Hace ya tres años que comencé a seguir las cuentas de “El Orden Mundial s. XXI”: su Twitter, su WordPress, su Facebook y su web con muchísimo interés, del equipo del geógrafo Juan Pérez Ventura. Me gustó ese proyecto desde el principio: porque es cultura, porque es difusión generosa del conocimiento de nuestra propia civilización, porque es serio y está bien hecho, porque me parece muy enriquecedor y de confianza, porque lo veo neutral y, a la vez, esclarecedor. Desde que lo leo, cada día tengo más claro qué es lo que pasa en esta bolita azul que flota en el puesto más privilegiado del Sistema Solar girando sin parar sobre si mísma, egocéntrica con motivos y con propiedad. Está claro, y quien no lo entienda es porque no quiere, o porque no lee “El Orden Mundial s. XXI”: el mundo está como está porque somos imbéciles… ¡de remate!
En serio: esto no tiene ni pies ni cabeza. Por más que intento entender por qué seguimos soportando y obedeciendo, ¡no lo entiendo! Tal vez, en otras épocas, en otros tiempos, cuando solo unos pocos (y unas pocas, menos aún) tenían la suerte de poder librarse de los lavados de cerebro de las religiones y el analfabetismo, se podía entender tanta ignorancia, fanatismo y sumisión. Pero hoy en día, en nuestros tiempos, ¿por qué? ¿Qué es lo que no hemos entendido, o a qué seguimos teniendo tanto miedo? Vivimos en la era de la globalización de todo, incluso de lo más valioso que tiene el ser humano, que es la transmisión del conocimiento y la información. ¿Cómo puede ser, entonces, que tengamos ahora este panorama? ¡Tres millones de personas sin techo en España! ¡El mayor índice de suicidios, denuncias por violencia de género y machismo juvenil desde hace muchos años! ¡Colas del hambre que recuerdan a las de la posguerra civil! ¡Nuestros jóvenes mejor preparados emigrando, nuestros mayores manteniendo a sus hijos/as y nietos/as con sus pensiones, nuestras mujeres perdiendo derechos que tanto costaron ver reconocidos, nuestros/as estudiantes y enfermos/as perdiendo el acceso a servicios públicos dignos y gratuitos…! ¡Cientos de miles de mujeres siendo explotadas como esclavas de la industria de la moda o de la prostitución, o trabajando en las casas en negro para poder llevar algo de comer a sus casas! Y eso, por hablar de España, nada más, como ejemplo. Si hablamos del resto del mundo, encontraremos pocos lugares en los que el panorama mejore.
Y lo peor es que lo sabemos. No somos como aquel pez de la metáfora, que nunca supo que vivía en el agua porque nunca pudo salir de ella y conocer otro medio. Nosotros, los pueblos que habitamos la Tierra hoy en día, sí que sabemos quiénes somos, dónde estamos y qué está ocurriendo. Incluso, poco a poco, estamos empezando a comprender quiénes son los que mueven los hilos de las grandes decisiones que nos afectan a todos. ¿Entonces? ¿Cómo puede ser que, a pesar de eso, sigamos tan desorganizados? ¿Cómo puede ser que sigamos cayendo en las trampas que nos ponen para llevarnos en la dirección que les conviene y mantenernos divididos? Si ya conocemos sus tácticas para manipular nuestra opinión y controlar nuestras reacciones, ¿por qué seguimos actuando como mansos corderitos? ¿Qué más necesitamos, además de saber, para unirnos y hacer que esto EMPIECE A CAMBIAR DE VERDAD?
Hoy hemos visto varios ejemplos en las noticias:
- un rumor en la web, propagado desde una televisión dedicada al mundo musical, sobre una supuesta filtración de Wikileaks de la presunta muerte de Paul McCartney en 1966;
- la posibilidad de que el terrible accidente de un avión alemán ayer en Barcelonette (Francia), que volaba desde Barcelona y que costó tantas vidas, pudiera ser por culpa del maldito terrorismo, según las autoridades francesas;
- los 15 niños derivados desde la sanidad pública a un centro privado en CLM, cuyos familiares denuncian el terrible trato sufrido allí por sus pequeños.
¿Qué es verdad y qué es mentira? ¿Qué es rumor o propaganda y qué hay de cierto en las cosas que leemos a diario? ¿Guerra psicológica para mantenernos inmóviles, o goteos que se filtran de vez en cuanto y que esconden verdades mucho mayores y más terribles aún? Me gustaría, a veces, poder regresar a aquella época de mi infancia en la que no sabía nada y no temía nada del mundo exterior, cuando aún no era consciente de cuánta maldad podía ser capaz de crear cualquier persona, de cualquier edad, en cualquier sitio, incluso sin motivo. Esta sensación actual de desconfianza en el mundo, en las cabecitas y los corazones de los/as demás, y esta pérdida de fe en todo (en las instituciones, en las organizaciones, en los grupos, en los intereses, en las personas que se suponía que estaban ahí para cumplir misiones de manera escrupulosamente responsable y de servicio a la comunidad) es, precisamente, lo que está paralizando el cambio. O eso creo, al menos. Es el miedo: es el miedo a volver a equivocarnos al elegir, al decidir, al confiar. Y de eso, créeme, yo sé mucho, y por eso lo entiendo. Pero hay soluciones: la primera es, como decía Michael Jackson, empezar por “el hombre (o la mujer, en mi caso) del espejo”: yo misma estoy en ese proceso de darme la oportunidad de confiar en mis propias decisiones. Me gustaría ver a todos esos personajes que pretenden postularse como guardianes y responsables de nuestros destinos hacer algún ejercicio parecido de humildad, de reconocer qué es lo que hacen mal, pedir perdón y corregir el rumbo, en vez de empecinarse en defender su propio orgullo y no agachar la cabeza: esas actitudes nunca traen nada bueno y, menos aún, en política. Y si no me creen, lean “El Orden Mundial s. XXI”. El “y tú más”; el lanzar balones fuera en vez de dar explicaciones; el arengar multitudes en vez de invitar a la reflexión, escuchar, dialogar y ofrecer soluciones; el avivar hogueras en vez de provocar la lluvia que limpia y trae vida; el escurrir el bulto en vez de dar la cara; el husmear en las vidas personales y caer en la bajeza y la mezquindad de los insultos y las vulgaridades, y todas esas tácticas que todos, unos y otros, están utilizando, solo nos hablan del bajísimo nivel al que está cayendo nuestra sociedad, a la par de los modelos que ofrece el circo mediático, en una mezcla que ya casi parece homogénea.
Para saber vivir en democracia hay que tener, ante todo, cultura y espíritu de juego: hay que saber, y, dentro de ese saber, entra el de saber ganar y perder, y respetar las normas. De eso saben mucho algunos/as… y demasiado poco otros. Hay que tener mucho entrenamiento para conseguir que ese talante llegue a formar parte de nuestra personalidad y, por desgracia, estamos viendo que actualmente brilla por su escasez entre nuestras clases dirigentes. Todos/as tienen un solo objetivo: ganar. Alcanzar el máximo poder, con las máximas posibilidades de perpetuarse en él de manera incontestable para hacer y deshacer a su antojo. Pero en su carrera olvidan algo muy importante: la importancia del “factor humano inteligente”. Tanto unos/as como otros/as, por arrogancia o por inseguridad, olvidan el inmenso poder que puede llegar a tener la inteligencia colectiva cuando se organiza para defender o conquistar una meta común. Cualquiera que haya tenido que dirigir un grupo de personas (sea en una pequeña actividad puntual, en un equipo deportivo, en una empresa, una excursión guiada, un grupo coreográfico, un coro, etc.) sabe que, más allá de los elementos materiales, lo más importante es la atención que se consiga por parte de los miembros del grupo y la cohesión y coordinación entre ellos para que todo funcione, pase lo que pase; incluso si algo falla, si el grupo humano funciona, los obstáculos se van a poder solventar mucho más fácilmente mientras que, si el grupo va mal, por mucho que lo demás vaya sobre ruedas, el proyecto tiene muchas posibilidades de fracasar.
¿Cómo, entonces, puede ir un mundo en el que no se enseña a las personas, desde su infancia, a jugar, respetar las normas del juego, saber ganar y perder, trabajar en grupo, confiar los/as unos/as en los/as otros/as y en sus propias capacidades, y a desarrollar al máximo su potencial con pasión, ilusión, compromiso y alegría? Pues ese mundo iría como va el nuestro: con personas entrenadas, desde su más tierna infancia, para desconfiar del resto, para pensar que solo le esperan críticas, puntapiés, envidias y traiciones y que debe ir armado/a hasta los dientes por la vida hasta el fin de sus días, como nos explica muy bien el “Síndrome de Solomon” . Con hombres y mujeres que no son conscientes de su propio valor ni saben respetar el de sus prójimos/as, que no entienden ni creen que pueden formar parte de algo maravilloso si se abren a creer que algo así no solo es posible, sino que ES, como vemos que ocurre con los terroristas, los machistas, los traficantes de blancas, de armas, de drogas, de vidas y muertes por todo el mundo. Con pueblos enteros que se mueven arrastrados en ese vaivén de las guerras, posguerras y entreguerras, de los ciclos de las crisis económicas, políticas y religiosas y de las diferentes formas de esclavitud y alienación que nos van sometiendo al deseo de los grupos más acomodados.
¿Hay solución? ¿Se podría conseguir en un plazo lo suficientemente breve como para que nuestra generación pudiera verlo? Es difícil. Si atendemos a la crisis energética, al avance del terrorismo, a la crisis de valores, a la crisis económica, a la pérdida de derechos y libertades, las amenazas de rebrote de pandemias ancestrales, la crisis del agua que se nos avecina, el auge de políticas nazi-librecapitalistas por todas partes, las restricciones a la libertad de expresión y cualquier otra calamidad que se nos ocurra, parece que no tenemos escapatoria. Pero si nos fijamos en los avances de la ciencia y la tecnología, en la cantidad de conciencias que están despertando y abriendo los ojos a la realidad que les pasaba desapercibida hasta hace muy poco, gracias a tantos y tantas valientes que se están jugando el tipo como periodistas con o sin título (periodismo ciudadano, blogueros/as, revistas comunitarias, etc) para que se sepa lo que está pasando en el mundo, y en que tenemos naves buscando planetas habitables por ahí fuera… bueno, ¿quién sabe, verdad? A lo mejor hay esperanza, aquí o fuera, antes de que esto explote.
Recomiendo:
- Periodismo Humano
- Global Voices
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