“Si lo único que quisiera en la vida fuera dinero, dirigiría El padrino III” (Francis Ford Coppola, antes de dirigir la película)
Tardío aunque admirable y coherente cierre por parte de Coppola a una trágica saga clave en la historia del cine. Evidentemente, si se compara con el díptico que formaron en los 70 la espléndida El padrino (The godfather, 1972) y la monumental El padrino. Parte II (The godfather. Part II, 1974), esta parte palidece y hace aguas por todos lados, pero, si se analiza aisladamente, resulta un muy buen film con un épico sentido de la grandeza.
Resulta tentador (aunque cierto) afirmar que tanto El padrino (la novela) como El padrino (la película) fueron realizadas por sus autores por mero afán de lucro y escaso afán creativo/artístico: Mario Puzo escribió El padrino en 1969 “para ganar dinero” y Coppola la adaptó 3 años más tarde a la gran pantalla para también ganar dinero y poder financiar sus proyectos más personales, asumiendo la adaptación de la novela de Puzo como un encargo. Curiosamente, una simplemente entretenida novela negra daría pie a posiblemente una de las 4 o 5 más populares (la primera parte) y mejores (la segunda) películas de la historia. Rizando el rizo, casi 20 años más tarde, Coppola se encontraba en tal desesperación económica que acabó aceptando cerrar su propia trilogía para ver si así saldaba sus deudas y podía embarcarse en proyectos más acordes con lo que siempre había querido hacer (realmente tampoco pudo, ya que a El padrino III le seguirían la, por otra parte, excelente Drácula de Bram Stoker, la entrañable aunque insípida Jack y la mediocre Legítima defensa). Como defensa, decir que El padrino III tuvo una dignidad y consistencia bastante superior a la que, por regla general, suelen tener las secuelas, cuyo objetivo primordial es, no debe olvidarse, ganar dinero.
16 años pasaron entre la producción de la segunda parte y la tercera, tiempo durante el cual nunca dejó de plantearse en los despachos de Paramount pictures la realización de un trabajo que cerrara la trilogía, y multitud de tramas y bocetos de guión fueron escritos, desde una alianza entre la mafia y la CIA en la que la CIA ayudaría a la familia Corleone en el tráfico de drogas y la familia se encargaría de asesinar dictadores latinoamericanos hasta, por ejemplo, una tercera parte iniciada con el funeral de Michael (Al Pacino), idea que fue rápidamente desechada. Por lo que concierne al director, lo más lógico sería el haber contado con Francis Ford Coppola desde el principio, pero el primero que parecía reticente a dirigirla era el propio Coppola. Según sus propias palabras, “yo estaba en la posición del tío al que le hablan de su ex y dice que le da igual, pero en realidad no es así. Deseé durante mucho tiempo que desistieran y abandonaran la idea de hacer un Padrino III, pero al mismo tiempo estaba ofendido porque nadie vino a verme. Además, en Paramount no querían contar con un director con fama de despilfarrador de presupuestos (Apocalypse now, Corazonada), de modo que antes, intentaron convencer a un sinfín de directores, como Martin Scorsese (Toro salvaje), Sidney Lumet (Tarde de perros) o Michael Cimino (El cazador).
Tras no poder convencer a nadie, Coppola, un cineasta que, por cierto, agotó todo el prestigio ganado en los 70 en la siguiente década, angustiado por sus deudas económicas, aceptó la oferta de Paramount para llevar a buen puerto el guión finalmente escrito por el propio Coppola en colaboración con Mario Puzo, centrando la trama en un Michael Corleone con reminiscencias shakespeareanas (la trilogía entera es una revisitación de Hamlet, Macbeth, Julio César y El rey Lear), motor central de gran parte de las dos anteriores entregas, y ese trasfondo de la religión y las altas finanzas con el Vaticano (para mí la clave del film, lo que le da ese épico aura, como la escena de la confesión de Michael frente al cardenal y futuro papa Juan Pablo I, en mi opinión una de las mejores escenas del cine de los 90, o la escena final del desgarrador llanto de Michael al ver morir a su hija, ejemplo de redención de todos sus pecados) como medio para que la familia alcance la legitimidad y respetabilidad tan ansiada por Michael (el anterior intento de alcanzarla fue la política en la segunda parte, resultando un fracaso). Pero el film demuestra que no hay dinero en el mundo que pueda comprar eso y la familia debe volver a ejercer el crimen, en un claro regreso a los orígenes y dando una cierta estructura circular a la trilogía.
Por lo que concierne al casting, evidentemente, los responsables eran conscientes de que era esencial contar con Al Pacino, ya que sin él no había película, de modo que le dieron al actor lo que pidió, que no fue poco. El personaje de Tom Hagen, hijo adoptivo de la familia e interpretado en las dos anteriores entregas por Robert Duvall, pasó del tema enseguida (pidió una barbaridad de dinero para un secundario) de modo que fue eliminado en el guión, inventándose que muere. Tras considerar a Robert de Niro para el papel de Vincent, el sobrino de Michael que acabará tomando el control de la familia, y después sondear a intérpretes de singular y variado pelaje como Alec Baldwin, Matt Dillon, Charlie Sheen, Nicolas Cage, Val Kilmer o Billy Zane, finalmente se escogió a un prometedor Andy García, actor cubano que empezaba a labrarse un nombre en Hollywood con intervenciones de peso en la popular Los intocables (The untouchables, Brian de Palma, 1987) y los bastante olvidados aunque reivindicables policíacos Black rain (Ridley Scott, 1989) y Asuntos sucios (Infernal affairs, Mike Newell, 1990). Por lo que respecta a los personajes femeninos, Diane Keaton interpretó una vez más a Kay, ya divorciada de Michael, Talia Shire repitió como la hermana de Michael y Sofia Coppola, hija del director, bebé bautizado en una escena del primer padrino, pequeña inmigrante italiana en el segundo y vivo ejemplo de falta de talento para la interpretación (que no para la dirección: ahí está Lost in translation), interpretaría a Mary, hija de Michael Corleone y figura clave del film. Paramount, finalmente, logró estrenar la película el día de Navidad de 1990, tal y como tenían previsto, consiguiendo nominaciones a los Oscar más importantes pero yéndose de vacío, en beneficio de la aburridísima Bailando con lobos (Dances with wolves, Kevin Costner)
Se nota una barbaridad que El padrino. Parte III es una secuela, y como tal, puede generar de inicio una antipatía entendible si se tiene en cuenta (y obviamente se tiene) el recuerdo que dejaron las dos anteriores películas. Coppola respeta todo lo que puede la misma estructura de los dos anteriores padrinos, sobretodo del film original, como las reuniones familiares (una boda en la película de 1972; una fiesta en casa de los Corleone tras una ceremonia religiosa), los viajes a Sicilia, o los montajes en paralelo mostrando otra celebración familiar y los asesinatos perpetrados por la familia para eliminar a sus enemigos. Esto dota al film de un cierto grado de previsibilidad que, lógicamente, juega en su contra.
Sin embargo, y sobre todo, la suma elegancia con la que está filmada compensa con creces la resolución final del conjunto. Por otra parte, para añadir verosimilitud y en un gran acierto del guión se introdujeron hechos reales, como la muerte del efímero papa Juan Pablo I y la desaparición de una gran cantidad de dinero del Banco del Vaticano en 1979, año en el cual se narran los hechos de la película, lo cual añade muchísima incertidumbre a la muerte (natural o no) del Papa. Dada la necesidad de redención del personaje de Michael sobre la cual se sostenía el guión, este trasfondo religioso le vino de perlas a Coppola. Además, recordemos que en El padrino. Parte II Coppola ya se sirvió de otro hecho, como fue la Revolución Cubana.
Así pues, El
padrino. Parte III sirve como un muy elegante y brillante epílogo a esta tragedia sobre el poder y la disgregación familiar (siempre consideré la saga de El padrino como un drama o tragedia familiar más que como gangster films) que alarga lo que ya se sabía: nunca habrá paz para la familia.