y que intentaba imponer mi voz, no la del personaje”.
Montse de Paz comenta en su blog que un gran truco para corregir es realizar una lectura en voz alta, “pausadamente, entonando y vocalizando bien. Es ideal para detectar repeticiones, cacofonías, aliteraciones, frases demasiado largas o maltrechas, expresiones que no acaban de encajar… ¡No se escapa ni una!” Los escritores en “modo corrección” activado son expertos cirujanos que destripan cada capítulo y extirpan fragmentos sin miedo: en ocasiones se escriben páginas enteras que sólo son útiles para el propio escritor, para conocer mejor la diégesis, el universo narrado. Otras veces pueden -y deben- decirse las mismas cosas en una línea en lugar de cuatro, con menos divagaciones. Por eso es habitual que la novela, tras la corrección, sea menos gruesa y pierda páginas. Y… ¿cuántas veces se realiza esto? ¿Una, dos, tres? La respuesta es todas las que se pueda, cuantas más mejor para depurar al máximo la creación.
Colorín colorado
Así es como el proceso concluye: con un manuscrito que tiempo atrás -meses, años, ¡quién sabe!- era tan sólo un proyecto, una idea entre centenares. Sudor, lágrimas, risas, tirones de pelo, noches de insomnio hasta hallar la pieza perdida… el esfuerzo parece merecer la pena.
Y después, ¿qué hacer con el manuscrito? Eso depende de las motivaciones personales de cada escritor: algunos escriben por necesidad, para expulsar lo que tienen en la cabeza, otros lo hacen por reconocimiento, otros por diversión, otros para compartir sus mundos de ficción, etc. Los que anhelan ver ese libro publicado y en los estantes de una librería saben que el trabajo no ha terminado aún: apenas ha comenzado. Mover el libro por editoriales, buscar agentes, autopublicar, presentarse a concursos… ¿Qué opciones existen y cómo alcanzar la meta? De todo esto tratará el próximo reportaje del ciclo Fabricando libros. ¡No os lo perdáis!