El palacio del lector es más duradero que cualquier otro. Sobrevive a los pueblos, las culturas, los cultos, hasta al lenguaje mismo. Terremotos y guerras no lo hicieron vacilar, ni siquiera incendios de bibliotecas, como el de Alejandría. Aldeas de fehalles, mercados, coliseos, rascacielos crecieron alrededor de él y se desvanecieron, como si la lluvia los disolviera. La puerta permanece abierta para el mundo mágico.
Creo haber mencionado una vez al sabio chino que aguardaba su ejecución en una celda de condenados y estaba absorto en un libro mientras delante de él se cortaban cabezas. Cuando le tocó el turno estaba tan ocupado con el texto como Arquímedes con sus círculos. Un occidental al cual conmovió el espectáculo, obtuvo gracia para él. El sabio se lo agradeció cortésmente, cerró el libro y se marchó sin una muestra de asombro del lugar del suplicio. El lector está generalmente disperso, pero no porque no pueda manejarse con el mundo circundante, sino porque lo considera menos importante.
Ernst Junger
El autor y la escritura
Foto: Anciana leyendo en el Bois de Boulogne, París
Lisette Model
Previamente en Calle del Orco:
La concentración creadora, Stefan Zweig
El hombre que salvó la Haggadah de Sarajevo, Alberto Manguel
La lectura ofrece cobijo, Juan Marsé