Revista Cultura y Ocio

El padrino de Katmandú

Por Tiburciosamsa
El padrino de Katmandú
(Advertencia: me cargo la novela)
Abordé la tercera entrega de las aventuras del detective Sonchai Jitpleecheep con un poco de escepticismo. La segunda entrega (“Bangkok Tattoo”) me había decepcionado un poco. Me pareció que el autor se había metido con más tramas de las que podía controlar y que el conjunto se le había ido de las manos. La buena noticia es que en “El padrino de Katmandú” Burdett ha sabido controlarse y esta vez la novela no se le ha ido de las manos.

Creo que uno de los aciertos de Burdett es haber comprendido que a una novela policíaca en el siglo XXI se le piden muchas más cosas que a una novela policíaca tradicional a lo Agatha Christie. Lo de plantear un asesinato y luego invitar al lector a acompañar al detective en sus elucubraciones para solucionar el caso, ya no seduce a nadie. La novela negra nos ha acostumbrado a esperar muchas más cosas de una novela policíaca. Burdett maneja a la perfección esos elementos adicionales que ahora debe tener una buena novela policíaca e incluso les añade otros de su propia cosecha.Los tres elementos esenciales de una novela policíaca moderna son: 1) Un asesinato un poco-bastante enrevesado. Lo del mayordomo echándole cianuro a la copa de su señor ya no basta; 2) La personalidad del investigador. Un Hercules Poirot o un Jules Maigret ya no sirven. Son demasiado funcionarios, demasiado normales. Conan Doyle ya intuyó por donde iría el futuro de la novela policíaca cuando inventó un personaje tan singular como Sherlock Holmes; 3) El ambiente. Un asesinato en el seno de una respetable familia burguesa despierta bostezos tanto en la realidad como en la ficción. El asesinato para que fascine al lector actual, tiene que producirse en un medio especial, de forma que a la vez que el autor nos va desvelando lo que sucedió, nos vaya descubriendo cosas de ese medio: el mundo de las altas finanzas, la Phnom Penh de la UNTAC, Bangkok… Pues bien, Burdett maneja muy bien esos tres elementos.  En cuanto a la originalidad de los asesinatos, Burdett es tan original que a veces se pasa. En las dos entregas precedentes, Burdett ya había hecho un buen uso del gore y la imaginación criminal. En este libro se supera a sí mismo y pienso que bate algún tipo de record de mal gusto. La víctima es un director de cine norteamericano, Frank Charles, de 60 años, que sufre de obesidad mórbida y es asesinado por alguien que sufre de exceso de morbo. El modus operandi es el siguiente: le inyectan una sustancia que le paraliza, pero le deja completamente consciente. A continuación con una sierra de gran precisión, le abren el cráneo. El asesino prueba unas cucharadas de su materia gris. Lo suficiente para degustarla un poco, pero sin matarle. Finalmente le practica un harakiri, siendo la pérdida de sangre la que acaba de matar a Frank. Creo que pasará mucho tiempo antes de que lea una novela policíaca con un asesinato que supere a éste. En cuanto a la originalidad del detective, Burdett también lo borda: Sonchai Jitpleecheep, un policía que se toma en serio la práctica del budismo y la búsqueda espiritual. Sonchai además es un hombre que está a caballo entre dos mundos: su madre es una antigua prostituta thailandesa con mucho sentido común y olfato para los negocios y su padre un soldado norteamericano. Sonchai es muy thailandés, pero sabe perfectamente cómo funciona la mente occidental. Una de las cosas que más admiro de Burdett es su capacidad para crear personajes secundarios inolvidables en sus novelas. Cada novela suya es un estudio sobre la condición humana y lo que se transparenta sobre esa condición es más bien deprimente: los seres humanos son una panda de egoístas ignorantes y estoy refiriéndome solo a los que están más avanzados espiritualmente, que en cuanto a los otros…En esta novela vuelven a aparecer viejos conocidos como el coronel de la policía Vikorn, inmensamente corrupto, pero con un sentido del honor muy especial al estilo de los grandes capos mafiosos; el general Zinna, tan corrupto como Vikorn, su gran rival en el tráfico de estupefacientes; Lek, el joven policía transexual, que no acaba de decidirse por operarse de abajo y que parece que siente cierta atracción por Sonchai; Chanya, la esposa de Somchai, una ex-prostituta que siente la llamada de la religión… Como si este elenco de personajes no fuese bastante, Burdett aún introduce nuevos personajes secundarios tan memorables como los anteriores: Frank Charles, un director de cine que sabe perfectamente que en toda su carrera no ha hecho una sola película que mereciera la pena; Sukum, un detective obsesivo, neurótico y frustrado; el lama tibetano Norbu Tietsin, que entiende que el samsara se encuentra en un estado tan penoso, que si él no trafica un megacargamento de heroína otro vendrá que lo hará; Rosie McCoy, la camello australiana buenorra que descubre que la belleza sirve de muy poco cuando te pillan transportando heroina en el aeropuerto de Suvarnabhum…Si los anteriores secundarios parecen notables, se quedan en nada con la farmacéutica loca Mimi Moi. Mimi, procede de una familia de la élite de origen chino. Experta en química y piedras preciosas, se hizo farmacéutica simplemente para poder procesar todas las pastillas sin las que no puede vivir. Es un genio de la farmacología, pero para todos los demás aspectos de la vida cotidiana es como un bebé desvalido.En cuanto al ambiente, en esta novela Burdett da una vuelta de tuerca más y mira que era difícil. “Bangkok Eight” se centró en Bangkok, de la cual hizo una de las mejores descripciones que haya leído. En “Bangkok Tattoo” introdujo el conflicto con los musulmanes del sur y la yakuza japonesa. En “El Padrino de Katmandú” tenemos a los exiliados tibetanos en Nepal, el mundo de los joyeros en Hong Kong, las mafias chinas de Thailandia… Para superar esto, en su próxima novela tendrá que meter marcianos, porque si no…Para rematar Burdett coloca aquí y allá perlas en las que muestra su vasta cultura y su visión desengañada del mundo. Voy a terminar esta entrada con las opiniones de Burdett sobre el Imperio Británico:“- ¿Y sabes lo que estegilipollas llamado Clive de la India le hizo al mundo?- El Imperio Británico.- ¿Financiado por?- La venta de opio.- Si lo pones así corres el peligro de banalizar el logro. Fue el primero que estableció el vínculo entre armas y drogas. Este pequeño canalla de Shropshire, al que seguramente habrían colgado si se hubiera quedado en Inglaterra, vio la manera de financiar todo un ejército privado y el modelo resultó tan efectivo que lo repitieron por todo el mundo: drogas, esclavos y armas. Es el gran trípode sobre el que nuestra civilización global sigue estando basada, aunque hayan cambiado las etiquetas y los esclavos tengan seguros médicos. El hecho crudo es que la naturaleza sociópata de la moderna corporación empezó entonces y ahí con Clive. Para cuando el Narcoimperio Británico colapsó, veinte millones de chinos eran adictos al opio y alcohólicos sifilíticos de tez rosada con chaquetas rojas intimidaban a todo el mundo con sus ametralladoras Maxim. El Reino Unido en su forma moderna es un derivado del opio. ¿Y cuál era el objetivo del ejercicio? Respuesta: que las chicas de clase media de Kent y Sussex pudieran ir al colegio todas vestidas de blanco y tocar el violín en lugar de ir al Juego [la prostitución]…”

Realmente no es el tipo de lección de Historia que a uno le enseñan en el colegio. Y Burdett no es tampoco el tipo de autor de novelas policíacas al que uno está acostumbrado. Una pista: es la primera vez que veo una novela policíaca comenzar con una cita de San Juan de la Cruz.

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