Hay un sentir que nace en las creencias sumergidas en la dualidad y que está al servicio de éstas, es el encargado de alimentar los dramas. De él surgen los sueños del ego, que en realidad no son más que intentos de satisfacer los estados de necesidad de éste. Hay otro sentir que nace en nuestro corazón y que por lo tanto goza de su poder y sabiduría. Los sueños que surgen de él están impregnados de sus dones, entregarlos al mundo es un acto de generosidad para con la humanidad y para con nosotros mismos. Cuando somos fieles a estos sueños el acto de darlos nos enriquece, nos hace sentir en nuestro propio hogar. Habitarlos nos pone en contacto con nuestra auténtica identidad. Una educación encaminada a que sirvamos a las creencias culturales, familiares, científicas … sólo puede generar sueños del primer tipo y hacernos competir unos con otros. Es una enseñanza dirigida a mostrarnos cómo sobrevivir lo mejor posible en un futuro que no podemos sentir como verdaderamente nuestro, y que crea sociedades en las que la riqueza separa a las personas. Una educación que apunte al corazón promueve el encuentro con nuestra verdadera identidad y con el sentir que a todos nos enriquece. En ella habría un “asignatura” fundamental: enseñar a descubrir nuestros sueños, esos sueños que nos tornan a todos ricos y a la sociedad abundante, esos sueños que nos dan la seguridad de sentirnos en nuestro verdadero hogar. Si eres educador, en el fondo todos lo somos aunque sea de nosotros mismos, te propongo que a cielo abierto preguntes a tu alumno o hijo cuáles son sus sueños … Si no los conoce o te responde con sueños del ego, es decir con necesidades, se abre ante ti una gran aventura educativa de acompañamiento,… nada hay tan hermoso como ayudar a alguien a gestar y a dar a luz sus propios sueños. ¡ Pruébalo ! ¡ No te prives del néctar del educador !
En la imagen una escena de la película “El último regalo” , en la que el protagonista le pregunta a la niña, ante las estrellas, cuáles son sus sueños.