Revista Cultura y Ocio

El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk

Publicado el 25 marzo 2011 por Flenning

Kemal es un héroe atrapado entre el Ser y el Deber ser, como tantos otros amigos de este espacio. Recuerdo ahora mismo a Ana Karenina y al infante difunto de Cabrera Infante. En la esquina del Deseo aguarda la bellísima Füsun mientras que, a su lado, como Debe ser, está Sibel. En su encierro, la sentencia es solo una: culpable de acción, culpable de inacción, culpable si huye, culpable si se queda…

«… Ahora estoy muy arrepentido —dijo mi padre—. Me arrepiento de no haberla apreciado lo bastante, de no haberle dicho mil veces lo dulce, lo agradable y lo valiosa que era. Era una chica con el corazón de oro, modesta, inteligente y además muy guapa... Carecía de ese estilo orgulloso que he visto en todas nuestras mujeres guapas, que presumen orgullosas de su belleza, como si fuera algo que hubieran hecho ellas mismas, y del deseo de ser mimada y elogiada continuamente... Hoy sigo sufriendo, fíjate, con la de años que han pasado, tanto por haberla perdido como por no haberme portado con ella como se merecía. Hijo, hay que saber portarse bien con las mujeres en su momento, antes de que se pase el momento.
Mientras decía sus últimas palabras con el aire de un legado, mi padre se sacó del bolsillo un estuche recubierto de envejecido terciopelo […]».

La confesión del padre de Kemal revela la presencia de un nuevo jugador en esta jugada del destino: el Tiempo. ¿Cuánto tiempo esperará Füsun? Ojalá fuese posible dejar todo en suspenso y dejar que el azar gobierne las cosas, pero ¿cómo saber si esta mano de la baraja es mejor que la siguiente, o que la siguiente, o que la siguiente? Sin duda, todo irá hoy mejor si nadie duda.

«… En realidad nadie sabe que está viviendo el momento más feliz de su vida mientras lo vive. Puede que haya quienes piensen o digan sinceramente (y a menudo) en ciertos momentos de entusiasmo que están viviendo, ahora, ese instante dorado de sus vidas, pero, a pesar de todo, con parte de su alma creen que más adelante vivirán momentos más hermosos y más felices. Porque, especialmente en la juventud, de la misma forma que nadie puede seguir viviendo si piensa que a partir de ese momento todo va a ir a peor, si uno es tan dichoso como para imaginarse que vive el momento más feliz de su vida, es lo bastante optimista como para pensar que el futuro también será hermoso […]».

¡Qué terrible parece la vida cuando nos quita la certidumbre de la felicidad! La incertidumbre siembra nuestro camino de un tranquila inquietud: todo cambia, o no. La felicidad cambia de dueño y, a veces, recordar lo felices que fuimos ilumina nuestro dolor. En cualquier caso, ¿qué es mejor, el dolor del recuerdo o el olvido?

Sin embargo, tal vez hay un consuelo. Si pudiésemos trazar un mapa de nuestra felicidad y poner un hito o cualquier objeto significativo, allí donde la moneda nos cayó cara, entonces podríamos decir, después de algún tiempo, que somos coleccionistas de momentos felices. No hablo de Amores en almoneda, sino, insisto, de una colección de momentos felices.


El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk
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«… Todo aquel que tenga la menor idea sobre civilizaciones y museos sabrá que tras toda la sabiduría de la civilización occidental, que es la que domina el mundo, se encuentran los museos, y que los auténticos coleccionistas que los inician, al recolectar sus primeras piezas, nunca piensan dónde les llevará lo que están haciendo. Cuando las primeras piezas de las grandes colecciones caen en manos de esos auténticos primeros coleccionistas, que más tarde habrán de exponerlas, clasificarlas y publicarlas en catálogos (los primeros catálogos son las primeras enciclopedias), la mayor parte de las veces ni ellos mismos son conscientes de ello […]».
«… Me he esforzado mucho para poder reflejar en el Museo de la Inocencia esa sensación de no ser capaz de salir de un sueño. La sensación tiene dos aspectos: a) como estado espiritual que se ex-perimenta, y b) desde el punto de vista en que nos muestra el mundo a través de una ilusión[…]».

¿Cómo es un catálogo de momentos felices? Seguramente, pensará en ese estuche de terciopelo donde guarda los dientes de su hijo, o en esa caja llena de cartas amarillentas y desleídas, o en aquel posavasos de papel con un nombre y un número de teléfono. Parece una colección fácil de hacer y de catalogar, puesto que es fácil retener los escarpines de un niño. Sin embargo, créame, al poco tiempo de comenzar su colección, usted querrá algo más que fotos, dientes y cartas. Querrá que su colección se convierta en un museo:

«… Los museos: 1. No son para pasear por ellos, sino para sentirlos y vivirlos. 2. El alma de lo que hay que sentir la forma la colección. 3. Un museo sin colección no es tal, sino una casa de exposiciones […]».

Yo, como testimonio de mi adhesión a la lucha de Kemal, transcribo una de las piezas de mi modesto museo:




Malla de reloj


19 de agosto de 1991: a ella le gusta el cuero rústico y a mí me debilitan y deslumbran sus manos. Para poder obtener la pieza, tuve que provocar un mancha sobre ella (la mancha aún se aprecia) y así motivar su recambio. También tuve que pagar un dinero extra, casi extraordinario, al relojero, para que dijese que no había podido salvar la pieza.


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