Con el tiempo, nos vamos sumergiendo en un mar de problemas. Negamos las propias necesidades para no sufrir ahogando nuestras aspiraciones y necesidades. Soñamos con miedo a vivir nuestros sueños y vemos transcurrir los días, los meses y los años decepcionados por no cumplir nuestros deseos afectivos, materiales o ambos. Escondemos nuestra capacidad de amar, de querer, de asombrarnos, de reír, llorar, de abrirnos al mundo y sentir que tenemos derecho a tenerlo todo. Construimos murallas y barreras de diversos tamaños y formas como mecanismo de defensa frente a otros y frente a nosotros mismos.
La psicología define el “niño interior” como el Yo esencial que existe dentro de la cáscara de un adulto que queda suprimido por las experiencias del pasado. Muchas de las luchas internas y heridas de hoy tienen raíces en el pasado. Todas las cosas que nos han ido sucediendo a lo largo de la vida se almacenan en forma de recuerdos en nuestra mente. Mensajes del pasado que nos transmitieron temores, conflictos, crítica culpa, rencores o nos hicieron sentir ignorados o abandonados. Durante nuestro día a día nos vemos afectados por diversas situaciones con las personas que nos rodean, frente a las cuales reaccionamos, por lo general, de forma proporcional a la situación. Pero a veces, sucede que la reacción es desproporcionada, probablemente sin pretenderlo y de forma inconsciente. Como si una puerta se abriera hacia “viejas” heridas. Si estamos comprometidos con un proceso de crecimiento es importante resaltar qué cosas necesitamos de las personas de nuestro entorno que no recibimos o qué necesidades nos fueron negadas o no satisfechas. Desdramatizar el presente para no exagerar las circunstancias y no envenenar las relaciones del hoy. Alimentar al niño que llevamos dentro es vital para poder cambiar nuestros patrones de conducta, liberar el dolor con su rabia contenida y para re-aprender a aceptar, sanar y apoyar todos los aspectos de nosotros mismos y existir según lo que realmente somos y queremos ser. Sí, somos adultos y sí, somos responsables pero no olvidemos las capacidades que nos enseñó la infancia con aquellas cosas que nos resultaban divertidas. Podemos volver a conectar con la parte de la confianza y la alegría intentando: Hacer las cosas que nos gustaban hacer de niño, no dejamos de jugar porque nos hacemos viejos, nos hacemos viejos porque dejamos de jugar. Tratar de no obsesionarseSentir sin juzgar el sentimiento y sin aferrarse a élMirar el mundo a través de los ojos de un niño. Como dijo Paulo Coelho: “Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea.”Revista Espiritualidad
Una vez fuimos niños. Niños felices, juguetones, alegres, curiosos, inocentes, habladores, con una mente abierta capaz de aprender de forma sencilla y directa.