Ilustración de John Tenniel.
Por Milagros Aguirre | [email protected]
(Publicado originalmente en diario El Comercio, Quito, el 7 de mayo de 2005)
La Reina de Corazones con la que se encontró Alicia en El país de las Maravillas, el fantástico libro de Lewis Carroll, tiene muy mal genio. No le gusta que se burlen de ella ni que se metan con ella. Tampoco admite desobediencia de sus súbditos. Se irrita de tal manera ante cualquier gesto en su contra que condena a la gente con la pena de muerte a la menor ofensa.
La Reina de Corazones tiene una sola manera de resolver todas las dificultades, sean grandes o pequeñas, ordenando una ejecución inmediata, gritando: “¡Que le corten la cabeza!”.
Entre las cartas de la baraja, además de los esbirros naipes, está el Rey de Corazones junto a la Reina. Él se encarga de absolver a todos los que la Reina manda a ejecutar.
En el país de las maravillas todos temen a la Reina de Corazones. Cuando la pequeña Alicia entra a los jardines del reino, las cartas (jardineros) están pintando de blanco unas rosas rojas, para complacer a su soberana. La Reina, al ver el equívoco de los jardineros los manda a ejecutar. Cuando se da cuenta de la presencia de Alicia, también la manda a ejecutar. El Rey le recuerda que Alicia es solo una niña y así se salva de la condena.
La Reina de Corazones era temida por todas las criaturas del reino. Pero el Rey siempre se apiada de ellas y termina dando el indulto, el perdón. En realidad, en El País de las Maravillas eran pocos los decapitados aunque la Reina mandase a ejecutar a todo aquel que se atreva a contradecirle, contrariarle, desafiarle, protestar ante una decisión, ridiculizar, reírse de ella, irrespetarla, mofarse, ganarle una partida de croquet… ¡Que le corten la cabeza!, decía, sin piedad.
Al país de las pesadillas de Alicia lo gobierna una Reina despótica con un ego grande, dispuesta a decapitar al que ose incomodarla. La Reina de Corazones es la encarnación de la intolerancia y el abuso. Un retrato del poder. Un retrato de la justicia. Un retrato de la ciudadanía obediente y temerosa de los edictos reales. Unos naipes dispuestos a hacer reverencias, aplaudir y justificar cada vez su Reina dice, indignada: ¡Qué le corten la cabeza!
En el país de Lewis Carroll es necesario correr para permanecer en el mismo lugar. En El país de las maravillas la sentencia es antes que el veredicto. Allí sentencia la Reina que tiene todos los poderes y luego el Rey actúa como juez, indulta, perdona… Gracias a la intervención del Rey no se cumplen los edictos reales pues de lo contrario no quedaría nadie con cabeza en el reino.
Ningún parecido con El país de las maravillas. Salvo, claro, ese de tomar el té a la hora tan en punto como el Sombrerero, costumbre tan inglesa, en la que somos exactamente iguales.
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